EL PAíS › OPINION

Los dos tercios del vaso

El canje de deuda, un cierre que alivia al Gobierno. La política económica oficial, apuestas principales. Las paritarias, dentro de lo esperado. Nuevas medidas en preembarque: ganancias, asignaciones familiares, salario mínimo. Quién ajusta más: la competencia europea. Y algo más.

 Por Mario Wainfeld

“Recuerde qué pasó en la Argentina. El peso estaba atado al dólar, por un tipo de cambio fijo. Se pensaba que Buenos Aires no cortaría el lazo, que el costo sería demasiado grave. Los argentinos lo hicieron, devaluaron, fue el caos, como estaba previsto. Pero, al fin de cuentas, ellos lo aprovecharon ampliamente. Durante seis años, la Argentina crece a un ritmo de 8,5 por ciento anual. Y hoy, son muchos los que piensan que ella tenía razón.”

Joseph Stiglitz, en un reportaje concedido a Le Monde en mayo de 2010.

Siempre existe la posibilidad de optar entre ver el vaso lleno hasta los dos tercios o bien el vaso con un tercio vacío. El canje de deuda, aceptado por el 66 por ciento de los acreedores que no entraron en el anterior, habilita las interpretaciones. El oficialismo (acompañado por economistas y analistas “neutrales”) se ilusionó a fines del año pasado con resultados mejores y se asustó hasta hace un mes con la perspectiva de una acogida inferior al 60 por ciento. Con la ventanilla ya cerrada, puede respirar: consiguió reestructurar la deuda resultante al mayor default de la historia (hasta ahora) en siete años, un lapso razonablemente breve dada la magnitud del desafío.

Con más del 90 por ciento de los acreedores con papeles nuevos, el Estado tiene argumentos para litigar en los tribunales internacionales contra los fondos buitre. La jurisprudencia predominante se inclina a considerar cerrado el default con ese margen de regularización. En promedio, el resultado se parece al esperado, con la salvedad de la llegada de dinero fresco, que naufragó en la estrechez y el temor empollados en el Primer Mundo. A favor del conformismo oficial cabe puntualizar que los especuladores, cuyo patrimonio no es sencillo de determinar, jamás aceptarían una oferta: lo suyo es jugar a todo o nada. También hay un detalle no muy meneado que destacan avezados lectores del mercado financiero: después de lustros o décadas hay bonos que se “pierden” por fallecimiento de sus portadores, por quiebras, por avatares de los inversionistas.

Hubo euforia del equipo económico, que plasmó una fotografía futbolera con Guillermo Moreno, un gigantesco piantavotos para la clase media que el kirchnerismo anhela recuperar. Más allá de estos desbordes, pensados más en clave de interna de Palacio que de seducción a la opinión pública, seguramente los guarismos pudieron ser mejores, si el canje no se hubiera demorado. Incidieron el “efecto Redrado” y dificultades de implementación que en Economía consideran lógicas y en otras áreas de gobierno carencias del equipo de Amado Boudou. En el ínterin entre la fecha inicial pautada y la efectivizada se coló la ciclópea crisis europea, que no estaba en los papeles de nadie. Ese es un karma de los gobernantes: pesan sobre sus espaldas las consecuencias no queridas ni esperadas de sus actos y aun albures que escapan a su control.

El promedio, se subraya, conforta al Gobierno y abre un horizonte previsible. El kirchnerismo redondea un ciclo de regularización y pago de la deuda. Lega un panorama ordenado a futuros gobiernos, con una relación deuda-PBI que ya hubiera querido la Argentina años atrás. Y que ya quisieran en muchas capitales del centro del mundo, hoy día.

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Economistas afines al oficialismo y muchos que no lo son pero que tampoco se enrolan en la “oposición a todo” advierten dos flaquezas en la economía: la inflación y la falta de inversión. Las lecturas se bifurcan cuando se trata de señalar el orden prioritario de esos factores o el tipo de inversión añorada (capitales nacionales o foráneos).

