EL MUNDO › CON CLIENTELISMO, MANO DURA Y SEGREGACIóN CRECE LA FIGURA DEL ALCALDE JAIME NEBOT

Guayaquil es territorio hostil para Correa

La ayuda social del gobierno de Correa llegó a Guayaquil en estos veinticuatro meses, pero Nebot y sus aliados hace casi veinte años que entregan casas, planes sociales y pavimentan calles en la ciudad más grande, más poblada y más rica de Ecuador.

 Por María Laura Carpineta

Desde Guayaquil

Guayaquil es el epicentro de la campaña electoral. El centro, los barrios de las afueras e incluso la zona turística del Malecón, frente al río, están empapelados con propaganda política. Hay muchísimos carteles verde flúo del oficialismo, pero aquí la estrella es Jaime Nebot, el dirigente socialcristiano favorito a ser reelecto al frente de la Alcaldía. La ayuda social del gobierno de Correa llegó a Guayaquil en estos 24 meses, pero Nebot y sus aliados hace casi 20 años que entregan casas, planes sociales y pavimentan calles.

Y no es un bastión cualquiera. La ciudad es la más grande, más poblada y rica del Ecuador. Según el último censo, de hace más de diez años, cerca de 2,5 millones de personas viven en Guayaquil, muchas de ellas migrantes del centro del país y la sierra, que dejaron todo en busca de un trabajo y un futuro. Pero sólo encontraron empleo informal, miseria y desinterés. Así, en medio de ese descontento y esa desesperación, nació el cerro Mapasingue, en el norte de la ciudad.

Hace unos 30 años, cientos de emigrantes que no podían pagar un alquiler en el centro y mantener a su familia al mismo tiempo comenzaron a tomar tierras en las afueras, principalmente en los cerros del norte y las tierras bajas del sur, muchos a la vera de los esteros. Los años pasaron, pero las necesidades no y los asentamientos crecieron hasta albergar a cientos de miles de ecuatorianos. Según cifras oficiales, más del 50 por ciento de los guayaquileños están subempleados, es decir, cobran menos del salario mínimo (200 dólares en mano) y no tienen cobertura médica.

Como no hay censos hace más de una década se desconoce cuánta gente vive en barriadas como el cerro Mapasingue. La ladera, de unas diez cuadras de ancho, está forrada de casitas de colores pastel –azul, maíz y rosa viejo son los preferidos de los vecinos–, algunas de material, otras de ladrillos huecos a la vista, otras de chapa y las de más arriba de madera. Para recorrer el barrio hay que tener paciencia y buen estado físico. Solamente hay una calle abierta para subir en auto, una sola línea de colectivos llega hasta la cima y las escaleras para los peatones son tan empinadas que muy pocas personas las usan. En la base las callecitas internas son asfaltadas, pero mientras uno más se acerca a la cumbre, los pasillos de tierra (barro después de un día de lluvia) predominan.

William Sánchez subió ese cerro con Correa hace tres años, cuando el presidente era candidato. “¡Tiene un estado físico increíble! Se bajó todo el cerro caminando, subiéndose a las rejas de las casas para saludar a la gente... eran otros tiempos”, dice, con una mezcla de nostalgia y frustración. Realmente eran otros tiempos. Sánchez, un publicista que había decidido que ser un buen ciudadano era más que pagar los impuestos, se había lanzado a la política detrás de la nueva esperanza ecuatoriana, el por entonces joven ex ministro de Economía Rafael Correa. Hoy, después de dos años de gobierno, está convencido de que el país debe evitar cuatro años más de Correa. Asegura que no sabe aún a quién votará, pero muy disimuladamente, desliza que Lucio Gutiérrez, el ex presidente derrocado por una revuelta popular, es el mal menor.

A pesar de ello, reconoce que en sus dos años Correa realizó cambios positivos, especialmente en educación y salud pública. En barrios pobres como los del cerro Mapasingue las mejoras se sintieron. Por eso, de a poco, el presidente va ganando apoyo entre los guayaquileños más pobres. Sin embargo, Correa aún no logra un apoyo mayoritario, pero puede poner en jaque el poderío de Nebot y los socialcristianos.

