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Medios

 Por Santiago O’Donnell

Desde San Pablo

El debate en Rede Globo que cerró la campaña presidencial en este país, anteanoche, demostró como pocos la distancia entre el interés de los votantes y la agenda de los grandes medios. El formato elegido transparentó la situación: ochenta y seis votantes indecisos de todo el país, elegidos por sorteo, formulan una pregunta cada uno a los candidatos sobre el tema que más les preocupa. Doce preguntas sobre doce temas distintos son contestadas en vivo por Dilma Rousseff y José Serra, en una especie de foro ciudadano, con los indecisos sentados en las tribunas y los candidatos paseándose por un escenario redondo. ¿Tudo bem?

Bueno, dos horas y media más tarde nadie había dicho ni una palabra sobre el aborto, tema casi excluyente de los medios en las últimas semanas. Tampoco hubo preguntas sobre la postura de Dilma a favor de la unión civil de personas del mismo sexo, ni sobre su pasado de guerrillera, otros temas destacados por los grandes medios para apoyar al candidato opositor. Pero tampoco nadie preguntó por el supuesto afán privatizador del socialdemócrata Serra, principal caballito de batalla del oficialismo. Tampoco se habló de macroeconomía y el “superreal” fue apenas mencionado por Serra, casi como al pasar. De política exterior directamente ni se habló, ni siquiera para destacar el lugar de Brasil en el mundo. Ni por asomo interesó a los indecisos el revuelo que habían armado los grandes medios cuando Lula recibió al presidente iraní en plena campaña.

Los indecisos querían saber más sobre los temas que habitualmente preocupan a la gente acá, allá y en cualquier lugar del mundo. Preguntaron por la salud, la educación, la seguridad, legislación laboral, impuestos, seguridad, la función pública, ecología, agricultura, vivienda, cloacas, corrupción.

Fue un debate raro porque los dos candidatos evitaron criticar al otro y casi no manifestaron desacuerdos entre sí. Más que un debate, pareció un concurso de preguntas y respuestas. Pero fue a la vez el debate más sustancioso de toda la campaña en cuanto a la posibilidad de escuchar a los candidatos exponer sus planes y propuestas para el próximo gobierno, sin chicanas ni golpes bajos ni efectos especiales para desviar la atención.

Dilma no quiso atacar a Serra porque lleva quince puntos de ventaja en las encuestas y no quiere reforzar la imagen de mujer brava y temperamental que le adjudican los opositores y algunos dentro de sus propias filas. Serra no quiso atacar a Dilma para no parecer enfrentado con el proyecto del popularísimo presidente Lula, quien eligió a dedo a su íntima colaboradora para darle continuidad.

Ni siquiera se cruzaron cuando fueron preguntados por la corrupción, un tema que daba mucha tela para cortar. La campaña oficialista había recibido un golpe duro el mes pasado cuando una estrecha colaboradora de Dilma, Erenice Guerra, debió renunciar a la Jefatura de Gabinete tras revelaciones de que su hijo le habría pedido una coima millonaria a un empresario para aprobarle un crédito en un banco estatal. La semana pasada la tortilla se dio vuelta. Primero salió en los diarios que un recaudador de Serra, Paulo Preto, se habría quedado con un vuelto de cuatro millones de reales que habían sido donados a la campaña por un empresario. Después Folha de S. Paulo publicó una investigación sobre irregularidades en la licitación del nuevo subte de San Pablo, cuyos pliegos fueron firmados cuando Serra era gobernador. Las revelaciones forzaron la suspensión del proyecto.

Bueno. En este debate, a diferencia del anterior, no se habló de Erenice, ni de Paulo Preto, ni de la licitación de subtes. Todo muy cordial y muy coincidente: hay que reforzar la oficina del procurador, los organismos de control, la policía, contestaron los candidatos, continuando el discurso del otro, casi como si fueran compañeros de fórmula.

Al cabo del encuentro quedó muy claro que las diferencias programáticas entre una y otra propuesta son escasas y que acá lo que se vota son coaliciones de poder y no ideales políticos. Por supuesto que una cosa es decir y otra bien distinta es hacer, y que los candidatos y los partidos que representa provienen de lugares distintos y tienen historias distintas.