Ellos, como cualquier intérprete sensato, se acomodan a un escenario ya marcado: la Presidenta terminará su mandato con “este modelo”. Crecimiento, pago de la deuda, gasto público y consumo a todo vapor, intervencionismo para que los salarios y las jubilaciones no se desfasen con la inflación real (no contra la del Indec, cuyos índices de precios se han transformado en letra muerta).

La inflación, predice en el informe de fin de mayo Miguel Bein, acaso el especialista más certero en sus pronósticos, puede estar en un 21 por ciento, que podría adicionar dos puntos si hay una ronda adicional de paritarias. El cronista, oteando el horizonte fugitivo, no la atisba, hoy por hoy.

Esa inflación es elevada, predecible y controlada. El cronista intuye que, más allá de su impacto macroeconómico, lastima la credibilidad del Gobierno, aun en aquellos que se rebuscan para surfearla. Y está seguro de que perjudica más a los estratos más humildes de la población. Sus secuelas, pues, serían también políticas.

La inversión extranjera divide aguas, ya se dijo. Críticos del Gobierno reconocen que en 2009 bajó en toda América latina, pero agregan que la mengua fue de un 33 por ciento, contra el 50 por ciento de la Argentina, según datos de la Cepal. Los economistas más cercanos al paradigma oficial apuestan más a que sean capitales argentinos los que refuercen la inversión, volviendo desde el extranjero o saliendo del colchón o las cajas fuertes que son su sucedáneo.

La hecatombe europea acaso produzca un efecto virtuoso, que es la mengua de la salida de capitales. Un baqueano en finanzas internacionales le hace una pregunta retórica, didáctica, al cronista: “¿Usted colocaría plata en el Banco X (menciona una entidad española de primerísimo nivel) en Montevideo?”. Página/12 no se siente interpelado, esas jugadas no le conciernen y además sabe que esos interrogantes traen acollarada su respuesta didáctica. El cronista calla y espera, la moraleja llega. “El Banco X está sólido pero la desconfianza cunde. ¿Y quién garantiza cuánto durará el secreto bancario en Uruguay?” Es el mundo real, estúpidos.

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El montante de la inversión no le quita el sueño a Economía ni a la Rosada. La inflación se niega de boca para afuera pero se atiende más. Las convenciones colectivas son seguidas con atención y con relativo alivio. Sus cierres son interpretados como prudentes y cumpliendo el objetivo de preservar el salario real de los trabajadores formalizados. Algunos medios opositores dramatizan casos específicos, como el de los trabajadores de la alimentación, que pautaron un aumento superior al cuarenta por ciento. Se trata de un gremio que venía muy rezagado y que no hace tendencia, explican en Trabajo.

Definir un aumento promedio es quimérico, cada actividad es un mundo y las cifras redondas que se propalan distan de ser exactas. Un vicio habitual es omitir que algunos aumentos en etapas son acumulativos. Así las cosas, tres subas del diez por ciento, acumuladas, no son el 30 por ciento sino un poco más (ciento diez más su diez por ciento, más el diez por ciento de 121...). Pero, además los convenios colectivos incluyen otras prestaciones dinerarias (perceptibles solo por iniciados) que pueden abultar o enflaquecer los bolsillos de los laburantes. La letra chica de los acuerdos paritarios es jugosa, si se la sabe leer. Ese universo, bien conocido por los negociadores paritarios, arroja resultados más complejos (y reales) que los titulares flamígeros de los diarios.

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La apuesta del Gobierno y de la conducción de la CGT es mantener la capacidad adquisitiva de los trabajadores y el fragor del mercado interno. Hay otras herramientas potenciales, amén de los salarios. El aumento del mínimo no imponible de Ganancias (un recurso impensable al comenzar este siglo) es consabido.

Las asignaciones familiares son otra herramienta. En 2009 tuvieron un aumento importante, tras convenciones en que primó continencia de “los muchachos”. Usualmente se las retoca al empezar el segundo semestre, va siendo hora. En la coyuntura, el aumento tendría una repercusión especial, porque la Asignación Universal por Hijo está acollarada a las de los trabajadores formalizados y recibiría igual aventón. Es un cambio más que necesario para evitar el deterioro del ingreso, que ha mejorado la vida de millones de chicos y que debería expandirse a todos los menores con derecho.

