EL MUNDO › OPINION

La paz que no será

 Por Claudio Uriarte

La nueva guerra que está tomando cuerpo en Medio Oriente no va a abrazar a toda la región, por el simple motivo de que los países árabes carecen tanto del interés como de la fuerza para intervenir en favor de los palestinos. En este punto, la solidaridad árabe se reduce al mantenimiento de una frontera caliente en el norte, desde el Líbano y por parte de Siria y de Hezbolá –organización financiada por Irán–, y al contrabando de armas por redes clandestinas desde Líbano, Egipto y Jordania. De parte de Siria, la operación de desestabilización se dibuja en el estrecho horizonte de la devolución de las alturas del Golán, no de una guerra general que sólo convendría a los palestinos. De parte de las redes islamistas, la ayuda al arsenal palestino busca tanto beneficiar a éstos como reforzar la mano de los islamistas dentro de los Estados árabes desde donde operan.
Dentro de este panorama, Arabia Saudita ha lanzado un “plan de paz” que se parece más bien a un elefante blanco. Primero, porque no es un plan de paz, sino una oferta de reconocimiento y establecimiento de relaciones diplomáticas normales con el Estado judío si éste se retira a sus fronteras de 1967. Los sauditas prometen incluso que llevarán esta propuesta a la cumbre de la Liga Arabe que se realizará este mes. Pero como Israel no va a retirarse a las fronteras de 1967, sin compensaciones de seguridad y en medio de un hervidero palestino de evolución poco confiable, no se puede hablar de plan ni se puede hablar de paz. En realidad, el plan de Arabia Saudita se reduce al viejo intento de seducir a Estados Unidos para que apoye decisivamente a la causa árabe. Esto implica presionar a Israel para obligarlo a aceptar un acuerdo internacionalmente negociado que divida Jerusalén en dos –lo que puede llegar a concebirse, e incluso fue ofertado sin éxito a Yasser Arafat durante las negociaciones de “Camp David 2” a finales de 2000– e imponga el derecho de los refugiados palestinos a volver al lugar del que fueron expulsados, es decir a Israel –lo que Israel no aceptará, porque implicaría su desaparición como Estado judío–. En otras palabras, el “plan saudita” no es más que propaganda y ni siquiera demasiado buena, ya que nadie cree seriamente que estados como Libia, Irak o Siria vayan a respaldar el reconocimiento de Israel en la cumbre de la Liga.
Por todo esto, lo que vendrá no se dibuja en el plano regional, sino circunscripto a los territorios ocupados. Que lo serán cada vez más a medida que Israel avance en su guerra de desarme y aniquilación de redes.

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