EL PAíS › LA ELECCION ES LA MAS REÑIDA EN LOS VEINTE AÑOS DE DEMOCRACIA

Hoy es mano a mano, y cabeza a cabeza

Cinco candidatos se disputan pasar al segundo turno en el verdadero debut del ballottage en el país. Hay tres en cabeza según las encuestas, y a la ecuación se le deben agregar los diferentes modelos de país que se impondrán a partir de hoy a las 18.

 Por Luis Bruschtein

Como los viejos circos de tres pistas, esta es una elección con varios escenarios. Está el escenario ambiguo de las encuestas, un escenario de contenidos, otro de imagen y otro de situación. Todo se superpone y sucede al mismo tiempo y, si uno se entretiene con el encantador de serpientes, seguro se pierde a la ecuyère con su tutú y cuando los payasos empiezan a guaranguear, en la otra pista el mago saca conejos de la galera.
En el que plantean las encuestas hay tres candidatos (Carlos Menem, Ricardo López Murphy y Néstor Kirchner) que tienen posibilidades reales de salir primeros en la elección de hoy y otros dos (Adolfo Rodríguez Saá y Elisa Carrió) que tienen posibilidades de salir segundos junto con los otros dos de la primera lista que no salgan primeros. Hay que tener un doctorado de Oxford en matemáticas para evaluar cada uno de los 10 posibles pares que podrían llegar a la segunda vuelta.
La gente habla de las encuestas porque tiene la certeza de las matemáticas, tan lejos de la incertidumbre de los comportamientos humanos. Quizá por esa razón se han convertido en la estrella de estas elecciones, más que los programas, más que los votantes y más que los candidatos. La gente habla de las encuestas y no discute de política. Pocos saben lo que piensan sus candidatos, que además se encargan de ocultarlo, por lo menos la mayoría de ellos, y tratan de construir una imagen como la que les sugieren las encuestas. Pero cuando las cifras son tan parejas arrojan el mismo grado de incertidumbre que las ciencias sociales.
Hay un escenario de contenidos, de proyectos en pugna. De los cinco primeros candidatos, dos (López Murphy y Menem) se manifiestan por una especie de continuidad mejorada de lo que fue el modelo neoliberal de los años ‘90, con preponderancia de los mercados, el sector financiero y las empresas privatizadas, con fuerte acento en el orden y la disciplina social, prioridad del ALCA frente al Mercosur y un claro alineamiento internacional junto a Estados Unidos. Los otros tres (Kirchner, Rodríguez Saá y Carrió) expresan, con distintas variantes, proyectos que se centran en la exportación y el mercado interno, ponen el acento en la producción y en las políticas sociales, priorizan al Mercosur frente al ALCA y se plantean una política exterior en conjunto con los países de la región.
Entre los dos primeros, las diferencias pasarían por cuestiones éticas y de transparencia, reproduciendo de alguna manera la discusión entre la Alianza delarruista y el menemismo en los años ‘90. Las diferencias entre los otros tres candidatos tienen aristas de este tipo (ética y transparencia) y otras con respecto a la profundidad de las políticas sociales y distribucionistas.
Pero también hay un escenario cosmético, superficial y mediático que hace difícil saber si los seguidores de los candidatos votan por esos contenidos programáticos o por otras cuestiones, como imagen personal, tradición política, el miedo o la bronca. Y por lo tanto es difícil también saber hasta qué punto estarían dispuestos después a sostener la aplicación de esos postulados. Todo esto complica más las cosas, porque las imágenes son tan engañosas que el personaje que se presenta como el candidato de lo nuevo, puede representar a lo más viejo y ya rechazado, o al revés.
Hay un escenario de situación que es la crisis. Una crisis económica, social, cultural y política. Es un contexto que atraviesa en forma subterránea toda la elección y condiciona el futuro de los candidatos. La crisis genera la posibilidad de cambios, pero al mismo tiempo inestabilidad y temor entre mucha gente. Los enfrentamientos, las protestas y el desorden generan también una tendencia a aferrarse a lo conocido y a volcarse a posiciones autoritarias en un amplio sector. Ese sector fue el que siempre proporcionó la base de sustento civil a los golpes militares. Esta vez no hay golpes militares, pero creció el respaldo a posiciones de mano dura y autoritarias que hablan incluso desacar las Fuerzas Armadas a la calle, como si quisieran recrear la base de sustento de la dictadura en 1976, para volcarla ahora a su favor.
