EL MUNDO

Una estrategia que parece diseñada por gerentes

Si reducir las bajas norteamericanas responde al síndrome de la guerra de Vietnam, obtener resultados rápidos sintoniza con la forma en que actúa el mundo de los negocios. Aquí, el plan militar norteamericano y el miedo a una sola cosa: la trampa de las ciudades.

Por Luis Prados

La caída de la capital iraquí, que será rendida sin sitiarla, es la prevista escena final. La operación esta vez no tiene nada que ver con la Tormenta del Desierto. En 1991 se trataba de expulsar a un ejército invasor, el iraquí, de Kuwait. Ahora, el objetivo es expulsar a Saddam, cambiar su régimen. No hay, por tanto, retirada posible, sólo su rendición total.
La previsibilidad de la estrategia norteamericana se debe también a una serie de imperativos políticos y a la lógica de su superioridad tecnológica. Como señaló José Luis Calvo Albero, del Real Instituto Elcano de Estudios Internacionales de y Estratégicos de Madrid, “la forma de EE.UU. de hacer la guerra incurre en dos ‘defectos tradicionales’: La extrema sensibilidad ante las bajas, herencia de Vietnam, lo que provoca rigidez en los planes militares, y la falta de paciencia de los militares y la obsesión por los resultados propia de la cultura empresarial, que imponen la necesidad de una guerra corta”. Es decir, que dure semanas, no meses.
No menos importantes para predecir el curso de la guerra son las características de las fuerzas norteamericanas y británicas ya desplegadas en el golfo Pérsico y en el propio teatro de operaciones.
Potencia de fuego
EE.UU. tiene en la zona casi la mitad de su flota de portaaviones. Tres de ellos (Lincoln, Kitty Hawk y Constellation ) en el golfo y dos en el Mediterráno oriental (Harry S. Truman y el Theodore Roosevelt). Cada portaaviones viaja con un grupo de batalla compuesto por, al menos, dos cruceros, un destructor y un submarino, y lleva a bordo unos 70 aviones, de los que unos 50 son de ataque, como los F/A-18 Hornet y los F-14 Tomcats.
Cada una de esas alas aéreas puede atacar 700 objetivos al día, bajo cualquier condición climática de día y de noche, gracias a las municiones de precisión guiadas por satélite. Para hacerse una idea del avance tecnológico producido en estos 12 años, baste decir que, durante la Tormenta del Desierto, esas escuadrillas sólo podían atacar 200 objetivos al día y muy pocos de ellos podían hacerlo de noche o con mal tiempo. Hoy, además, las tripulaciones reciben ahora la lista de sus objetivos en tiempo real, es decir, en pleno vuelo sobre el campo de batalla.
El despliegue de la fuerza aérea no se queda atrás. El Pentágono cuenta con importantes bases en Kuwait, Bahrein, Qatar –la que tiene una pista más larga, 4,5 kilómetros, y capacidad para 120 aparatos–, Emiratos Arabes Unidos, Omán, Turquía y la isla de Diego García, en el Indico.
Desde ellas operarán, entre otros, los cazabombarderos F-15E, F-16 y F117 y los bombarderos B-52, B-1 y B-2. Estos últimos abandonaron por primera vez en su historia su base en Whiteman (Misuri) y han sido trasladados a Diego García, lo que les permitirá realizar dos misiones diarias.
El presidente de la Junta de Jefes de Estado Mayor del Ejército de EE.UU., general Richard Myers, lo dejó muy claro hace unas semanas: “Queremos un conflicto breve y la mejor forma de lograrlo es provocar un colapso del sistema para que el régimen iraquí asuma inmediatamente que la derrota es inevitable”.
Las bombas inteligentes, guiadas por un sistema de navegación, pasaron del 10 por ciento del total de arrojadas en 1991 a un 80 por ciento.
Pero, pese a que este tipo de munición tiene una probabilidad de error de menos de 10 metros a la redonda del objetivo, como dice Michael O’Hanlon, investigador de la Brookings Institution de Washington, Irak decidió “ocultar sus armas cerca de viviendas, escuelas, hospitales ymezquitas, como lleva haciendo desde hace 12 años para defenderse de los bombardeos rutinarios de norteamericanos y británicos”. También, como señalan los británicos del Royal Institute Of International Affairs, los iraquíes “descentralizaron al nivel más bajo posible el sistema de mando y control de su Ejército. La responsabilidad de cada centro urbano fue delegada a un soldado de alto rango de la máxima confianza”.
