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Hechos y personajes del 2010

Saldos y retazos del año. La herencia electoral, de cómo algunos la mejoraron gobernando y otros no. Cobos y Reutemann, dos ganadores que capitalizaron distinto. La reacción del kirchnerismo, aprendizaje y cambios en la agenda. Avances institucionales con raíces. La vetocracia, el empate bobo, amenazas en ciernes. Y algo sobre Sudáfrica.

 Por Mario Wainfeld

Muchos hechos tremendos del último cuarto de siglo ocurrieron durante el verano. Las vacaciones no siempre dan sosiego a los argentinos. Recordemos, sin pretensión de ser exhaustivos, algunos sucesos de gran magnitud y repercusión. El ataque a La Tablada, los indultos de Carlos Menem, el alzamiento de Mohamed Alí Seineldín, el asesinato de José Luis Cabezas, todo lo que sucedió entre 2001 y 2002 (saqueos, corralito, caída de Fernando de la Rúa con represión feroz, cinco presidentes en un suspiro), la tragedia de Cromañón. Ojalá que los próximos meses se parezcan más a las vacaciones necesarias para todos que, como tantos otros bienes, están muy mal repartidas.

En términos económicos, los próximos meses esbozarán el perfil posible de 2010: veraneo a todo consumo (con la ya mencionada distribución desigual), gasto público generoso, cosechas que se presumen ubérrimas, variables macro controladas. Ampliación del espectro de quienes perciben la asignación universal a la niñez, con el consiguiente impacto en el mercado local y en la indigencia.

El anhelo del oficialismo, su básica utopía de gestión, suena factible. El debate doméstico es tan politizado (o, peor, tan cristalizado) que hay más acuerdo en prever el incremento del PBI que en cómo llamarlo: “rebote”, “recuperación”, “crecimiento”, remiten a pertenencias, a rivalidades tribales. Varios consultores de abolengo predijeron el default el año pasado, ahora se avienen a que habrá mejoras pero con borrasca política. ¿En 2009 habrán aconsejado a sus clientes no comprar bonos argentinos, la mejor inversión del año? Serían un fiasco como asesores. ¿O habrán mentido sus augurios en público, demostrando ser unos canallas alarmistas? La opción binaria da la talla de esos enunciadores, nada recomendable.

El Gobierno puede llegar a tener otro año de economía política K, quizá eso le sea más accesible que recuperar el favor electoral perdido, aunque hay un vaso comunicante entre esas variables. Pero no es lineal, la plata llega a los núcleos duros de pobres, vía ingreso universal o por el plan de cooperativas Argentina Trabaja, el amperímetro del consenso se mueve más lento.

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La provincia: Las elecciones, no sólo en lo cronológico, partieron en dos el año. La derrota del kirchnerismo fue el dato principal, que sigue en pie. La baja performance entre los más pobres, especialmente en la provincia de Buenos Aires y en el conurbano, son indicadores ineludibles. El kirchnerismo finca sus mayores aspiraciones en incrementar su intención de voto en ese sector social. ¿Bastará con reducir los porcentajes de indigentes y desahogar algo la economía de los pobres? El cronista dialoga con dirigentes con poder territorial, fieles al kirchnerismo, casi todos concuerdan: el impacto económico del plan de ingresos y del activismo en obras públicas ya se dejan sentir, los niveles de aprobación del Gobierno no se mueven tanto. “Falta política”, corean. El mantra enfoca derechito al gobernador, que “tira para abajo”. La pésima gestión de Daniel Scioli trasciende al área de Seguridad y es un lastre gigantesco para el kirchnerismo. Proponerlo para la gobernación fue un gran rebusque electoral y una mala decisión de política pública, acaso entre las peores del oficialismo, junto con la destrucción del Indec.

