EL PAíS › PANORAMA POLíTICO

Patoteros

 Por Luis Bruschtein

Los militantes del Partido Obrero y los tercerizados del Roca se disponían a cortar las vías del ferrocarril, cerca de la estación Avellaneda, cuando fueron interceptados por la patota sindical que se lo impidió. Si no hubieran asesinado a Mariano Ferreyra, sus verdugos, o sea los matones de la Unión Ferroviaria, habrían sido los héroes de la historia para los medios que después se rasgaron las vestiduras. Esos mismos medios usaron dinamita verbal y escrita para atacar los cortes. Las patotas sindicales tienen su propia lógica pero, en este caso, en realidad estaban obedeciendo al espíritu que los grandes medios han difundido respecto de los cortes. Estaban seguros de que al impedir en forma violenta el corte de las vías se estaban haciendo cargo de una voluntad mayoritaria. Y al mismo tiempo se apropiaron y estaban actuando el odio que los medios han difundido.

El hombre que esgrimió la pistola sentía legitimado por ese discurso el odio que le hizo apretar el gatillo. Estaba impidiendo el corte de la vía, estaba poniendo el cuerpo por algo que todos los días reclaman los discursos crispados desde esos medios.

Esa violencia del sentido común mediático estaba tan presente que los mismos agresores accedieron al principio a hablar con los medios que estaban cubriendo los hechos. Se respaldaban en ese discurso y creían que los justificaba. “Piqueteros de mierda”, “venían a cortar las vías y no los dejamos” se escuchó decir a uno de ellos. Estaban tan confiados que hasta llegaron a dar la cara frente a las cámaras con los palos en las manos.

Se han planteado muchas razones para explicar la agresión desbordada de la patota sindical. Se habló de los trabajadores despedidos y en conflicto así como del negocio de las tercerizadas y los subsidios. También se buscó responsabilidades directas en el Gobierno o en el ex presidente Eduardo Duhalde.

La oposición política trató de vincular los hechos con un supuesto discurso violento por parte del Gobierno. Pero en realidad, ni Kirchner ni nadie del Gobierno se han expresado con violencia sobre las acciones de los movimientos sociales. Hay que reconocerle, al oficialismo, en cambio, que nunca ordenó la represión violenta de la protesta social. Pero Pino Solanas se colgó de la acusación y aseguró que el Gobierno no había reprimido hasta ahora con las policías, porque había tercerizado la represión a través de las patotas sindicales. Según una encuesta reciente, Solanas está obligado a colgarse de las declaraciones del sector más duro del radicalismo porque el 70 por ciento de su voto en la Capital Federal es radical antikirchnerista. Su bloque parlamentario acaba de recibir el apoyo del bloque oficialista por el proyecto sobre Papel Prensa, lo que lo puso en una situación difícil con su electorado.

La derecha se ha colgado de las críticas que llueven sobre el mundo gremial, pero no lo hace para apoyar a los grupos que plantean un nuevo modelo de organización sino que en realidad pretende que todos los dirigentes gremiales sean como los de la conducción de la Unión Ferroviaria, que justamente aparece como la responsable de los hechos. La derecha amplifica y estimula las críticas, pero añora la docilidad de Los Gordos de la CGT. Y eso quedó clarísimo en el coloquio de IDEA de Mar del Plata, donde Moyano fue visualizado como el demonio personificado en contraposición con los viejos Gordos de los ’90 y ni hablar de dirigentes como los del conflicto de Kraft.

