EL MUNDO › LA CIUDAD ETERNA, CAOTIZADA POR UN MAR DE GENTE

El adiós que colapsa Roma

La Protección Civil romana pidió a los fieles que “no vengan más” a hacer filas para despedirse de Juan Pablo II. A la capital italiana ya llegaron 2,5 o 3 millones de personas. Está en marcha el calendario para elegir al nuevo Papa.

Por Oscar Guisoni
Desde Ciudad del Vaticano

“Ya no vengan más.” La frase, mejor dicho el ruego, la pronunció ayer por la tarde Guido Bertolaso, el comisario extraordinario que dirige la Protección Civil encargada de garantizar que la multitud que está llegando al Vaticano pueda dar su último adiós al papa Juan Pablo II sin provocar el colapso de la capital italiana, que jamás en su historia ha vivido un momento igual. Veinte minutos después de las 10 de la noche, las autoridades cortaron por razones de seguridad el acceso de los fieles a las filas.
El momento más temido ayer se hizo realidad. Bertolaso emitió un comunicado alarmante a media tarde, en el que describía a Roma como un vaso lleno al que “una simple gota puede hacer rebalsar en las próximas horas” si no se toman medidas efectivas para que ello no ocurra. Pero, ¿cuáles son esas medidas que deberían detener el huracán humano desencadenado por la muerte de Karol Wojtyla? Bertolaso no lo tenía muy claro. Para empezar, la Protección Civil dirigió un pedido desesperado a “todos los habitantes de la ciudad” para que “abran sus casas y también sus negocios para acoger a los peregrinos que están arribando”, ya que las estructuras dispuestas en “todos los lugares disponibles” que se han podido localizar alcanzaron su punto de saturación durante la mañana del miércoles.
No bastaron todos los estadios, ni los parques, ni las escuelas. No alcanzaron las carpas, las cobijas, ni las almohadas. Ya no hay hoteles libres, ni en Roma, ni en los pueblos en un radio de 25 kilómetros a la redonda. Y en la tarde de ayer los responsables de la seguridad pública comenzaron a preocuparse ante la eventualidad de que miles de personas tengan que pasar las próximas noches durmiendo por las calles en cualquier rincón, a fuerza mayor. Los estacionamientos también rebalsan y los que fueron preparados especialmente para los micros que llegan del exterior están repletos. Las estaciones ferroviarias trabajan al máximo de su capacidad, durante las 24 horas del día, y hasta se está pensando en suspender la llegada de unos 55 trenes especiales que estaban programados para el día de hoy, cuyos billetes están ya todos vendidos, para no terminar provocando el derrame del “vaso de agua” que tanto le quita el sueño a Bertolaso.
En medio de semejante caos hasta es difícil para las autoridades elaborar una cifra de la cantidad de personas que han llegado a la “ciudad eterna” durante las últimas horas. Una previsión de la policía estimó que ayer un millón de peregrinos se reunió durante el día en torno a la Basílica de San Pedro. Bertolaso y su troupe calculan que a la capital italiana llegaron ya 2,5 o 3 millones de personas, duplicando de ese modo la cantidad de habitantes de la ciudad.
Basta darse una vuelta por las calles de Roma para comprender por qué Bertolaso está tan nervioso. El tráfico en torno del centro histórico llegó a su punto de colapso cerca de las cinco de la tarde, cuando los micros que traían a los peregrinos desde las estaciones ferroviarias y desde los cinco puntos de arribo establecidos por la intendencia local comenzaron a bloquearse entre ellos creando una embotellamiento espectacular que dejó atónitos e impotentes a los romanos que a esa hora abandonaban sus oficinas luego de una particular jornada de trabajo.
Para tomar el metro en las paradas de Ottaviano (Plaza San Pedro) o de Roma Termini, donde funciona la más grande estación ferroviaria romana, había colas que llegaban hasta la calle y en algunos momentos superaronlos 100 metros de largo. El intendente Walter Veltroni pidió desesperadamente a los habitantes de la ciudad que no utilizaran los autos particulares, y los que le hicieron caso se encontraron ante gigantescas filas en las paradas de los micros urbanos que, como era de esperar, llegaban todos repletos y, en muchos casos, ni siquiera se detenían a recoger nuevos pasajeros.