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La agenda adoptada (ala izquierda): “No te des por vencido ni aun vencido (...) y acomete feroz, ya malherido”, predicaba Almafuerte. Ricardo Balbín citaba, eventualmente, al predicativo poeta. A su vez, los Kirchner ponen en acto su mensaje. Minimizar los efectos del 28 de junio era arduo e imprescindible, el primer paso consistió en no darse por vencidos. Es válido especular sobre si el matrimonio presidencial calibra exactamente el veredicto de las urnas, incluso sobre si es irrevocable. Pero es innegable que el primer requisito para evitar convertirse en un pato rengo es no creer serlo (querer no serlo) y no comportarse como tal. Hasta ahí, no hay necia negación de la realidad, sino inteligente defensa de las posiciones propias y, aún, de la gobernabilidad.

Conjugar la gestualidad (tan imprescindible cuan insuficiente) con la acción es un avance cualitativo. El rush del oficialismo desde junio a diciembre dejó alelados a propios y extraños. Recobró la iniciativa, trasladó el desorden y la diáspora poselectorales a la oposición, construyó una agenda relevante. En un año durísimo, Cristina Fernández de Kirchner añadió al sistema jubilatorio de reparto (consagrado en 2008) dos innovaciones institucionales de enorme calibre: la Asignación Universal a la Niñez y la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual (LdSCA). Estas tres medidas, a despecho de límites en su presentación o implementación, son marcadamente progresistas. Dos de ellas, cuanto menos, serán muy difíciles de revertir. Para cualquier presidente futuro sería suicida volver a la jubilación privada o desbaratar el plan de ingresos más amplio de América latina. La ley de medios tendrá un devenir más complejo, ya ha causado mermas (difícilmente reversibles) en el poder, los ingresos, la reputación y la credibilidad de grandes medios. Pero la aplicación inmediata de la norma será jaqueada por numerosos jueces, muy sumisos al establishment. El forum shopping obra milagros, máxime si se conjuga con la ligereza con que magistrados de variadas latitudes de la patria conceden medidas cautelares de volea. Las primeras medidas cautelares son chantas, de pésima fundamentación, muy extensivas en su intervención. Los jueces que las emitieron tienen su pedigree sospechoso, una mendocina que tiene precedentes fallando a la medida del Grupo Vila-Manzano, es un ejemplo más, nada particular. En su inteligente blog Saber Derecho, el joven jurista Gustavo Arballo reseña con agudeza las primeras decisiones, les encuentra fragilidad conceptual y dudosa viabilidad en instancias superiores. Pero Sus Señorías, el ala ultraclarinista de los Tribunales, reman a favor de la corriente. El Poder Judicial es procíclico en cuestiones políticas, la veleta togada enfila hacia la oposición. Varios gestos públicos de la Corte Suprema confirman la tendencia.

El camino de la LdSCA se vislumbra lleno de ripios, las conquistas de los jubilados y de los chicos serán difíciles de retrotraer. He ahí una de tantas paradojas del gobierno de Cristina Kirchner, fuertes derrotas combinadas con (atenuadas por) acciones institucionales progresivas, fundacionales, de raíces sólidas.

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La agenda adoptada (ala derecha): La agenda poselectoral se inspira también en otro color del espectro político. Medios y asignación eran banderas de la progresía, del centroizquierda, de académicos capacitados y militantes. En circulación por la otra mano del Estado, el rosario de tácticas “market friendly” de Amado Boudou es pariente cercano del ideario del centroderecha o (por la parte baja) del canon de los economistas “confiables”.

La reapertura del canje de deuda y el Fondo del Bicentenario completan un paquete heterodoxo. Un programa semestral ambicioso, con alta innovación y adopción de propuestas de los otros.

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Negación o aprendizaje: Los adversarios de los Kirchner, del ex presidente particularmente, señalan que vive ajeno a la realidad. Ciertas palabras del ahora diputado alientan esas lecturas, por ejemplo cuando aduce no haber perdido en junio o haber recibido un mensaje para ahondar el modelo. Si lo cree así, incurre en un error impropio para un líder con aspiraciones a ser mayoría y gobernar. Dirigentes testimoniales o proféticos pueden apañarse con apoyos minoritarios o reveses electorales. Otros son los parámetros de un referente populista o nacional y popular: el que perdió algo hizo mal. Si falta autocrítica o relectura cuando se alejó un voto de cada tres conseguidos en 2007, el futuro se torna aún más peliagudo.

