EL MUNDO › HABLAN LOS FAMILIARES DE LOS CAUTIVOS DE OSETIA

“Habrá guerra luego de esto”

Por A. O. *

Yendo y viniendo en su modesta cocina, a unas pocas cuadras de la escuela Nº 1 donde había por lo menos 350 rehenes, Aza Ezaev intentaba poner ayer cara de valiente mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. Como la mayoría de la gente en Beslán, una pequeña ciudad en el norte del Cáucaso de 35.000 personas, Aza, de 74 años, tiene amigos y familiares en la escuela: su hermano, su cuñada y tres nietos.
Mientras preparaba té, las explosiones reverberaban desde la escuela, en momentos en que los secuestradores lanzaban granadas de propulsión misilística contra las fuerzas especiales rusas que buscaban mejorar sus posiciones. “Tengo cinco familiares dentro y sé el único modo en que terminará esto: mal. Esta gente (los secuestradores) no son humanos. No tienen conciencia ni escrúpulos.” Con cara de piedra, su hijo Alex asentía. “Hay un solo modo en que esto puede terminar y esto es con derramamiento de sangre. Esta gente vino por sólo una razón. No tiene nada que perder. Tenemos un dicho: Rusia necesita el Cáucaso pero sin la gente que vive aquí. Estos bastardos deberían ser procesados y baleados.”
El teléfono de Ezaev no paraba de sonar. “Sí, todo está bien aquí. Estamos esperando”, dijo Larisa, cuñada de Aza, a un amigo que la llamaba de Ucrania, mientras sollozaba despacio. Afirmó que los secuestradores eran “árabes, chechenos e ingushes”. La última palabra la pronunció como si escupiera un pedazo de carne podrida. “La culpa es de los ingushes. Siempre han sido un pueblo de corazón duro. Stalin los deportó y todos estábamos contentos de que se hubieran ido, pero luego volvieron y empezaron los problemas. Nosotros somos personas creyentes, pero estamos rodeados de musulmanes y de fuerzas hostiles por todos lados.” “¿Cuánto puede alguien perdonar al que mata? No puede. Va a haber guerra luego de esto y nosotros pelearemos.”
Boris, el nieto de Aza, un joven de 17 años, alumno de la escuela Nº 1, dijo que tuvo suerte. Se había quedado levantado hasta tarde mirando una película y se quedó dormido. Cuando un amigo lo llamó para preguntarle si iba a ir a la escuela, él se dio media vuelta y volvió a dormir. Dos horas después la escuela y la mayoría de los alumnos habían sido secuestrados por cerca de 20 rebeldes.
Más tarde, cayeron dos amigos de la familia. Uno de ellos, Aslan, dijo que todos los que él conocía y eran importantes para él estaban atrapados ahí. “Somos muy apegados en Osetia. Casi todos somos familiares. Nos estamos dando fuerzas entre nosotros.”
Los rumores abundaban: que los tanques estaban en camino desde la vecina ciudad de Vladikavkaz, que todos los hombres en la escuela habían sido asesinados sanguinariamente, que un número no especificado de rehenes había sido liberado, que los cuerpos de los niños habían sido arrojados por la ventana o que los perros mordisqueaban los cadáveres frente a las escuela. Fátima, una empleada de la Oficina Central de Correo, se acerca corriendo, y pregunta: “¿Es verdad que han liberado a algunos rehenes?”. Como la mayoría de los habitantes de Osetia, tiene una historia trágica para contar. A su novio le dispararon cuando intentó tomar una arma y detener a los rebeldes. Su cuerpo yace aún ahí donde cayó. “No podemos recuperarlo.” Con cada nueva explosión, las mujeres sollozaban y los hombres se agarraban la cabeza. “¿Cuando dejarán de matar a nuestros niños? –preguntaban–. ¿Cuándo terminará todo esto?”

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Alicia B. Nieva.

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