Logre o no Irak minimizar este castigo aéreo, simultáneamente a él, norteamericanos y británicos iniciarán la invasión terrestre principalmente desde el norte –Turquía y la región semiautónoma del Kurdistán iraquí– y desde Kuwait, al sur, que harán pinza sobre Bagdad. Miles de soldados, entre ellos, previsiblemente, los 20.000 hombres de la legendaria 101ª División Aerotransportada, serán lanzados en paracaídas detrás de las líneas enemigas con el fin de capturar objetivos clave. Entre sus misiones estarán garantizar el control de los campos petrolíferos de Mosul y Kirkuk.
Al tiempo, la I Fuerza Expedicionaria de Infantería de Marina norteamericana (62.000 marines) y diversas divisiones acorazadas y mecanizadas, tanto de Estados Unidos como británicas, avanzarán desde el sur a toda velocidad hacia la capital iraquí, probablemente esquivando los posibles focos de resistencia y dejándolos para otras tropas de refuerzo.
En el sur, de terreno desértico y población mayoritariamente shií, no cabe esperar una gran oposición al avance de las fuerzas extranjeras.
Milicias kurdas
En el norte, de terreno montañoso y donde las dos milicias kurdas suman unos 40.000 guerrilleros, el principal obstáculo puede ser Tikrit, la ciudad natal de Saddam, de 28.000 habitantes, y donde el dictador iraquí concentra a sus fuerzas más leales.
La resistencia que ofrezcan los iraquíes a la invasión es de momento una incógnita. Las fuerzas militares de Irak son actualmente un pálido reflejo de lo que fueron. El ejército regular está formado por 375.000 hombres, frente al casi millón que tuvo en 1990, según datos del Instituto de Estudios Estratégicos (IISS) de Londres, mal armados y peor entrenados. A ellos hay que sumar los 100.000 hombres de la Guardia Republicana.
El arsenal iraquí es también una sombra de lo que fue. Unos 2000 tanques y 316 aviones obsoletos y unas docenas de misiles balísticos sobre los que reina la incertidumbre respecto de su alcance, precisión, operatividad y capacidad para llevar carga química o bacteriológica.
Las opciones iraquíes se reducen, según la mayoría de los analistas, a forzar a norteamericanos y británicos a luchar en las ciudades, principalmente en Bagdad, y evitar el error de 1991, cuando los pilotos norteamericanos jugaron al tiro al blanco en campo abierto con sus columnas de blindados. La eventualidad de una batalla de Bagdad como fase final de la actual campaña evoca los casos de Panamá en 1989, la tragedia de Mogasdicio (Somalia) en 1993 e incluso el desastre ruso en Grozni (Chechenia) en 1994.
Los responsables militares de EE.UU. aseguran que no van a caer en esa trampa. El teniente general William S. Wallace explicó al New York Times desde su base en Kuwait su visión de esa batalla. Lo primero, dijo, “es evitar la lucha casa por casa tipo Berlín al final de la II Guerra Mundial”. Tampoco se plantea un sitio prolongado de la ciudad ni ve sentido a esas comparaciones históricas. “Si hay que luchar dentro y en los alrededores de Bagdad”, afirmó, “seremos muy pacientes en establecer la condiciones adecuadas para el combate. Esto significa el dominio del espacio aéreo sobre la capital y la formación de equipos conjuntos de infantería ligera, fuerzas acorazadas, ingenieros y fuerzas especiales para atacar objetivos específicos”, como los principales centros de poder de Saddam.
Esa es la estrategia, pero, como humorísticamente comentó el general Franks en una de sus últimas ruedas de prensa antes de que comenzara laguerra, “las predicciones son difíciles, sobre todo si tienen que ver con el futuro”.

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