EL PAíS › EL INFIERNO ES POCO > MASSERA FUE UNA MáQUINA DE MATAR DENTRO DE OTRA MáQUINA DE MATAR

Murió el Mengele de la última dictadura

Los resultados del régimen tiránico que gobernó entre 1976 y 1983 también le pertenecen: fragmentación social, destrucción productiva y masacre. Pero Massera, además, quiso trascender. Aquí se cuenta cómo.

 Por Martín Granovsky

Dijo que solo estaba seguro de una cosa: “De que cuando la crónica se vaya desvaneciendo porque la historia se vaya haciendo más nítida, mis hijos y mis nietos pronunciarán con orgullo el apellido que les he dejado”. Así quiso defenderse hace 25 años Emilio Eduardo Massera en el Juicio a las Juntas. Terminó condenado a cadena perpetua y destituido por homicidio agravado, privación ilegítima de la libertad, tormentos y robos. Nacido en Entre Ríos hace 85 años, el ex almirante murió ayer en Buenos Aires mientras aún era procesado por nuevos cargos. La historia, contra lo que quería, fue haciéndose más nítida.

El indulto de Carlos Saúl Menem lo dejó sin la perpetua en 1990. Recobró la libertad y volvió a quedar privado de ella cuando en 1998 fue procesado por robo de bebés. Las leyes de Punto Final y Obediencia Debida impulsadas por Raúl Alfonsín –el mismo presidente que terminó en la Argentina con el ciclo de amnistías al anular la autoamnistía militar y pedir el procesamiento de las juntas– no beneficiaron a los ex comandantes pero sí a los jefes intermedios como Jorge Acosta, Alfredo Astiz, Juan Carlos Rolón, Jorge Perrén y Antonio Pernías.

Massera podría haber muerto ayer sin condena alguna, pero el 31 de agosto último la Corte Suprema de Justicia confirmó sentencias de tribunales inferiores que habían fallado sobre la inconstitucionalidad del perdón de Menem. Si el indulto no se ajustaba a la Constitución, entonces quedaba en pie la condena original del 9 de diciembre de 1985.

Dijo la Corte que según el Derecho Internacional debe computarse “la obligación del Estado Argentino no sólo de investigar sino también de castigar los delitos aberrantes, deber que no podía estar sujeto a excepciones”. El indulto a procesados no se ajusta a Derecho porque quitaría el deber internacional de investigar. En cuanto al indulto a condenados, como el caso de Massera, según la Corte implicaría escapar de la obligación de castigar cuando los órganos judiciales de un Estado hallaron las pruebas suficientes como para fallar.

La máquina de matar

Impetuoso, seductor, mujeriego, capaz de imaginar alianzas con el socialismo europeo o de buscar la cooptación de dirigentes montoneros, Massera fue una máquina de matar y hacer política dentro de otra máquina de matar y hacer política como fue el Proceso de Reorganización Nacional que tomó el poder el 24 de marzo de 1976.

Los estudiosos no se ponen de acuerdo sobre si la máquina mayor, la del Proceso, se propuso intencionalmente los resultados que alcanzó: masacre, fragmentación social, desindustrialización y perjuicio para la agricultura, financierización, caída de la participación de los trabajadores en la renta nacional y de su poder de negociación en la puja por la distribución de esa renta.

En un estudio escrito en caliente, en 1979, el economista Adolfo Canitrot habló de un gigantesco proceso de disciplinamiento social.

Más allá de las intenciones o de un plan escrito, la transformación social de la Argentina habla por sí misma.

¿Cuál es el fenómeno que representa Massera? Quizás que, en su caso, no hay dudas de que, en paralelo a la marcha de la dictadura, él sí era parte de un plan político explícito e intencional.

Tan burócrata de la muerte como Jorge Videla u Orlando Ramón Agosti, sus compañeros de la primera junta de la dictadura, el entonces Almirante Cero, como lo llamaban las patotas de la Escuela de Mecánica de la Armada y lo subrayó el periodista Claudio Uriarte, que tituló de ese modo la biografía de Massera, el entonces jefe de la Marina quiso añadir un valor extra. Procuró su proyección como dirigente político a partir de la dictadura y, además, en medio de ella.

