EL PAíS › UN PERFIL POLITICO DEL DIPUTADO EDUARDO CAMAÑO

El leal de los cinco puestos

Lealísimo a Duhalde, es presidente de la Cámara de Diputados y del congreso del PJ, mediador con la Corte Suprema, líder de su bloque en la Cámara y ahora negociador con el menemismo.

 Por Felipe Yapur

“Cuando hablo yo, habla (Eduardo) Duhalde”, suele jactarse. Jura ser leal al Presidente y que todo lo que hace nace de una orden expresa de la Casa Rosada. Sin embargo, y más allá de su fidelidad y subordinación, lo cierto es que Eduardo Camaño –el presidente de la Cámara de Diputados– es uno de los dirigentes con mayor poder político de estos días que se nutre exclusivamente de la congénita debilidad que posee el actual Presidente. Sólo así se puede entender que en una sola persona se concentre, además de la titularidad de la Cámara baja, la presidencia del congreso partidario, los contactos con la Corte Suprema de Justicia, la virtual conducción del bloque de diputados oficialistas y ahora las negociaciones con el menemismo que derivarán en un congreso del PJ unificado, desde donde saldrá la fecha de los comicios internos. Cinco puestos para el hombre fuerte del gobierno duhaldista que, sin embargo, suele decir que nada evitará que se encolumne detrás de Carlos Menem si el riojano triunfa en una futura elección partidaria.
Paulatinamente Camaño fue concentrando un poder que no lo tuvo nunca un presidente de la Cámara baja. Alberto Pierri, su antecesor peronista, no gozó de tal beneficio a pesar de haber sido leal al entonces presidente Menem y de haber manejado a gusto y paladar un fastuoso presupuesto. La fortaleza de Camaño está, sin duda, sustentada en la debilidad del propio Duhalde, que llegó a la Rosada fruto de un acuerdo parlamentario. Uno de los principales colaboradores del Presidente suele usar una imagen para graficar el grado de fragilidad que tiene la administración duhaldista, y donde se destaca la figura del diputado bonaerense: “Para conseguir una ley necesitamos organizar 10 cenas en Olivos. Pero serían más si no contáramos con la presencia de Camaño”.
La frase del funcionario de la Rosada parece exagerada, pero no lo es tanto. Por ejemplo, la negociación para garantizar el archivo del juicio político a la Corte Suprema fue conducida personalmente por Camaño quien no sólo encaró las múltiples conversaciones con los distintos bloques parlamentarios, sino que también mantuvo extensas tertulias con los cuestionados supremos con el objetivo de calmarlos. Convencido de que era necesario garantizar la impunidad de los cortesanos, Camaño no dudó en correr con todos los costos políticos que le propinaba esta operación. “A la Corte se la voltea en 10 días o nunca. Y esos días ya pasaron”, solía repetir durante las negociaciones. De todas formas, esta faena le redituó, por así decirlo, la conformación de “valiosos” canales de comunicación con los siempre peligrosos supremos.
Sin embargo, y más allá de sus virtudes parlamentarias, Camaño sirve a su Presidente para otros menesteres que nada tienen que ver con el Congreso. La última tarea encomendada es la comunicación y negociación con el menemismo de cara al nuevo congreso partidario que justamente conduce Camaño y donde junto a Eduardo Bauzá integran una especie de mesa de diálogo en vistas a la realización del congreso de “unidad” del 13 de diciembre próximo. Si bien este rol le había generado en un principio el distanciamiento de los legisladores menemistas –que incluso conformaron un bloque aparte– sus condiciones de buen negociador le valió la reconstrucción del vínculo que se tradujo en el apoyo con votos y argumentos para la renovación del cargo de presidente de la Cámara baja.
Otra de las claves del crecimiento de Camaño reside en su capacidad de negociación. Le gusta cultivar su perfil de conductor austero y de buen administrador. Incluso llegó a conseguir una fuerte reducción del presupuesto de la Cámara de Diputados y pelea por el pase a disponibilidad de cientos de empleados que cobran altos salarios y que no tienen destino alguno, ñoquis en pocas palabras. Sin duda, loable tarea, pero en nada eclipsa la verdadera razón de su popularidad entre los bloques de la UCR,el PJ y los partidos provinciales. Camaño, más allá de este perfil, garantiza a rajatablas el viejo sistema de prebendas que llevó al paroxismo el mismísimo Pierri. Para legisladores del ARI y de los partidos de izquierda, “Camaño suele respetar los acuerdos, pero a la hora de negociar y presionar no se diferencia de ninguno de sus antecesores”.
La última responsabilidad que recayó sobre Camaño es la de conducir el bloque de diputados oficialista. La partida hacia la embajada argentina en Italia de Humberto Roggero, a esta altura histórico jefe de bancada, dejó huérfana a la representación oficialista. Con el PJ enfrascado en una lucha interna, el bloque decidió posponer la designación del reemplazante hasta tanto ésta se resuelva. Si bien se nombró un triunvirato que reemplazará a Roggero que incluye al duhaldista José María Díaz Bancalari, el menemista Manuel Baladrón y el reutemista Jorge Obeid, lo cierto que a la hora de tomar cualquier decisión los representantes de las diferentes corrientes internas primero lo consultan a Camaño.
Hoy por hoy el bonaerense tiene por delante la aprobación del Presupuesto 2003, a todas luces un objetivo sencillo. Sin embargo, lo más importante es el armado de la interna partidaria donde Camaño debe garantizarle a su actual conductor la continuidad del control de Buenos Aires. Una vez alcanzado este objetivo, y en el supuesto de que Menem sea el candidato presidencial, Camaño no dudará –como suele repetirlo– “en ponerse a las órdenes de Carlos porque así es el peronismo”.

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“Cuando hablo yo, habla Duhalde”, suele ufanarse Camaño, que crece por la debilidad del jefe.
 
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