La situación es tan crítica que Veltroni y su equipo evaluaban con seriedad, durante las últimas horas de ayer, si era conveniente o no prohibir directamente la circulación de vehículos durante hoy y mañana, cuando a las 10 hora romana den comienzo los funerales de Juan Pablo II. “El riesgo que corremos”, afirman los responsables del tráfico, “es que el colapso sea total y Roma se paralice durante horas, sin que podamos remediarlo”.
Mientras, el pedido de la Protección Civil de que “ya no vengan más” era traducido ayer en todos los idiomas de Europa, con la esperanza de detener a aquellos que todavía no han emprendido el viaje hacia Ciudad del Vaticano. “Es inútil viajar ahora”, sostienen los cansados voluntarios enfundados en sus trajes verdes, mientras corren de una emergencia a la otra. “La cola es tan larga ahora que se supone que una persona que apenas llega debe esperar una media de 12 a 15 horas para llegar a entrar a la Basílica. Queda un solo día para ver al Papa. Haga usted mismo las cuentas.”
En la mañana, en la zona cercana a la estación del metro Ottaviano se verificaron los primeros preocupantes incidentes públicos. A la Protección Civil se le acabaron las barreras de metal con las que se organiza a la multitud y se perdió el control de la fila humana, haciendo temer un desmadre que después, por fortuna, no ocurrió. A mediodía, abriéndose paso entre la gente, llegaron los camiones cargados de refuerzos y la situación volvió a su normalidad.
Tarde o temprano, Guido Bertolaso y sus colaboradores saben que deberán tomar otra dolorosa decisión: habrá que ponerle un fin a la marea humana, utilizando si es preciso a las fuerzas de policía, para que impidan que se sigan alimentando las enormes filas. “No se podrá cerrar la Basílica dejando con las ganas a los peregrinos que han esperado 15 horas para entrar”, explican con criterio. Si ello ocurriera, temen las autoridades del Vaticano, se corre riesgo de que la gente se enoje y la situación se vuelva ingobernable. “No sería la primera vez que ocurre”, sostienen los veteranos de la Guardia Suiza del Papado, que ya han tenido que afrontar situaciones similares en otras ocasiones.
La gran afluencia de personas dio lugar a otro lamentable fenómeno, que la Guardia de Finanza romana (la especial Policía fiscal italiana) intentó detener sin lograr grandes resultados: el aumento desmesurado de los precios de la comida y la bebida en los bares y restaurantes alrededor de la Ciudad Santa. Cinco euros un miserable sandwich, cuatro euros una latita de gaseosa, de una pizza mejor no hablar.
Como no podía ser de otro modo, el público comenzó a enojarse con los “desalmados comerciantes” y no faltaron incidentes en los centenares de locales comerciales que desde hace cuatro días se hacen su agosto a costillas de los peregrinos. “Son peores que los mercaderes del templo”, explica a Página/12 una señora italiana mientras amenaza con denunciar al dueño de un bar que quiso cobrarle “seis euros un café”. El señor detrás de la barra cambia de idea cuando se da cuenta de que “ha llegado la prensa” y la señora aprovecha para irse sin pagar, dando un sonoro portazo. “Así aprenden, ¡miserables!”, grita desde la vereda.
Otra dificultad que todavía no ha sido afrontada es cómo garantizar, a partir de mañana, que la ciudad pueda vaciarse sin que colapsen los medios de transporte que la conectan con el resto del mundo. Las autoridades ferroviarias han hecho saber que será casi imposible atender la demandadesmesurada de pasajes por más que se multipliquen los servicios disponibles, mientras que los aeropuertos que ya trabajan al borde de su capacidad tampoco podrán afrontar la emergencia.

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Miles de ciudadanos esperan su turno para rendir su respeto ante el cuerpo de Juan Pablo II.
 
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