EL PAíS › OPINION

Los discursos del poder

Por Fortunato Mallimaci *

Entramos al siglo XXI alejados de la ilusión de “paz y administración” y “orden y progreso” de nuestros ancestros de comienzos del siglo XX.
Al riesgo, la desocupación, la pobreza y la angustia generalizada que viven millones de personas en el planeta se le ha sumado los últimos días otro “flagelo” que suponíamos extirpado: el de la guerra a nivel planetario. ¿Consecuencia de los atentados terroristas del 11 de septiembre del 2001? ¿Fruto de las ambiciones hegemónicas del nuevo imperio global desbocado y sin oposición a la vista? ¿Nuevo orden que trata de imponerse a fuerza de misiles y mercado? Sea cual fuere la interpretación, estamos en presencia de situaciones que nuestros antiguos mapas cognitivos no tenían registradas.
Hay, en cualquier caso, otros aspectos a tener en cuenta. La actual guerra tiene como justificaciones centrales y dominantes por parte de sus actores no intereses económicos ni geopolíticos sino, una vez más, la lucha entre el bien y el mal, entre el cielo y el infierno. Aparecen como conflictos ya no basados, como en el siglo XIX y XX, en la lucha de clases o en supremacías coloniales sino como una guerra entre dioses.
Parecen haber pasado los tiempos de los agnósticos y ateos. Ahora todos quieren rememorar a sus muertos en ceremonias religiosas. Los llamados a “Dar la Vida por Dios” se hacen discurso cotidiano tanto en Bush como en Hussein, en los generales de EE.UU. como en los de Irak, en los que apoyan a uno como a otro. Las únicas motivaciones que parecen dar “efervescencia” y “sentido” hoy a los actores que van al frente de batalla son las místicas-religiosas. Resulta sorprendente cuando se sabe que el partido Baas, gobernante en Irak desde hace décadas, apareció como la “racionalidad secular” frente al “fundamentalismo islámico” de los países que lo rodean. Inquietante cuando uno observa que la principal potencia “de la racionalidad occidental” está dirigida por un grupo de líderes que rezan a su Dios cada mañana, tomados de la mano, antes de comenzar la actividad diaria. ¿Estaremos retomando entonces la idea de guerra justa tal cual las cruzadas cristianas la conceptualizaron en el siglo XIII y luego las diversas ideologías las adaptaron en los siglos siguientes? ¿Es éste el legado de la modernidad dominante en crisis?
Vale la pena recordar hoy esos antecedentes. En un sermón que llama a pelear en las cruzadas, el santo Bernardo de Claraval dice allá por mediados del 1200: “Los soldados de Cristo combaten confiados en las batallas del Señor, sin temor alguno a pecar por ponerse en peligro de muerte y por matar al enemigo. Para ellos, morir o matar por Cristo no implica criminalidad alguna y reporta una gran gloria. Además consiguen dos cosas: muriendo sirven a Cristo, y matando, Cristo mismo se les entrega como premio. El acepta gustosamente como una venganza la muerte del enemigo y más gustosamente aún se da como consuelo al soldado que muere por su causa. Es decir, el soldado de Cristo mata con seguridad de conciencia y muere con mayor seguridad aún. Por algo lleva la espada; es el agente de Dios, el ejecutor de su reprobación contra el malhechor... Y cuando le matan, sabemos que no ha perecido, sino que ha llegado a su meta. La muerte que él causa es un beneficio para Cristo. Y cuando se le infieren a él, lo es para sí mismo. La muerte del pagano es una gloria para el cristiano, pues por ella es glorificado Cristo”.
Lo que es el Dios para Bush es el demonio para Saddam Hussein, y el Dios de Saddam Hussein es el diablo de Bush. ¿No será hora de rechazar toda legitimidad religiosa a los discursos del poder sea cual fuere la legitimidad religiosa y sea cual fuere el poder? ¿No será hora de ampliar y recrear nuestra racionalidad desafiándola a la actual decadencia con propuestas emancipadoras?
Ninguna guerra es justa, ningún poder que asesine debe ser aceptado, nadie tiene derecho a disponer de la vida del otro y de la otra.

* Sociólogo. Profesor titular de la UBA e investigador del Conicet.

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