También se acerca la hora de aumentar el salario mínimo vital y móvil, cuya repercusión en la economía real es menos directa pero no inexistente. En 2009 se fijó en 1500 pesos, sería asombroso que se elevara menos de un 30 por ciento, acaso se resuelva redondear 350 pesos para ponerle “crema” a la inflación real.

En la Anses y la Rosada se presupone que el próximo aumento a los jubilados, vinculado entre otros factores con el de los salarios y la recaudación, será record desde que rige la nueva ley y excederá largamente el 10 por ciento semestral.

En ese manejo, en el gasto a todo vapor, en vacaciones de invierno con cifras estimables de turismo interior, finca el Gobierno sus expectativas inmediatas. Desenganche del mercado financiero, ligado productivamente a China y Brasil (que no aflojan), con buenas cosechas y lluvias generosas: he ahí el costado dinámico del modelo. Sus partes flacas: desigualdad persistente, altos niveles de informalidad, primarización dominante también sobreviven. Es un contexto que requeriría abordajes de segunda generación, sintonía fina, proyectos de mediano plazo. En general, esos abordajes en Argentina no se consiguen. Sin que sea consuelo pero sí dato insoslayable: en otras comarcas están peor.

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“La austeridad lleva al desastre” El título del reportaje a Stiglitz ya citado es otro textual del Premio Nobel de Economía, quien alerta y se alarma por las políticas públicas de los países europeos. Para argentinos curtidos por la experiencia es sencillo darle la derecha. Da la impresión de haberse desatado una competencia entre gobernantes de grandes países para ver quién ajusta más su economía. Es sencillo comprender que la canciller alemana Angela Merkel choque con el rechazo de sus votantes cuando mociona poner dinero para un salvataje a los griegos. Pero suena disparatado que les exija ajustar el cinturón más agujeros que los helénicos. Y que apueste a generar recesión en otros países miembro de la Unión Europea, que compran la parte del león de las exportaciones germanas. La supranacionalidad es un cepo, queda dicho, pero no tiene pinta de ser la principal explicación. Las respuestas políticas son atávicas, conservadoras, apestan a insensatas.

Las réplicas populares algo indican: millones de franceses recorren las calles de sus principales ciudades contra la reforma jubilatoria y el acoso a los empleados públicos decidido por Nicolas Sarkozy. Sarko, un mix interesante entre Menem y Berlusconi, pasa esas horas dialogando con el futbolista Henry a ver si descifra las claves de la eliminación de la “Bleue”. En Italia, también hay marchas multitudinarias. Desde estas pampas parece evidente que los costos de una expansión razonable y algún repunte inflacionario son muy inferiores al castigo de la recesión, el desempleo, el trabajo de baja calidad. Por no hablar del desbaratamiento de ejemplares estados providencia, construidos desde el fin de la Segunda Guerra y sustentados en los “treinta años gloriosos” transcurridos desde entonces hasta 1975.

La cumbre del G-20 revela, entre otras variables, un viraje asombroso. El presidente de los Estados Unidos, la potencia liberal y poco amigable con las prestaciones sociales, llega predicando regulación para el sistema financiero, restricciones a los bancos y protección al trabajo. En tanto, países con larga tradición de un estado providencia, arriesgan tirarlo por la borda. Esos países, en especial Francia, Alemania y Gran Bretaña, pudieron ser ejemplares para la Argentina, por la vastedad de sus subsidios y protecciones sociales. El cronista recuerda un formidable libro dirigido por el sociólogo francés Pierre Bourdieu, La miseria del mundo, que es una profunda recorrida por la trayectoria de sectores populares. Enhebra testimonios, historias de vida de pobres y trabajadores de toda edad. Todos y cada uno son beneficiarios de protección social, una malla tan rotunda como variada. Esa construcción se vino erosionando en mucho tiempo pero ahora parece estar más en jaque que nunca.

En el emergente sur de ese mundo amenazante y decadente busca su destino la Argentina, mejor que hace una década pero peor que lo que merecen muchos de sus pobladores. Las comparaciones y las referencias de contexto siempre vienen a cuento, aunque no esté de moda hacerlas.

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Imagen: DyN
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