EL PAíS › PANORAMA POLITICO

Las capas de la cebolla

 Por Luis Bruschtein

El dólar dejó de ser el problema favorito por unos días y lo reemplazó la negociación con el FMI. Volvió el ministro Jorge Remes Lenicov de Estados Unidos con buenas y malas noticias y el problema pasaron o volvieron a ser los desocupados, el PAMI y los hospitales. La Argentina es como una cebolla, a medida que se van sacando las capas, más hace llorar.
La protesta social y el Fondo Monetario más que nunca tienden a colisionar como dos trenes a toda velocidad. Las exigencias del Fondo para más recortes, sobre todo en las provincias donde las economías regionales fueron las primeras en capotar con el régimen anterior, y para más privatizaciones, en este caso del sistema financiero estatal, el Banco Nación, el Provincia y el Ciudad de Buenos Aires, desmienten los despuntes autocríticos que sobrevinieron poco después del default.
El Fondo puso sus condiciones y de muy buena manera le explicó a un desesperado ministro de Economía de un país quebrado, sentado sobre un polvorín, que decidirá si pone algo de plata dentro de sesenta días cuando vea que sus consejos son aplicados. En algunos medios se suele hablar de “ayuda” del FMI, pero lo que sucedió en Washington parece más la simple extorsión a un tipo con la soga al cuello. Porque nadie sabe lo que puede pasar en sesenta días en la Argentina, si vuelve la crisis del dólar, estalla la crisis social o redoblan las especulaciones sobre toda la gama de posibles golpes, desde Seineldín hasta el último que hablaba de una conspiración con participación de la Armada. Como poder ser, puede ser cualquier cosa, hasta un golpe de los policías riojanos.
Cuando se difundió la carta del papa Juan Pablo II advirtiendo sobre un estado “preanárquico” en la Argentina, el obispo de Morón, Justo Laguna, aclaró que el Pontífice no se refería a un posible golpe militar, “porque –dijo– esa mentalidad ya ha sido superada en las Fuerzas Armadas”. El mismo jefe del Ejército, general Ricardo Brinzoni, salió a desmentir todas las versiones y también lo hizo el jefe carapintada Mohamed Alí Seineldín, en la parte que a él le correspondía.
A veces se acusa a la izquierda de ser “ideologista”, es decir, defender o atacar una idea por una cuestión de dogma y no por el efecto concreto que imprime sobre la realidad esa idea o propuesta. No tendría que sorprender que la relación del Fondo con la Argentina fuera con esa misma característica “ideologista” con que se suele acusar a un sector de la izquierda. El dogma neoliberal pareciera estar por encima, incluso, de sus intereses locales a mediano plazo a los que este gobierno no ha amenazado, pero que podrían ponerse en serio riesgo si estalla la crisis.
Esta gravedad de la situación, incluyendo la debilidad del Gobierno, es también su única fuerza para negociar o gestionar. Es la que utiliza el ministro Remes Lenicov en Washington con el FMI y la que pone sobre la mesa del Congreso para lograr la aprobación del Presupuesto ante la renuencia de los legisladores que no comparten el proyecto estratégico del Gobierno. Pero cuando la debilidad es la única fuerza, el resultado es impredecible, es un recurso desesperado. En ese contexto, los negociadores del Fondo decidieron tensar de la cuerda al máximo, como si dijeran “vamos a poner la plata cuando lleguen al borde del precipicio”. El problema es que la caída desde ese borde se produce de la noche a la mañana, como bien lo saben Domingo Cavallo y Fernando de la Rúa. Todo está como siempre hasta que el ruido de un cohete desencadena el final.
Evidentemente, la evaluación que hacen los técnicos del Fondo desde la pura macroeconomía no presupone que haya una caída de ese tipo en los próximos 60 días. Claro que esos técnicos no saben nada de conflictos sociales y crisis políticas y esa ignorancia los lleva a jugar con fuego entre variables que no conocen.
El gobierno de Duhalde buscó su base de sustentación en una alianza con los sectores empresarios más concentrados de la producción, que son sus defensores más claros en este momento. Y espera que el respaldo de lossectores populares llegue más tarde, cuando los efectos de la reactivación motorizada por estos sectores favorecidos por sus medidas lleguen hasta la parta más baja de la pirámide social. Mientras tanto, esta zona más baja de la pirámide es la que recibe los golpes más fuertes con devaluación, indexación, aumentos de precios y todo el descalabro de la red social desde los planes de apoyo hasta los hospitales.
Para ese sector, trabajadores, desocupados, clases medias, no hubo medidas ni siquiera parciales y solamente se le ofrece esa posibilidad de reactivación con “derrame” para el futuro. Obviamente es mejor que el descampado sin futuro que había dejado el modelo neoliberal. Pero nadie garantiza que ese “derrame” no sea nada más que un “goteo” en el marco de un modelo de acumulación enfocado a la exportación, con alguna necesidad de mercado interno y con una fuerte necesidad de costos internos lo más bajos posible.
Ese es otro flanco de la negociación que aprieta al Gobierno. Por un lado el FMI y por otro los sectores populares. El problema es que en este caso no tiene interlocutores tan claros en las comisiones de piqueteros o en las asambleas de vecinos y porque además, de los que existen, ninguno está dispuesto a negociar sobre la base de lo que el Gobierno ofrece. No ven medidas específicas destinadas a mejorar sus problemas. El Frente Nacional contra la Pobreza (Frenapo) y la CTA habían plebiscitado un seguro de empleo que en total implicaba más de 500 pesos promedio para hogares pobres, pero el Gobierno anunció que mantendrá los que existían antes y que todavía se demoran en renovarse. Con devaluación, aumentos de precios e indexación de créditos, en algún momento, más temprano que tarde, tendrá que haber reclamos de aumentos salariales, pero en el Presupuesto sigue habiendo zonas de recortes y ajustes.
Eduardo Duhalde no puede esperar respaldo popular sin ofrecer nada, más allá de lo mínimo que necesita para su estabilidad hasta que empiece la reactivación que espera. Y tiene miedo de que, si ofrece algo más que eso, lo que se reactive sea su imagen de “populista” con que lo chantajean desde Washington. Pero ese mínimo se hace cada vez más grande a medida que pasa el tiempo hasta esa esperada reactivación. La pregunta es en qué punto alguna de esas dos variables tira abajo a la otra o cuál tiene mayor capacidad de flexibilizar sus posiciones, el Fondo Monetario o la gente que ya tiene el agua al cuello.
Para el Fondo se trata de cuestiones de negocios, a los que en definitiva este gobierno trata de no afectar por lo menos en el mediano plazo. Para los sectores populares se trata cada vez más de una cuestión de sobrevivencia y están acostumbrados a escuchar promesas que nunca se cumplieron. En realidad, en muchos casos están peor que antes por haber confiado en algún momento en esas promesas, con lo cual su reacción es mucho más escéptica hacia los gobiernos y los políticos y la única forma de cambiar esa actitud no es con promesas por más sinceras que sean, sino con gestos concretos.
Cuando Duhalde asumió y tuvo que vérselas con el corralito, dijo que le habían dejado una bomba de tiempo que debía desarmar con mucho cuidado. Los responsables más directos de esa bomba fueron las administraciones de los diez años anteriores. Pero desembocaron en el corralito por haber aplicado en crudo las recetas que les impuso el Fondo Monetario que llevaron al país a varios años de recesión sin tregua. Y en este momento, la presión del Fondo puede activar una bomba más explosiva todavía que la del corralito.

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