Venía haciendo méritos para ello. Joven oficial antiperonista antes del golpe de 1955, veinte años después llegó a hacerse un interlocutor confiable de Isabel Martínez de Perón, presidenta por muerte de su marido Juan Domingo Perón el 1ª de julio de 1974. A esa altura ya había anudado el centro de su pertenencia en un circuito clave del poder a escala mundial: la organización fascista Propaganda Dos, que buscó infiltrarse en la masonería italiana, y terminó repudiada por ella, y consiguió el manejo de porciones importantes de decisión en el Vaticano, la Justicia italiana, los servicios de inteligencia y las finanzas negras. Los dos puntos de apoyo de Propaganda Dos fuera de Italia estaban en Brasil y en la Argentina.

Ayer a la tarde, recién enterado de la noticia, el sobreviviente de la ESMA Víctor Basterra repitió otra vez su increíble relato que prueba que nada de lo anterior es una fábula. Basterra, sometido a tormentos y trabajo esclavo en la ESMA, contó que fue forzado a realizar cuatro pasaportes falsos para Licio Gelli. Gelli era uno de los jefes de la P-Due. Condecorado por Perón en la Argentina a pedido del entonces canciller Alberto Vignes, en 1973, Gelli fue la garantía de continuidad para que estructuras de poder mafioso edificadas a fines del gobierno de Isabel pudieran seguir vigentes en el régimen que comenzó en 1976. Y el garante del garante se llamó, en la Argentina, Emilio Eduardo Massera.

Basterra contó ayer su dolor por el hecho de que Massera no muriera en prisión común y que hubiese muerto sin una sola condena por robo de bebés, entre otros cargos que aún afrontaba. También relató por qué en un momento de su esclavitud decidió juntar pruebas. “A mí ya me dejaban salir y yo sabía cómo violarles algunos encriptados, así que me fue llevando elementos valiosos”, dijo. Contó Basterra que lo decidió porque en un momento sus compañeros le dijeron: “Estos tipos no se la van a llevar de arriba”.

La ESMA fue uno de los tres grandes campos de concentración de la Argentina y el más grande controlado por la Armada. Los otros dos estaban bajo el mando directo del Ejército: La Perla en Córdoba y la sede de Institutos Militares en Campo de Mayo.

Las tres fuerzas construyeron sus formas propias de relación con sectores civiles, y tanto investigadores como militantes políticos y dirigentes de derechos humanos hablan cada vez más de “gobierno cívico-militar” para referirse al régimen que gobernó entre 1976 y 1983. La historia de ese régimen no se ajustaría a los hechos si el supuesto pintoresquismo de Massera y su personalidad opacaran la urdidumbre de poder que incluyó desde relaciones con grandes empresarios a dirigentes del peronismo, el radicalismo, el socialismo democrático y el comunismo, en este caso por decisión propia e impulso de la propia Unión Soviética.

El proyecto

La peculiaridad de la construcción de Massera se apoyó en algunos rasgos específicos.

Intentó la edificación de un masserismo que, obviamente, lo contara como líder.

Igual que los demás comandantes, se acercó a dirigentes sindicales mientras el aparato represivo terminaba con los delegados de fábrica, los dirigentes intermedios y escarmentaba en la desaparición de Oscar Smith el primer desafío de los trabajadores a la dictadura. Pero en su caso no fue sólo un cálculo de contención de protestas obreras sino además el intento de una articulación para el futuro.

Buscó consolidar una fuerza propia, el Partido para la Democracia Social.

