EL PAíS › EL JUICIO POR LA REPRESIóN DE LA PATOTA EN EL HOSPITAL POSADAS

“Estaban violando a una chica”

Abel Jasovich era médico de guardia cuando el hospital que era vanguardia en investigación y atención fue ocupado por grupos de tareas del Ejército y policías. Dio testimonio de las atrocidades que presenció y el terror que los inmovilizaba.

 Por Alejandra Dandan

Ya habían hablado varios de sus compañeros. Vienen reconstruyendo en los Tribunales de Retiro los meses negros de la represión en el Hospital Posadas. Abel Jasovich era médico de guardia, una noche después del golpe escuchó los gritos de una mujer. “Bajamos, éramos dos, a ver qué pasaba”, dijo ayer en la audiencia. “Y bueno, uno de los ellos (del escuadrón Swat) estaba violando a una chica, no sé si era una telefonista o administrativa, pero cuando vamos para intervenir aparece otro, nos pone un arma en el pecho. Son este tipo de cosas, uno diría que se estaban viendo, con las que uno puede pensar que interviene como en un acto heroico, pero lo cierto es que cuando nos pusieron un revólver en el pecho no hicimos nada.”

En la sala de audiencias estaban sentados varios de sus viejos compañeros del hospital.

–¡Pero qué íbamos a hacer! –murmuró uno, en la silla. “Evidentemente –decía todavía el testigo–, los hechos de terror son de terror: paralizan a la gente.”

Las audiencias del Posadas avanzan en la reconstrucción de las dos etapas de la represión en ese espacio relatado como centro de salud modelo a donde la represión llegó para poner sus manos, desarmarlo y disparar un sistema de terror reforzado por la conversión del chalet del director en centro clandestino. La dictadura ahí tomó la forma de vaciamiento destinado a las políticas de salud, en manos de hombres comprometidos con políticas sanitarias de avanzada.

“Como todo el mundo, tuve que hacer las famosas filas” el día del golpe, dijo él. “Y pasar las listas y lo que yo presencié es que determinadas gentes de las listas eran subidas a camiones celulares y después no los volvíamos a ver. Recuerdo esa escena porque la población en general –y nosotros menos– ese primer día no tenía mucha idea de qué significaba todo esto. Y en ese primer momento uno vio situaciones de violencia porque el hospital tenía un portón metálico muy grande. La gente pugnaba por entrar y eso parecía un absurdo visto con el tiempo, querían entrar para atenderse porque tenían, por ejemplo, turno con un oftalmólogo. El oficial que estaba a cargo de la puerta le ordenó a otro que cerrara el portón y había una mujer mayor ahí afuera a la que le cerraron el portón en la mano, le fracturaron toda la mano. Y lo más importante, diría yo, es que dijeron: ‘El Ejército argentino avanza’. Yo había hecho la conscripción, pero eso no lo había escuchado: algo que no sé, estaban en batalla.”

Las listas eran listados con nombres de los empleados administrativos y médicos del hospital. Las patotas cotejaban nombres con ingresos. Los controles siguieron a lo largo de días con listas que iban aumentando en número de nombres. “Yo fui uno de tantos que presenciaron cuando a médicos y a otras gentes los subían al celular, y nos gritaban y nos tiraron para adentro para que nos corriéramos de las ventanas.”

“Muchas cosas ocurrían de noche”, dijo. “Muchas veces entró un pelotón de fajina, irrumpieron en la guardia, me acuerdo de que un día yo estaba asistiendo a un señor porque le había saltado líquido cáustico en los ojos. Era una cosa muy dolorosa. Lo hicieron separar, no dejaron que se lo siguiera atendiendo. Tenían un arma larga que realmente era impactante, no era un fusil común, era un arma muy compleja, uno me la puso acá a Diez centímetros y me decía: ‘¿Dónde están los guerrilleros?’. Una situación curiosa: yo no sabía de qué guerrilleros me estaba hablando. Después se metieron al resto del hospital y de esa patrulla no supe otra cosa, pero esas son las cosas que uno recuerda de esta primera etapa.”

Segundo tiempo

La represión en el Posadas tuvo dos momentos. El primero marcado por la presencia del Ejército y el control de Reynaldo Bignone, una etapa breve en la que no hubo desaparecidos. Y la segunda etapa que empieza alrededor de junio con la llegada del grupo Swat, a cargo de la dirección del hospital. “Ahí es cuando aparece el grupo que irónicamente denominan Swat”, dijo el médico.

–¿Quién los llama así? ¿Los llaman o se autodenominan así?

–No sé quién les puso ese nombre, pero realmente es irónico porque si no hubiera terminado de forma trágica, tenían algo de la Armada Brancaleone. Estaban siempre haciendo exhibición de las armas, pistolas, rifles, caños recortados: y ahí es donde uno vio, tuvo que ver, las situaciones de prepotencia y violencia que no era con aquellos que decían elementos subversivos, sino que era una violencia generalizaba.

En ese clima del terror, pospuso nueve meses la decisión de irse. “Las guardias eran desagradables, porque ninguno de nosotros sabía qué es lo que había que hacer: yo no tenía nombramiento, y me decía a mí mismo para qué voy, si voy es un riesgo y si no voy, van a creer que yo tengo algo que ver con qué, no sé qué. Por eso parecía el juego del Martín Pescador.”

Hacía frío, dijo Abel. Lo habían desnudado, le tiraron baldes de agua fría y lo castigaron con el cinto. “Realmente una explicación insólita”, dijo él. “Y lo que pasó realmente era una cosa tan increíble que dijimos está bien y nos fuimos, muchas de estas cosas, volvía a mi casa y no las contaba porque eran tan insólitas. Me decía: ¿yo no estaré viendo visiones? Cómo hacía para explicar que de pronto violaban a una chica o le pegaban a otro con el cinto.”

Los recuerdos, las denuncias fueron más. El médico recordó el momento en el que esperaba a Jacobo Chester porque esa noche le tocaba hacerse un asado, pero no vino. Nunca volvieron a verlo. O el momento en el que llega muy inquieta Nene Cairo, otra compañera enfermera, entró la patota, dijo y se la llevó y ella me miró y me dijo: ‘Avisá que me llevan’. Enseguida se fue él. “El día que se lo llevaron a Roitman tomé la decisión de no ir más al hospital. Cuando llegamos habían entrado a su casa, se lo habían llevado y yo entendí que todo esto era definitorio.”

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El médico Abel Jasovich contó su experiencia como profesional del Posadas tras el ingreso de la patota militar.
Imagen: Lucía Baragli
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