Difícil saldar ahora cuánto hay de parada, cuánto de voluntarismo, cuánto de pérdida de sintonía con la sociedad. Cabe reiterar: hubo aprendizaje a la hora de recomponer la agenda. El paquete dual, recogiendo propuestas opositoras, fue en buena porción el programa del segundo semestre. El resto de las medidas sí conservó los rasgos del kirchnerismo puro: presupuesto bien cerradito, facultades delegadas, prórroga de la ley del cheque, activismo del Banco Central. El promedio trasluce rectificaciones e incorporaciones (quizá no explicitadas o subestimadas en el discurso) sin alteraciones en el norte deseado. Un menú que agrega sabores propios de otras culturas políticas.

Algo similar sucede en el trato de los Kirchner con políticos o popes corporativos. Hay novedad en los modos de relación: más paliques, reuniones largas, asados, cenas, cafés, sobremesas. Los dos Kirchner recibieron con intervalo de pocos días a empresarios VIP y a la CGT en pleno.

No fue ésa su opción primera, allá por 2003. Kirchner extremó la distancia entre la presidencia y los poderes fácticos. A la porosidad impuesta por el menemismo, el duhaldismo y el fugaz De la Rúa, opuso vallas que traducían una nueva jerarquía: la autoridad presidencial crecía, en tanto se distanciaba y se colocaba por arriba. Era difícil acceder al despacho en la Rosada, la complicación era funcional al aumento del poder y al enigma que lo nimba.

El obrar de los líderes, en un sistema político muy personalizado, deriva de su racionalidad aunque también de sus rasgos subjetivos. Los Kirchner, Néstor en especial, son desafectos a los quinchos o las “carpas” donde todo se discute y se discurre. Creen que no sirve, es real que no les agrada especialmente. Seguramente, para construir confianzas le hubieran valido mucho algunos hectolitros más de café o ristras de chorizos o de asado para gratificar la tertulia con compañeros o protagonistas de la producción. El capital simbólico compartido estimula lealtades o, parte baja, calma los nervios.

La concentración del poder tiene contrapartidas fastuosas, construye pocos cimientos. Los quinchos de Olivos expresan un revisionismo, hijo sin duda de las contingencias. Es prematuro augurar si la asunción será provechosa o si llegó tarde.

Mestiza quedó la caja de herramientas del kirchnerismo. Crecimiento y consumo excitados (un clásico), políticas sectoriales específicas para los más pobres (en gran medida, una innovación), legislación progresista en derechos ciudadanos, gobernabilidad cimentada en los gobiernos provinciales y municipales y en el movimiento obrero. Con ese recetario en mano, el oficialismo confía en quedarse con la parte del león del voto popular y en recobrar algo del favor o la transigencia a regañadientes de sectores medios. Su impronta peronista le da carnadura para gobernar y lo restringe para convocar, en juego dialéctico.

Los Kirchner ponen fichas a la falta de coherencia de la oposición y a la opción sistémica del electorado, tras un par de años de consolidación económica. La imagen negativa de ambos permanece muy alta, en teoría sería ideal contar con un tercer candidato que no portara su apellido pero sí sus banderas. Esa alternativa no se ha construido en años más venturosos, sería curioso que se pudiera ahora, contrarreloj y con viento de frente. En ese aspecto, 2009 fue infausto para el kirchnerismo. Scioli era su plan B en sus albores. Las elecciones y su desempeño derruyen su perspectiva: es un delfín improbable amén de poco deseable.

Con todo, el oficialismo nacional mejoró mucho su posición relativa tras las elecciones. Justo al revés de Mauricio Macri.