El clientelismo y la poderosa campaña de los medios son más antiguos y, en esta provincia, más fuertes que el presidente. Cada elección, el alcalde de turno entrega, arbitrariamente, títulos de propiedad a los vecinos de uno u otro barrio, pavimenta alguna calle y promete mejores servicios. Con eso parece renovar el apoyo de los albañiles, las amas de casa y los trabajadores del puerto que se apiñan en las afueras, mientras las obras públicas más ostentosas se siguen concentrando en el centro de la ciudad.

El norte y el sur de Guayaquil no son parte del proyecto de regeneración urbana de Nebot. El plan, columna vertebral de su gobierno y su popularidad, le valió un lugar entre los mejores alcaldes del mundo, según la ONG británica City Mayor, y los repetidos elogios de su amigo y colega, el jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri (ver recuadro).

En 2003, Nebot llamó al ex alcalde Nueva York Rudy Giulani, para que lo ayude a exportar su política de seguridad, conocida como tolerancia cero. El héroe del 11-S recorrió la ciudad durante varios días y cuando se fue Nebot anunció las nuevas medidas: la instalación de cámaras de seguridad en puntos clave de la ciudad, sensores de sonidos (simples tachos de basura metálicos para el ojo inexperto), más presencia policial y limitar la presencia de vendedores ambulantes y sin techo en las zonas turísticas o, como se las conoce en Guayaquil, las zonas regeneradas.

Quirúrgicamente, el alcalde fue aislando ciertos lugares, de no más de 10 o 15 cuadras, para renovar por completo. Les asfaltó las calles, abrió tiendas de moda, cafés al estilo francés, reconocidas cadenas de comida estadounidenses y adornó las veredas y los bulevares con flores naturales. Un verdadero oasis.

Los ubicó en zonas estratégicas para que todos –pobres, ricos, locales y extranjeros– los vieran. El Malecón a la vera del río, barrios como Urdesa, una mini Recoleta en el medio de los vecindarios de clase media baja, o La Playita, el regalo de Nebot al Huasmo, un inmenso barrio precario, de calles de tierra y techos de chapas rotas.

Los cientos de miles de personas que viven en Huasmo no tienen sistema de desagüe y deben pagar un impuesto extra para mantener las zanjas de más de un metro de ancho que separan la calle de las casas. Esas zanjas permiten drenar los desechos, pero difícilmente evitan inundaciones cuando hay tormentas fuertes. Sin embargo, Nebot les construyó una playa de 200 metros de arena negruzca y cemento. La llenó de locales de comida y bebidas, de luces, la enrejó y puso seguridad privada.

“El guardia está para evitar situaciones peligrosas, como que los chicos se besen –cuenta, sin contener la risa, César Cárdenas, un dirigente social que vive hace 30 años en el barrio–. Según una ordenanza municipal, no se puede besar en público en las zonas regeneradas; va en contra de la moral y las buenas costumbres. ¡Al Malecón ni siquiera se puede ir en musculosa porque te sacan!”, agregó, sin parar de reírse.

Para Cárdenas, son apenas pequeños ejemplos del poderío y la arbitrariedad con que se maneja el gobierno local de Nebot. A través de un Observatorio de Defensa de los Servicios Públicos, el dirigente de 46 años ha denunciado la privatización del agua (las familias más pobres deben pagar hasta 10 dólares por mes por el agua, que además no es apta para consumo), el desvío de fondos millonarios a fundaciones privadas que administran las obras públicas y hasta el registro civil sin rendir cuentas a nadie.

Sus denuncias no llegan a los medios de comunicación y, en consecuencia, a los guayaquileños. Alfredo tiene 18 años y está estudiando ingeniería en marketing y negociación comercial en la universidad estatal. No se asombra cuando escucha las acusaciones contra Nebot, pero igual lo votará. “Mejoró la ciudad”, es toda la respuesta que quiere dar. En Guayaquil esta elección no se trata de la oposición, sino de frenar, como sea y con quién sea, a Correa.

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Jaime Nebot aceitó la máquina clientelística socialcristiana en Guayaquil.
 
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