En la sociedad mediática el gremialismo está muy desprestigiado, en parte por sus propias limitaciones, pero sobre todo por la campaña furiosa que soporta desde los años ’80 y la consagración ideológica de esta campaña en la década de los ’90. Ser gremialista, de cualquier tipo, está mal visto por el discurso mediático. En la vieja Argentina, anterior a los ’80, para cualquier trabajador, aunque no fuera de los más politizados, era un orgullo que sus compañeros lo eligieran como delegado. Ahora nadie quiere ponerse en ese lugar. Fue una de las bajas en la batalla cultural que ganó el neoliberalismo desde la dictadura hasta los ‘90. Por eso, cuando se critica a la vieja organización gremial, corrupta, con fuertes rasgos autoritarios y eternizada en sus cargos, hay que tener cuidado con los cantos de sirena de la derecha y de los medios que son las voces dominantes y que tratan, la mayoría de las veces con gran efectividad, de traducir en su propia sintonía los discursos críticos legítimos. Cuando los dos sentidos se mezclan, gana el más fuerte, que en este contexto cultural es el de la derecha y los medios. Algo similar sucedió con el “que se vayan todos” en el plano de la política. Se mezclaron los dos sentidos y ganó el que aleja a la sociedad de la política. Sin participación política ni gremial, sólo queda el poder económico, el peso del capital como único factor de decisión política y gremial.

La patota sindical forma parte de un modelo anacrónico, que tiende a resolver sus disputas en forma violenta, pero no está directamente relacionada con la corrupción. Hubo dirigentes muy corruptos que se enriquecieron a la vista de la sociedad, pero que no utilizaron patotas porque no las necesitaron. Y también hubo dirigentes combativos y representativos, incluso honestos y de izquierda, que manejaron sus grupos de choque. Se trata de un tema que está relacionado con una actividad donde muchas veces los empresarios usan la represión contra los conflictos y donde la policía siempre toma partido por el sector empresario. Cuando hay sectores opositores las asambleas suelen ser tensas y a veces derivan en peleas. Y cuando hay conducciones irrepresentativas que se atornillan en los sillones del sindicato, la patota suele ser uno de los recursos para perpetuarse o para romper conflictos que a ellos no les convienen. En el mejor de los casos se negocia hasta un punto y después se pasa al garrote.

El tema de las patotas sindicales forma parte de una problemática global que no pasa solamente por los sindicatos sino que atañe a una sociedad que tiende a llenarse la boca con la palabra democracia pero a la que le resulta muy difícil encontrar formas democráticas y pacíficas de ganar y de perder en un diferendo. Lo institucional democrático no pasa solamente por la división de poderes, que es muy importante, sino también por el respeto y la consagración de otras formas institucionales como son la paritarias, por ejemplo, o las representaciones sindicales democráticas. En general la necesidad de transformación del viejo sindicalismo se puso más en evidencia tras la actuación de la mayor parte de la dirigencia gremial durante los años ‘90, cuando las bases de los gremios fueron barridas mientras sus dirigentes lograban prerrogativas personales y grupales a través de privatizaciones o tercerizaciones como la del conflicto del ferrocarril. Hay una transformación sindical en marcha pero que no se producirá solamente desde los sindicatos, sino también en la transformación de la mentalidad cavernícola de los grandes empresarios, que en vez de alegrarse cuando surgen formas representativas en el mundo de los trabajadores, comienzan a buscar formas para anularlas. La transformación del modelo gremial irá acompañando seguramente la transformación general de la sociedad con la sedimentación de muchos años de democracia y, aunque ahora parezca una tarea descomunal, cuanto más se demore, más ruidosa será su caída.

Esta vez, las patotas sindicales tomaron notoriedad pública por los disparos criminales, pero actúan en forma permanente. Lo disonante fue el disparo y la pregunta de si fue producto de un descerebrado en el fragor de la emboscada o hecho con toda la conciencia plantea dos escenarios muy diferentes, donde lo político pasa a un primer plano y lo gremial queda relegado.

Porque la emboscada para producir uno o varios asesinatos premeditados estaría buscando el desequilibrio institucional, más allá del conflicto gremial en sí. Y se produce cuando se plantea la participación de los trabajadores en las ganancias y pocos días después de una impresionante demostración de fuerza de la CGT, que llenó la cancha de River en forma pacífica para expresar su respaldo a los Kirchner.

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Imagen: Leandro Teysseire
 
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