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Mauricio no es PRO: El jefe de Gobierno padeció un serio drenaje de votos, inesperado. Gabriela Michetti resultó floja candidata, menos taquillera de lo imaginado por la cátedra. De cualquier modo, el PRO quedó primero en Capital, aunque se desbarrancó feo después. Si al kirchnerismo lo tonificó la acción de gobierno, al macrismo lo dejó anémico. La ostensible abulia de “Mauricio”, su insensibilidad para anticipar reacciones de la sociedad civil, le garantizaron seis meses de pesadilla, sin haber tocado fondo. Sus guiños a derecha lijaron el vasto apoyo que lo ungió sin conformar siquiera al establishment: la Curia está furiosa por sus zigzagueos con el matrimonio gay, La Nación despechada porque no se arrojó al abismo abrazado con Abel Posse. Gobernar cuesta, máxime al abúlico Macri... la advertencia de junio se le transformó en amenaza.

Otro presidenciable que gestiona, Hermes Binner (genio y figura), siguió una trayectoria menos espectacular pero consistente. Su compañero Rubén Giustiniani quedó detrás de Carlos Reutemann, por una cabeza. El socialismo santafesino se cobró revancha en los comicios provinciales, semanas después. Interin, Binner había jugado a fondo sus ideas y convicciones apoyando a la ley de medios. Concilió dignidad, firmeza contra los lobbies y éxito electoral... nada mal.

El gobernador santafesino rodó distinto que Macri, igualmente ambos comparten un dilema: están a punto para el salto nacional pero una decisión incorrecta o atolondrada podría dejarlos sin el pan y sin la torta, perdiendo la única provincia que controlan, la única en que son fuertes.

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Sin presiones: Aliviado de las zozobras de gobernar, Julio Cobos mantuvo su sitial, con comodidad. Ocupa la pole position en la grilla para las presidenciales, el radicalismo se va aviniendo a sus ritmos, sus elencos y hasta sus caprichos. Ciertos correligionarios procuran amojonarle el terreno, confinarlo, pero el peso del potencial electoral arrasa con esos amagues.

Elisa Carrió persiste en ser la opositora más impiadosa y antagónica, pero seguramente los ciudadanos panradicales no se inclinarán por el más severo, sino por quien tenga más cara de ganarle al oficialismo. Con las coordenadas actuales, hablamos del vicepresidente. Medida en grandes números, para el electorado una elección de cambio de gobierno es un River-Boca, ganar importa más que el jogo bonito.

Francisco de Narváez, el batacazo del año pasado, se da ínfulas fantaseando con pasarse de la competencia provincial a la nacional. La Constitución no lo ayuda y quizás su ambición le juegue una mala pasada. En la lucha por la gobernación, en la que se gana con primera minoría sin necesidad de ballottage, mantiene un sitial expectante y polivalente: podría jugar en yunta con peronistas federales, con Cobos (que lo mira con buenos ojos), o ir por la suya.

La desproporcionada y solitaria excitación de Eduardo Duhalde, como la del “Colorado” De Narváez, es consecuencia de la segmentación del peronismo disidente. Carlos Reutemann tenía todo para ponerse a la cabeza de la confederación, se enredó en errores, declaraciones huecas o torpes, indecisiones. Lleva una vez y media de renunciamientos histéricos: una en 2003, media ahora. Lo de media se explica por la carencia de líderes sustitutos entre los compañeros federales. Muchos pre-caciques no aceptados en las reuniones plenarias, una horizontalidad suspicaz que los desampara, sin conducción consensuada. Lole no dejó derrape por hacer, aunque no se salió de la pista por falta de competidores sólidos. Un par de jugadas correctas podrían reponerlo en donde quedó cuando hablaron las urnas. La duda, enorme, es su subjetividad, su temple para ese desafío. Un pronóstico sería aventurado, tal vez ni él mismo sepa qué hará.