Como un Josef Mengele de la política, trató de erigir un laboratorio. Quería que mediante el terror, la negociación, la perversión y el aprovechamiento del humanísimo instinto de supervivencia fuese posible, primero, la absorción de conocimientos sobre qué pensaba la guerrilla montonera y, luego, la conversión de algunos de sus cuadros en cuadros propios. Sin embargo, no lo consiguió. Salvo dos o tres casos, los cautivos de la ESMA sometidos a servidumbre no se convirtieron en miembros de la inteligencia de la patota y, cuando cada uno vio llegado el momento, cada sobreviviente se transformó en un testimonio que contribuyó a que la sociedad conociera qué había ocurrido, quiénes habían sido los lugartenientes del Almirante Cero y cómo funcionaba por dentro la máquina de matar.

En la distribución militar de roles la Armada de Massera no obtuvo el ansiado Ministerio de Economía, que el Ejército se reservó hasta garantizar un tándem entre Videla y Martínez de Hoz. Massera consiguió, en cambio, entre otros resortes de poder, el control del Ministerio de Bienestar Social y la Cancillería. Asesinato del general Omar Actis mediante, Bienestar Social quedó articulado con el Ente Autárquico Mundial ’78, a cargo del almirante Alberto Lacoste. La Cancillería funcionó como una prolongación internacional de la ESMA.

Los marinos Oscar Montes y César Guzzetti estuvieron a cargo del Ministerio de Relaciones Exteriores cuando se desplegó el Operativo Cóndor, de colaboración entre las dictaduras de Sudamérica en materia de intercambio de información, de prisioneros y hasta de bebés robados. El número dos, el capitán de navío Gualter Allara, sería contraalmirante de Operaciones Anfibias en el desembarco que llevó a la guerra de Malvinas de 1982. Llegado a la Cancillería con la Revolución Libertadora de 1955, Federico Barttfeld fue el alfil de Massera entre un grupo de diplomáticos de carrera. Fallecido en 2009, Barttfeld pertenecía a la P-Due como Massera, Gelli y el entonces jefe de la represión en la Capital Federal y la provincia de Buenos Aires, el general Carlos Guillermo Suárez Mason. Cuando el primer embajador de la Junta en Caracas, el radical balbinista Héctor Hidalgo Solá, fue llamado a Buenos Aires y asesinado, Barttfeld ocupó su lugar en Caracas. Allí funcionaba un Centro Piloto como el de París.

Aquella construcción que sumaba política más inteligencia militar es la que explica que vestigios de masserismo aparezcan en la política actual. Terminado el ciclo masserista en la Armada –donde, al revés de su colega de Ejército Roberto Bendini con el retrato de Videla, el almirante Jorge Godoy hizo descolgar el cuadro de Massera sin que Néstor Kirchner tuviera que ordenarle que procediera– cada tanto reaparecen muestras del poder de Massera en órganos del Estado democrático. Sucedió durante el menemismo nada menos que con la Dirección de Migraciones, dirigida por el capitán de navío retirado Aurelio Za Za Martínez. Con el Ministerio de Educación de Mauricio Macri, ocupado por el masserista Abel Parentini Posse. Y con la embajada en Venezuela, que ocupó por designación de Eduardo Duhalde, Carlos Ruckauf, Esteban Caselli y Martín Redrado el embajador de carrera Eduardo Sadous. Como joven diplomático Sadous había sido colaborador de Vignes y después, ya en dictadura, de Gelli cuando éste operaba en Italia desde la embajada argentina en Roma.

Otros cuadros del masserismo terminaron en negocios privados. Fue el caso de Jorge Radice, socio de Rodolfo Galimberti hasta que éste se murió, y el de Ricardo Cavallo, que desarrolló emprendimientos tecnológicos en México hasta que fue extraditado primero a España y finalmente a la Argentina.

Una parte de esos oficiales participó en otra parte del proyecto masserista (aunque, otra vez, no fue privativo de la Marina sino un método compartido por otras fuerzas y jefes) que fue el apoderamiento de bienes de secuestrados. Uno de los casos más resonantes fue Chacras de Coria, propiedad de Victorio Cerutti, obligado a vender sus bienes igual que su abogado, Conrado Gómez. Los dos fueron secuestrados en 1977. En lugar de desvanecerse, la historia cada vez es más nítida.

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Emilio Eduardo Massera
 
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