EL PAíS › DOS OPINIONES EN TORNO DE LAS ACUSACIONES CONTRA LOS MOVIMIENTOS SOCIALES

El estigma sobre lo popular

El discurso mediático asocia piqueteros y organizaciones sociales con violencia y delito, omitiendo su historia de luchas contra el neoliberalismo y las herencias de la dictadura. La relación con el Gobierno y el rol de la oposición.

Una oposición destituyente

Por Luis Ammann *

Hay hechos que en sí mismos son irrelevantes, pero cuya real importancia se evidencia en el contexto en que se inscribe su difusión.

En ocasión de ingresar al Consejo Profesional de Ciencias Económicas, un símbolo del neoliberalismo en la provincia de Jujuy, un grupo de personas arrojó huevos sobre el político Gerardo Morales y causó daños menores en el edificio. El senador Morales, presidente de la UCR, es el jefe de la oposición al gobierno nacional, liderazgo que ejerce con una vehemencia proporcional a las disputas internas en ese espacio donde hay, por lo menos, cinco aspirantes a candidatos a la presidencia del país para las elecciones de 2011.

El “escrache”, una forma de repudio no exenta de violencia, que le propinaron esas personas al opositor Morales, no fue diferente del que sufriera hace unos meses el diputado oficialista Agustín Rossi por parte de productores agropecuarios. En un caso fueron los excluidos, en el otro, los que constituyen el riñón del sistema; en ambos se evidenció la crispación que vive la Argentina.

Lo significativo de este hecho menor es que Morales soltó una andanada de acusaciones contra la principal estructura social de base de Jujuy y una de las más importantes en el país: la Túpac Amaru. Según Morales, la dirigente de esta organización Milagro Sala fue responsable de la agresión que sufriera y le atribuyó manejar tanto fondos oficiales como grupos armados. Posteriormente, la prensa antigubernamental en Argentina ha enfatizado su ataque a ésta y otras organizaciones a las que denominan genéricamente “piqueteros”.

Hoy, ya establecido que la Túpac Amaru no tuvo participación en el repudio a Morales, y Milagro Sala fue reivindicada en diversos actos en Capital Federal y en Jujuy, queda la reflexión sobre el ensañamiento mediático con las alineaciones sociales.

El ataque de Morales y la prensa que se siente perjudicada por la reciente Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual se inscribe en un contexto de oposición al Gobierno que tiene un nítido carácter destituyente. Estas arremetidas tuvieron su punto máximo a mediados del año pasado, cuando el Gobierno intentó profundizar políticas de distribución de la riqueza aumentando las retenciones al agro. El propio vicepresidente, votando en contra del gobierno que integra, se mostró disponible para una eventual renuncia de la Presidenta.

El episodio que protagonizó Morales en Jujuy es irrelevante. No lo es, según puede apreciarse en el despliegue periodístico, la prédica destituyente de una oposición que tampoco consigue resultados en el Parlamento. Pero que es muy hábil para confundir a la clase media urbana y procura crear las condiciones para volver a los años ’90.

* Vocero del Partido Humanista.