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Vetocracia 2010: El cambio de integración del Congreso, que caminó sus pininos en diciembre, será determinante. Con la crispación de rigor, la oposición condena eventuales vetos de Cristina Fernández de Kirchner a leyes contreras. En el tosco debate doméstico, la potestad presidencial se equipara a una violación de la ley. Desde el ángulo político, más matizado, el recurso debería ser usado con moderación. La agenda institucional del Grupo “A” (Consejo de la Magistratura, Indec, Superpoderes) no es destituyente, darle calce implicaría un reconocimiento al veredicto electoral que cambió la correlación de fuerzas. En materia económico financiera, el gobierno alza la guardia frente a virtuales afanes de desfondar a las arcas del fisco nacional. Si se corroborara esa teoría, ahí podría caber la observación presidencial a las leyes.

La oposición, aunque se comente menos, también puede abusar del veto. La paridad de fuerzas parlamentarias, la fragmentación de partidos opositores y bloques grandes y mínimos, cataliza una unidad hueca, con contados comunes denominadores: la denuncia, la obstrucción, un federalismo reclamativo jamás practicado hasta ahora. La construcción de una unidad ficticia, entre fuerzas muy diversas en tamaño, ideología y proyectos puede ser funcional a un empate bobo con el oficialismo. La discusión de la Bicameral en la semana pasada fue un esbozo de una entropía por trabas recíprocas.

Si la Corte Suprema cediera a la tentación de constituirse en árbitro bombero de la lucha política, obstaculizando la acción del Gobierno y dejándolo sin herramientas, podría agregar lo suyo a la vetocracia incipiente.

Un Ejecutivo maniatado o una oposición truncada para mejorar la agenda parlamentaria son malas nuevas factibles, si falta sensatez y visión constructiva en los protagonistas. En los tres poderes y en las dos trincheras, no en un@ sol@.

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Balance y perspectivas, pues: El balance de lo sucedido o la nómina de los personajes del año son una versión extrema del diario del lunes. Con toda la data a la vista, es sencillo explicar lo ambiguo, descifrar lo que no se anticipó ni se previó, simplificar la compleja realidad. La nota de cierre, ésta, para ser más digna, debería instalar a los personajes de 2010, vaticinar sus acontecimientos principales, dar cuenta de los escenarios para 2011. El título de esta columna exagera: el cronista rehuirá ese albur, en parte. Se permite conjeturar que los temas reseñados serán centrales. Que el crecimiento del PBI, de la recaudación impositiva y del gasto, junto a la merma de la indigencia y la pobreza, son objetivos accesibles para el Gobierno. La reducción del desempleo será menos rotunda, los salarios reales de los formalizados tendrán mejor suerte que el “blanqueo” de los informales.

En este Sur recrudecerán las embestidas golpistas en Paraguay y algún otro eslabón débil de la cadena. La solidaridad de los países cercanos será sustancial, bastó para mantener la legalidad en Bolivia, no alcanzó en Honduras.

Las elecciones en Chile y Brasil incidirán en la lucha contra el resurgir golpista. Los resultados indicarán tendencias que sin ser imperativas ni ineludibles serán esclarecedoras e influyentes. Los ciudadanos argentinos no imitarán a sus vecinos, mecánicamente, pues cada sociedad conserva sus ritmos y sus lógicas. Pero la sincronía de los fenómenos, los cambios o persistencias de época, dicen mucho sobre nuestra realidad, aunque no sepamos leerlos ni comprender el porqué de la simultaneidad.

En el año del Bicentenario, Argentina deberá aprovechar las ventajas comparativas del cambio de presidente en Uruguay y arribar a un acuerdo sobre el conflicto de la pastera Botnia. Básicamente, debe conceder. Sería sensato hacerlo, por la relación histórica y también porque el fallo de La Haya será lo que deba ser, pero jamás será favorable en lo sustancial.

Comienza un año fragoroso, ojalá que próspero. Los protagonistas deben reajustarse a las nuevas contingencias, vendría de perillas que fueran más racionales y más sistémicos que de costumbre.

El Mundial de Sudáfrica fungirá de bisagra. El balance de las eliminatorias y las perspectivas de la Selección desalientan las ilusiones. Pero el fútbol es la dinámica de lo impensado y acaso Dios recuerde que es argentino, durante un mes. Por lo pronto, ningún partido está definido antes de disputarse, en ése y en otros órdenes de la vida ya recorridos.

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