EL MUNDO › OPINION

La estrategia revolucionaria

 Por Claudio Uriarte

Dentro del debate semipúblico de la administración Bush, la discusión sobre la necesidad o no de derrocar a Saddam Hussein parece haber concluido. Todavía no se llegó al nivel de movilización de fuerzas del que no hay vuelta atrás, pero se está cerca. Lo que se discute ahora es el día después, lo que tiene que ver con dos cosas: 1) cómo se libran la guerra y la ocupación posterior, con la ONU o sin ella (sin ella, parece ser la respuesta hasta ahora) y 2) qué se hace con el petróleo iraquí. Esta última cuestión es clave para entender el núcleo de fondo de la discusión, que va más allá de un interés inmediato en el petróleo iraquí.
Hasta el momento, el saber convencional, resumido en el estudio “Principios Orientadores para una Política de EE.UU. en el Irak de posguerra”, del Consejo de Relaciones Exteriores y el Instituto James Baker III para Política Pública, establecía líneas conservadoras: la invasión a Irak debía ser para desarmar y expulsar del poder a Saddam Hussein; la guerra y la ocupación debían correr a cargo de una fuerza multinacional, y no sólo de Estados Unidos; el petróleo iraquí debía ser usado para reconstruir a Irak; el monopolio estatal del petróleo no debía romperse; y se debía respetar el presumible deseo de los sucesores de Saddam de permanecer dentro de la OPEP, ya que estos sucesores vendrían de las “clases profesionales” de Bagdad, es decir, la minoría sunnita que es la base de apoyo de Saddam. Se tenía que evitar todo lo que evocara imperialismo norteamericano, favorecer una solución iraquí a los problemas iraquíes, mientras se reponían con ayuda regional e internacional los lejanos niveles de producción de petróleo de Irak anteriores a la guerra de 1991.
Pero en la discusión ha terciado un interlocutor más complejo, que pone cabeza abajo las presunciones conservadoras del informe anterior (y del Departamento de Estado). Mientras éstas se basan en mantener el statu quo regional casi intacto, sus críticos (que se encuentran todos dentro o en las cercanías del Pentágono) proponen una estrategia revolucionaria, donde Irak es el comienzo de un rediseño en gran escala del mapa regional. “La revuelta está en camino; pongámonos al frente de ella –dijo un alto funcionario anónimo a la revista The New Republic–. Después de la Segunda Guerra Mundial, pensamos estratégicamente cuáles eran las áreas industriales clave de Europa que debían estar bajo control occidental para materializar un dominio estratégico de Europa. Si usted empieza a pensar en Medio Oriente del mismo modo, Irak salta al primer plano, porque representa ese nexo entre petróleo, educación, geografía”.
El aspecto más notable de este enfoque es que tiene en su centro la conversión de Irak en una democracia de libre mercado que barra con las dictaduras vecinas de Arabia Saudita, Irán y Siria, y termine destruyendo a la OPEP. De allí se desprende el rechazo al enfoque multilateral, o a operar a través de la ONU. “¿Queremos ser nosotros los hacedores de reyes, o queremos dejarle ese papel a la ONU? –dijo otro funcionario–. No estoy seguro de que querramos dejárselo. Apuesto a que la ONU buscaría el asentimiento de los vecinos de Irak, todos los cuales tienen intereses creados. Hay tres que serían problemáticos: Ryad, Teherán y Damasco. Y la ONU trabajaría a través de ellos”.
El paso siguiente que contemplan es romper los monopolios energéticos de Irak e iniciar una campaña de privatizaciones. Si Irak privatiza –dice el razonamiento–, tendrá que dejar la OPEP, que requiere a cada país regular estrictamente su producción y exportaciones. Y sin Irak en la OPEP, dos de los mayores productores del mundo (el otro es Rusia), estarán fuera del cártel, inhibiendo su capacidad para regular la producción y los precios internacionales. Eso representaría precios más bajos, pero el objetivo mayor sería la desestabilización de Arabia Saudita. “No creo que un estallido de Arabia Saudita sea lo peor –dice otro funcionario–. No creo que (sus gobernantes) puedan tener una salida digna... Esperaría que se alineen con Siria, Irán y Libia para desangrarnos en Irak. Pueden volverseun verdadero enemigo en cinco años. No creo que podamos sacarles mucho más millaje”.
Detrás de estas afirmaciones contundentes puede intuirse el estilo, si no la autoría directa, del Secretario de Defensa Donald Rumsfeld, que ya desafió el saber convencional con éxito en tres ocasiones: el lanzamiento del escudo antimisil, la rápida guerra de Afganistán y el rediseño de las FF.AA. estadounidenses. Y teniendo en cuenta el origen saudita de los atentados del 11 de septiembre, el contorno de su idea puede empezar a completarse.

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Donald Rumsfeld (der.) con el general de Marines Peter Pace.
 
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