EL MUNDO › OPINION

Mejor tarde que nunca

Por Rossana Rossanda*

El resultado de las elecciones españolas cambió la tendencia. Hablamos del estupor, también nuestro, de ver que un país golpeado horriblemente tres días antes, en lugar de replegarse automáticamente al orden, hizo un contundente razonamiento: nos golpean porque el gobierno nos metió en guerra contra Irak, una guerra que el 85 por ciento de nosotros no deseaba, y después de habernos tirado encima a la Jihad, por tres días trató de confundirnos sobre los autores del atentado. Y ese gobierno fue borrado de un plumazo.
Ni siquiera nosotros pensábamos ya que la opinión pública, envenenada de esa manera por el gobierno y la televisión, reaccionara con tanta lucidez y decisión. Tendríamos que darles más crédito a nuestros propios argumentos. Los votos que Aznar perdió fueron al PSOE, que sin su oposición a la guerra difícilmente los hubiera obtenido. España no había perdonado a los socialistas de González la corrupción, la ilegalidad, la debilidad, las esperanzas incineradas. Pero no pensó en términos de pequeña política, privilegió salir de las manos de un presidente belicista y conflictivo. También los italianos deberían pensar así en las próximas contiendas electorales. En cuanto al PSOE, deberá gestionar ahora una situación difícil sin repetir los errores del pasado. Aunque seguramente algo entendió: ha firmado en forma inmediata la discontinuidad respecto de la política exterior del gobierno de Aznar.
Es un resultado que descompagina la aparente tendencia europea. Francia había ido hacia la derecha y hacia la derecha fue Grecia hace unas semanas, hacia la derecha fueron también algunas elecciones parciales aunque significativas en Alemania. Pero ya no es una certeza que seguirá siendo así: por más enojados que estén los ciudadanos por políticas económicas miopes o restrictivas, que lejos de propiciar una reactivación la vuelven aún menos probable, la elección fundamental sigue siendo la cuestión de la guerra y la paz. Y si se votara mañana ninguno juraría sobre la permanencia de Berlusconi o de Blair. Y no nos vengan con lo que algunos ya esgrimen: no podemos permitir que el terrorismo decida nuestro destino. La simple verdad es que este terrorismo islámico no puede ser vencido en el plano militar porque es una red clandestina, seguramente articulada, potente en cuanto a sus medios, y que utiliza las humillaciones y sufrimientos a las que se ve sometido el enorme sector mediooriental. Bush y sus torpes aliados evocaron ese fantasma, del que nada sabían, y lo han multiplicado. Por cierto un fantasma feroz, que se jacta de su tradición de muerte, dada y recibida, y está decidido a vengarse. Hoy, quizás un retiro de Irak y una solución justa para los palestinos podría frenarlo, quitándole el agua en la que nada. Mañana no hay certeza de que esto sea todavía posible.
Elegir la paz es, en definitiva, la única “realpolitik”. Esta exige no más “inteligencia” pero sí más inteligencia: exige entender dónde se pusieron brutalmente los pies, exige sanar al menos algunas de las más clamorosas heridas, exige erradicar el terrorismo propiamente dicho, separándolo de los sufrimientos que le permiten expandirse. En síntesis, terminar con la actual actitud obtusa de Occidente sumada al antiguo deseo de rapiña que le es propio. Esto, que ha comprendido el modesto PSOE, es lo que la izquierda italiana debe entender. Mejor tarde que nunca.

* De Il Manifesto. Especial para Página/12.

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