Pero a la hora de proponer, los dos hablan de un modelo liberal en lo económico, con un fuerte incentivo a la inversión local y extranjera, con un sector público transparente y bien remunerado, con un Estado eficiente y activo en el manejo de los recursos naturales, la administración de servicios públicos, que priorice el financiamiento y la implementación de políticas para el desarrollo y la inclusión de las poblaciones postergadas y desprotegidas.

Había que estar muy atento y tomar apuntes muy minuciosos para encontrar diferencias en las respuestas de los candidatos a las preguntas de los indecisos. En seguridad, Serra puso el acento en la creación de un Ministerio de Seguridad, mientras Dilma puso el eje en las policías comunitarias. En el tema impositivo, Dilma dijo que reduciría los impuestos a la fuerza laboral de las pymes, mientras Serra dijo que bajaría impuestos a la inversión y a los medicamentos. Ante una pregunta sobre la migración desde zonas rurales a las ciudades, Serra mencionó que el real está muy alto y que pone a los agricultores en desventaja con respecto a Argentina y Uruguay. Acto seguido, Dilma contestó la misma pregunta describiendo las ventajas del programa de agricultura familiar del actual gobierno, sin referirse a la moneda.

Aun en las pocas preguntas en las que parecían estar en desacuerdo, al final decían más o menos lo mismo. Serra dijo que era imperioso crear un registro de reincidencia a nivel nacional para seguir de cerca a los criminales. Dilma lo corrigió diciendo que ese registro ya existe. Pero después agregó que no sólo existe un registro sino que existen tres, uno de la Justicia, otro del Servicio Penitenciario y otro de la Policía Federal, y que ella se compromete a unificarlos.

Al final llegó lo mejor, o mejor dicho lo peor, de todo el debate. En su alegato final, Dilma intentó mostrar el costado humano que tanto le cuesta ver al electorado brasileño, más allá de su clara preferencia por la continuidad del proyecto de Lula que representa la candidata petista. Dilma dijo que más allá de los números a ella le interesan las personas. Que durante la campaña debió soportar todo tipo de injurias y calumnias, pero que ella no guarda rencor, que sólo hay lugar en su corazón para el amor, el amor que siente por el pueblo brasileño. O algo así.

Serra cerró como es su costumbre comparando currículums. Lo hizo por omisión, sin mencionar a Dilma, salvo para agradecer su participación en el debate, sin decir que su adversaria nunca antes se había presentado a su elección. Mencionó el origen humilde de su familia, las enseñanzas de su papá y su mamá, su pasado como líder estudiantil en contra de la dictadura, sus catorce años de exilio, su vuelta sin rencores, sus cargos electivos de concejal e intendente de la ciudad de San Pablo, diputado federal y gobernador del estado de San Pablo. Dijo “yo soy mi historia” y pidió el voto de los televidentes con cara de humilde.

Pero no fue lo que dijeron lo que llamó la atención, sino lo que mostró Rede Globo mientras lo decían.

Primero fue el turno de Dilma. Cuando empezó a hablar la enfocaron de costado mientras ella se dirigía a la cámara delante suyo, dando la impresión de que la candidata oficialista evitaba la mirada del televidente. Después poncharon un plano frontal pero larguísimo, que mostraba a una candidata diminuta hablando desde el fondo de un escenario vacío.

Después, cuando le tocó a Serra, lo enfocaron de frente, media silueta, hablando directamente a la cámara. De ahí un zoom intimista hasta llegar a un plano cortísimo, con la cabeza de Serra ocupando tres cuartos de pantalla, los ojos fijos en el televidente, cara a cara, de brasileño a brasileño, pidiendo por última vez que le confíen el voto.

La edición de Rede Globo, tan sutil para el neófito como grosera para el iniciado, mostró mejor que cualquier título, cualquier zócalo o cualquier “investigación especial”, cuán lejos han quedado las grandes empresas de comunicación, por lo menos en este país, de los preceptos de equilibrio y la neutralidad que profesan en nombre de una tradición periodística en vías de extinción.

El debate de los indecisos mostró que acá se discute mucho más por poder que por ideología, y que existe un divorcio marcado entre el interés público y la agenda de los todavía llamados “medios” de comunicación. Los medios, claro, coincidieron ayer en que el debate fue muy aburrido. Será tal vez porque les cuesta entender a los indecisos siendo que ellos se decidieron desde el principio. O será tal vez porque a nadie le gusta perder.

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Imagen: EFE
 
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