Milagro Sala no ríe. Milagro Sala odia

Por Daniel Rosso *

Milagro Sala toma el micrófono de TN y responde. Es segura, veloz, fluida. Su discurso es ordenado. Intercala sus declaraciones con la búsqueda de documentos que utiliza para sostener lo que dice. Eleva un papel y pregunta si la cámara puede hacer foco en las firmas. Milagro Sala se defiende. Se defiende bien. Han dicho de ella que es violenta, arbitraria y barrabrava. Han dicho que fue convicta. Dicen que es mafiosa y que anda en las drogas. Los grandes medios, siempre que pueden, retratan a los desposeídos en su rol de víctimas. Los describen envueltos en su tristeza y en su inacción. Es el registro de visibilidad estandarizado para los pobres: inertes, entristecidos, desguarnecidos. Es clientelismo emocional: les dan visibilidad a cambio de que ellos, las víctimas, les provean el rating de sectores medios que encuentran la oportunidad rápida y cómoda de ejercer la piedad, la indignación o alguna otra emoción virtuosa y pasiva. Hemos tenido un ejemplo emblemático esta semana en el programa del siempre creativo Chiche Gelblung, que descubrió a la mujer más pobre del país en un paraje olvidado del monte norteño. En el clientelismo emocional hay inacción. Las víctimas y los que se indignan porque hay víctimas permanecen en el lugar establecido para ellos: el de espectadores. Pero los pobres suelen abandonar el rol de víctimas. Suelen mutar en sujetos políticos. Entonces, los grandes medios ya no pueden hacer clientelismo emocional. Esos tipos se transforman en tipos de acción. Puede que hasta a veces patoteen o sean demasiado enérgicos en el ejercicio del poder. Puede que trasladen a su accionar la cultura en la que están inmersos. Su cultura de clase. Ya no dan lástima. Ya no garpan, como dicen en el medio televisivo. Entonces, la primera receta es invisibilizarlos, desentenderse de ellos. La segunda es estigmatizarlos. Invisibilidad e ilegalidad es un mismo y único destino para los pobres. O son invisibles o son ilegales. Si ya no dan lástima, si han roto el acuerdo clientelar, si se organizan y pelean, entonces, los grandes medios puede que los traten bajo el modo unilateral de otro formato basado en otras emociones rápidas: en lugar de piedad o indignación por su condición de víctimas ahora producen miedo y furia por su condición de sujetos activos. Lo que continúa al clientelismo emocional es la estigmatización. Es parte del juego: los grandes medios administran y fortalecen la frontera cultural que separa a los sectores populares organizados de los sectores medios espectadores. ¿Pero cómo es que las víctimas pasan a producir miedo y furia? El primer paso es construirlos como poderosos. Sustraerles todo rasgo de debilidad o retraimiento. Las cámaras muestran la pequeña montaña de palos amontonados con los que la Túpac Amaru se desplaza por las calles. Las cámaras muestran al grupo violento. Los que se reúnen por su debilidad son construidos como poderosísimos. Hay un salto descomunal por el cual a los pobres construidos como víctimas se los pasa a mostrar como poderosos. O sin ningún poder o con la totalidad de él. Esta mujer tiene empresas, controla parte de la policía, comercia drogas, está al frente de una organización mafiosa. Entonces, Milagro Sala, morena, pequeña, aparece en las fotos o en las tomas televisivas casi siempre seria, crispada, sombría. Es gente que odia. Gente agresiva, peligrosa. Como el personaje de Luis D’Elía ideado por Tinelli, que se dirigía a los presentes con la frase “¡Te odio!”. Sólo Página/12 y algún otro medio han publicado fotos de la Milagro riendo abiertamente. Porque los piqueteros no ríen. Golpean. Este registro de visibilidad que toma a la víctima en el esquema clientelar o a la militante poderosa en su condición estigmatizable deja en la oscuridad a las organizaciones sociales y sus construcciones populares. Porque Milagro Sala y su organización han construido cientos de viviendas en Jujuy, han levantado fábricas, han edificado polideportivos, centros de salud, escuelas primarias y secundarias. Esa mujer ha abandonado hace tiempo el rol de víctima. Ya está más allá del desamparo. Pero se mantiene más acá del individualismo. Ni víctima ni individualista. Es otra cosa. Es una militante popular. Una categoría difícil para los grandes medios. Porque éstos trabajan desde el interior de los procesos políticos para que las relaciones de fuerzas no se modifiquen. No es visible o no es legalizable la práctica de un sujeto social, económico o político orientada a redistribuir el poder. Por eso, Milagro Sala no ríe. Milagro Sala odia.

* Jefe de Gabinete de Asesores de la Secretaría de Medios de la Nación.

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