EL MUNDO › OPINION

El fin de la aventura americana

 Por Claudio Uriarte

José Luis Rodríguez Zapatero, el próximo primer ministro de España, prometió en su campaña electoral que si ganaba iba a retirar sus tropas de Irak. Eso se dice más fácil de lo que se hace: las relaciones de España con Estados Unidos tienen una armazón estructural que vuelve difícil deshacer hoy lo que se hizo apenas ayer, pero no hay dudas de que la Casa Blanca está en problemas. Sucede que las buenas relaciones y las simpatías de España con el mundo árabe también son estructurales, y en este sentido, fue el gobierno saliente de José María Aznar el que giró en descubierto al integrar la coalición liderada por Estados Unidos, y poner a la política exterior de su país en curso de colisión con toda su naturaleza y su historia. En otras palabras, y en medio de una economía en boom, es dudoso si la evidencia de la manipulación informativa para desviar hacia la ETA la culpa de los atentados de Al-Qaida hubiera tenido el efecto de dar vuelta la tortilla electoral tan limpiamente si Aznar no hubiera cometido la temeridad de lanzar a su país a la guerra con el 91 por ciento de su opinión pública en contra.
¿Se desbanda la coalición montada por George W. Bush para invadir y reinventar Irak? Probablemente, pero no sólo por la baja de España sino por el proceso electoral en Estados Unidos. George W. Bush está acorralado por los malos números de la economía y especialmente el desempleo, y no se ve claramente de qué modo podrá sortear la prueba de su reelección en noviembre –salvo, quizás, la captura de Osama bin Laden, o un atentado grande dentro de territorio norteamericano–. Su fijación del 30 de junio como fecha indeclinable del traspaso del poder formal a los iraquíes mandó una inequívoca señal de aliento a los extremistas, y una equívoca señal de desorientación a sus aliados. Desde luego, nadie espera que las tropas norteamericanas se retiren el 30 de junio, pero, no obstante, el anuncio evidenció debilidad. En estas condiciones, todos los posibles puntos débiles de la coalición anti-Saddam empiezan a temblar, y el mundo se vuelve más peligroso que antes de la guerra. Por cierto, lo de ayer no tiene mucho que ver con esto, sino con el extraordinario paso en falso de Aznar al atribuir taxativamente el cuádruple atentado del jueves a una organización tan diezmada que últimamente sólo sirve para matar concejales de pueblo, cocineros de la Marina o mandaderos en bicicleta. Pero, si desde el centro del imperio se sugiere que el imperialismo es una actividad part-time, a suspenderse en caso de lluvia o elecciones –y tan part-time como el servicio militar trucho que W. ni siquiera cumplió en las Guardias Nacionales Aéreas de Texas y Alabama–, ¿cómo evitar que los reclutas conseguidos para ayudarlo a soportar la carga del hombre blanco caigan uno tras otro como un castillo de naipes?

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