EL PAíS › OPINIóN

Chanchos con elecciones

 Por Eduardo Aliverti

Da un tanto de (falsa) vergüencita entrometerse con cuestiones políticas domésticas, cuando buena parte del mundo parece completar la obra de su pandemia económica con otra virósico-porcina de alcances, por ahora, igual de impredecibles.

De hecho, por fuera de quienes protagonizan el microclima de acuerdos y desarreglos electorales, quedaron muy pocos resquicios mediáticos que no se dedicaran en forma obsesiva a barbijos, aeropuertos, vacunas antigripales y modos de contagio. Casi desapareció el dengue, sin ir más lejos, y no por razones estacionales. De entre 20 y 100 mil infectados, según se tomen las cifras oficiales u oficiosas, a prácticamente la nada. Para no hablar de “la inseguridad”, que de la noche a la mañana se ausentó de los grandes titulares gráficos y audiovisuales como sucede, siempre, cuando no hay algo mejor para provocar bombazos. Por supuesto, no hay esperanzas de que esos abruptos desvanecimientos habiliten alguna reflexión masiva en torno de cómo se manipula la información, ya sea por razones de intereses político-corporativos o de mero impacto dramático. Pero se supondría que todavía quedan mentes despejadas, en condiciones de preguntarse cómo puede ser que de un momento a otro las noticias salten de aquí para allá sin ton ni son aparente. Del delito urbano a los mosquitos, del paco a la cotización del dólar y de los mosquitos a los chanchos. ¿Es tan difícil advertir que el vector de todas esas impresiones es el miedo? El fogoneo del miedo. Tengamos miedo, es la orden no escrita. Miedo del otro, miedo de salir a la calle, miedo de que la economía se derrumbe, miedo al estornudo, miedo a que nos dejen sin trabajo las empresas que la levantan en pala, miedo a unas líneas de fiebre. Miedo. Cuanto más miedo, más reclusión. Cuanta más reclusión, menos agrupamiento social y menos solidaridad. Fórmula eficaz, cómo que no: asustar a la gente. Porque gente asustada es más o menos igual a gente que cree/apoya/vota al primer mago que el imaginario de los asustados quiera imaginarse como tal. ¿Nadie repara en si acaso no hay negocio ideológico, y luego o antes pecuniario, en que cada vez tengamos más miedo? ¿Tan pocos son los que se detienen a dudar, aunque sea, de los beneficiarios del temor permanente? ¿Quiénes manejan vacunas, empresas de “seguridad” privadas, antivirales, pánicos financieros? ¿Quiénes conducen los medios que sobreactúan todo eso? Y así sea que todo eso se monta de manera cierta en peligros que provienen de profecías autocumplidas, ¿cuántos se preguntan quiénes son los montadores antes de, simplemente, sucumbir ante el miedo?

Preguntas, todas, que semejan a abstracciones porque, como quiera que sea, es complicado escapar al miedo o no tener, al menos, interrogantes angustiosos. Entonces uno se remite a científicos, cientistas sociales, economistas, infectólogos, relatores de las Naciones Unidas, en la presunción de que sólo ellos tienen o podrían tener las respuestas. Uno mismo se vence y (se) dice “dejémosle las contestaciones (técnicas) a ellos”, porque nadie o pocos se convencerán de que las respuestas son, finalmente, políticas. De conducción política. De para dónde va el mundo con este capitalismo depredador. Y la política criolla, desde ya, queda bien lejos de esas respuestas o planteos, aunque cabe reconocer que, tanto aquí como en una muy buena porción de América latina, hay mínimamente –y hasta un poquito más también– cierto debate ideológico del que carece el resto del orbe. Es la única región donde “pasa algo” en ese plano. Pero el problema consiste en que la temperatura electoral disminuye o pulveriza, como ahora en Argentina, las probabilidades de advertirlo. No porque no pueda notárselo apenas se raspa la cáscara, sino por el modo en que se lo expresa.

Los K vienen de cometer la grosera tontería de plantar como eje que se trata de ellos o el caos, mediante una táctica que profundiza lo iniciado con las candidaturas “testimoniales”. Jugar a todo o nada a través de esos artilugios es justamente lo que podría generar serias convulsiones institucionales, porque en caso de una derrota –que aparece factible o con números que serán susceptibles de ser leídos como tal– habrán echado por la borda todo lo que acumularon. Y, paradójicamente, son ellos mismos quienes desmentirían que esa acumulación fue real, si es que una caída en comicios parlamentarios desata una catástrofe como la que prenuncian. ¿Querría decir que las cosas quedarían, por ejemplo, como para De la Rúa y la Alianza después de las legislativas de octubre de 2001? Pues vaya con lo mal que hablaría eso de la fortaleza conductiva del kirchnerismo. Porque además son también las propias tropas oficialistas quienes insisten, con tanta exageración como buenas razones, en la solidez que presenta la economía (reservas, superávits gemelos, inconvenientes de financiamiento solucionables, etc.) frente a la crisis internacional. ¿Cuál es, en consecuencia, la sensatez de meter miedo también en esto? ¿No sería mucho más eficiente desdramatizar el tono, mostrándose seguros de que lo actuado hasta aquí es lo que permite quedar a salvo de amenazas graves cualquiera sea el resultado electoral? La contestación suena afirmativa, tanto como que posiblemente ya sea tarde porque se los ve cebados.

Este talante del kirchnerismo, por lo pronto, le cae a la oposición como anillo al dedo, porque le despeja la responsabilidad de ofrecer alternativas explícitas, obvias en lo ideológico pero desconocidas en la acción de medidas concretas (como no sea para cortejar a los campestres en todas sus pretensiones, hasta el punto de haberlos sumado a sus filas directamente). Baste como modelo la respuesta de Macri a la aseveración de Kirchner, acerca de que el país explotará si pierde el oficialismo. “Sí, explotará pero de alegría...”, contestó con sagacidad quien vive de franco para, con ello, darse el lujo de reducir el cotejo de ideas a un mero juego de frases maximalistas, o ingeniosas, o chicaneras. ¿Qué mejor que quedarse a descansar allí en lugar de someterse a la exhibición específica de que tanto la variante del conservadurismo antiperonista, encarnado en radicales y Coalición Cívica, como la del peronismo liberal de De Narváez, Macri, Solá y adyacencias, significan efectivamente el retorno a lo que el país ya probó?

Con las cosas así de distorsionadas gracias a los errores oficiales, es muy probable que, también en efecto, muchos, quizá la mayoría, no perciban que se trata de la restauración conservadora o de profundizar un cambio tímido, si se quiere muy tímido, pero con rasgos positivos (o algo más que eso en la comparación con lo ya experimentado). Aun cuando esa restitución liberal no suponga la calamidad que azuzan los K sino, sencilla pero contundentemente, la vuelta a un país más injusto de lo que ya es.

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