Todos estos escenarios se cruzan en las elecciones. Para la mayoría de las encuestas, Menem y Kirchner serían los candidatos que pasarían a la segunda vuelta. Sería coherente con el escenario de contenidos porque implicaría la confrontación de dos proyectos. Desde el punto de vista de los contenidos, lo más lógico sería que se enfrentaran Menem o López Murphy, con Kirchner, Rodríguez Sáa o Carrió. Se trata de la continuidad de un proyecto que estalló, confrontado con la apertura a nuevas formas de organización de la sociedad. En ese caso, las encuestas indican que ganaría el candidato que enfrente en la segunda vuelta a Menem o a Murphy. De hecho, los números sumados de Kirchner, Rodríguez Sáa y Carrió son más que los de López Murphy y Menem juntos.
Otras encuestas señalan que los dos ganadores de la elección de hoy serán Menem y López Murphy. En este esquema no habría confrontación de proyectos y, aunque ambos planteen en términos generales los mismos conceptos, la elección del 18 de mayo podría polarizarse entre peronismo y antiperonismo, en cuyo caso ganaría Menem; o entre menemismo y antimenemismo, en cuyo caso podría ganar López Murphy. Como la polarización estaría cruzada por ambos antagonismos, la definición podría ser muy pareja.
Pero de esta manera, quedaría fuera de la segunda vuelta la mayoría de los electores que dividió sus simpatías entre los otros candidatos. O sea, al no haber confrontación de proyectos, la mayoría que votó por el cambio de modelo, pero que dividió ese voto en tres candidatos, quedaría sin una opción más o menos afín en la segunda vuelta. Sería una elección que expresaría a un sector importante pero minoritario de la sociedad. Y es probable que de la mayoría que quede por fuera, muchos opten por la abstención o el voto en blanco en la segunda vuelta. Es decir que en un escenario de este tipo, en la segunda vuelta habría bastante menos votos positivos que en la primera, lo que reduciría el marco de legitimidad y respaldo del futuro presidente.
En la mayoría de las encuestas, las diferencias entre el primero y el tercero no pasan de tres puntos, con lo cual el margen de error aceptado por los sondeos, que es de más o menos tres puntos, puede afectar la disputa por el primer y segundo puesto entre los cinco candidatos. Quiere decir que será muy difícil saber los resultados de la elección a pocas horas de su finalización, y es probable que las cifras oficiales no se conozcan hasta varios días después. Los primeros cinco candidatos que tienen posibilidades de salir segundos o primeros disputarán a cara de perro cada voto durante los cómputos y seguramente los cinco denunciarán irregularidades en el comicio. Será una discusión dura que pondrá en tela de juicio la transparencia del acto.
Es una especie de matemática política en un pizarrón blando, porque los números se desdibujan en el contexto de la crisis. Una crisis política que hace dudar sobre el grado de adhesión del voto a su candidato, una crisis económica que implicará tomar decisiones de fondo que requieren de una representatividad que no surgirá sólo de las elecciones y una crisis social con millones de desocupados, hambre y problemas de salud y educación. Algunos de los candidatos entienden que la crisis es sólo en la macroeconomía, que sus principales víctimas han sido empresarios y banqueros y que las protestas sociales son protagonizadas por sediciosos. La vía represiva polarizará las protestas y provocará más violencia.
Otros candidatos entienden que para solucionar los problemas sociales tienen que abordar cambios en la política económica, pero para llevarlos adelante necesitan un respaldo activo que vaya más allá del voto, cosa que en la actualidad no sucede. Y, en todo caso, ninguno de los cambios se hará sentir en forma inmediata como algunos han prometido.
Cualquiera de ellos deberá soportar fuertes presiones sectoriales una vez que asuma, desde los acreedores internacionales hasta reclamossalariales. Los que sean concesivos con el establishment intentarán apagar con represión a los reclamos sociales y los que atiendan a estos reclamos deberán contar con un fuerte apoyo para aguantar las presiones de los factores de poder.
Ninguno de estos dos caminos se termina de resolver en esta primera vuelta y seguramente tampoco en la segunda, porque el claro apoyo que necesitan en cualquiera de los casos no saldrá de estas elecciones enmarcadas por la crisis. Y en ese contexto ninguno, ya sea conservador, progresista o moderado, podrá llevar sus proyectos hasta las últimas consecuencias si no puede transformar ese respaldo distanciado y parcial en una actitud de masas participativa y militante, más allá de que encontrará un Congreso que en principio no le será propio. O sea que en ese marco todos deberán hacer concesiones a sus contrarios, a no ser que se desvíen hacia formas no democráticas.

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El electorado nunca llegó tan fragmentado a una elección desde la restauración democrática.
 
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