EL PAíS › OPINION

Ecos de los discursos y de la plaza

El discurso de Cristina y los de sus adversarios más sonados. Diferencias varias. La “no gente”, una categoría masiva. Las cuentas de un decano. Representaciones distorsionadas, un rebusque extendido. La Cámpora y los peronólogos. La participación popular, una sugerencia. Pinceladas sobre oficialismo y oposición.

El jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri, y el gobernador Daniel Scioli también abrieron anteayer el año legislativo en sus distritos. Fue imposible para los medios dominantes encontrarles algún encanto o darles realce a sus discursos. Procuran conducirlos, les hacen de claque, gritan o susurran para que Scioli se rebele y Macri deje de hibernar. Al fin y al cabo, son las dos esperanzas blancas más expectables. Pero los susodichos no ayudan. Sus presentaciones son chatas, nada sugestivas, ni una palabra ni una señal acerca del futuro. Es misión imposible embellecer la nada. Hablaron en soledad, sin suscitar repercusión alguna. Se autoelogiaron, obviaron cualquier atisbo de autocrítica, lo que no es tan extraño en esos trances: también obraron así la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y el titular de la Corte, Ricardo Lorenzetti.

Esa semejanza, que el cronista no elogia pero que reconoce obvia, es mucho menor que la diferencia sideral existente entre la Presidenta y sus adversarios, que va más allá del abismo entre sus respectivas capacidades oratorias. Cristina Kirchner “hace política” siempre, galvaniza a la sociedad, crea agenda, discurre sobre su ideología. Los oponentes musitan simplezas sin proponer, genuinamente, nada que no sea esperar el fin de ciclo o alguna catástrofe económica o social. Son glosadores del discurso presidencial: esperan que el kirchnerismo se diluya, toque a su fin o caiga. No hablamos de escenarios imposibles: ninguna fuerza política conserva eternamente la legitimidad de origen y de ejercicio... pero es una baza chica, mezquina, huera de ideas fuerza o novedades. Quizá sea ganadora, si así resulta será consecuencia de los límites del oficialismo o su fracaso. A eso se llama “alternativa” en el sistema político argentino. Es un mote generoso, supone este cronista.

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La “no gente”: Lo que se movilizó, informa un gran diario argentino, fue “el aparato K”, expresión tan fea como capciosa. Miles de personas se dieron cita en la Plaza de los dos Congresos. Habrá que resignarse a una verdad enojosa, porque Clarín no miente: los kirchneristas no son gente. “La gente” es toda opositora, vamos.

Es un engorro para un sistema democrático, porque los “no gente” son muchos. Su peor elección nacional le valió un 32 por ciento de apoyos, una cifra que pondría en éxtasis al más optimista de sus adversarios. Hace menos de dos años el oficialismo consiguió holgada mayoría absoluta. La “no gente” es muchedumbre, entusiasta. Algunos (horror) son militantes, unos cuantos base social, de sectores populares.

La irrupción de La Cámpora dificulta el sonsonete “micro-choripán-arreo”. Se alega, en consecuencia, que se trata de mercenarios astutos, solo interesados en la ocupación de cargos públicos. Formadores de opinión que jamás vieron al intendente Hugo Curto y que mayormente desprecian sus estirpes (peruca, sindical y plebeya) invocan su nombre en vano. Estos jóvenes no son peronistas, los macartean en nombre de los “barones del conurbano”. El peronómetro tiembla en sus manos poco diestras y falla en su diagnóstico.

La mayoría de los dirigentes de La Cámpora se definen y militan como peronistas desde su primera juventud o adolescencia. Varios se foguearon en la universidad o en los colegios secundarios y acompañan al kirchnerismo desde su aparición. Es cierto que ahora ocupan lugares preeminentes. No son en su mayoría figuras de escritorio: la agrupación se expande en un interesante trabajo territorial. No hay por qué hacerles un panegírico a priori, sus desempeños dirán si son merecedores del espacio que se les reconoció. Pero no es coherencia lo que les falta, si se recorre sin prejuicios su trayectoria.

A los ojos del cronista, adolecen de una carencia no exclusiva en el kirchnerismo pero sensible en un grupo tan dinámico. En tendencia, no aportan propuestas, no imaginan novedades para que la Presidenta las sume a su paquete de medidas. La convalidación y el apoyo son sustanciales en una fuerza popular, el registro de los desafíos y la formulación de iniciativas, también. Hay una diferencia poco explorada en el armado político del kirchnerismo, la que media entre la crítica destructiva o diletante (que cualquier dirigente político debe esquivar) y el arte de abrir la agenda. La Presidenta siempre lo hace. Si otras voces que siguen su liderazgo arrimaran más ideas, ayudarían al proyecto.

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Decano entusiasta: El decano de la Facultad de Sociales de Estocolmo se extasía, lo que comunica a su ex discípulo favorito, el politólogo sueco que hace su tesis de postgrado sobre la Argentina. Cruza dos informaciones y se extasía: “¿Así que los miembros del Consejo de la Magistratura serán electos por los ciudadanos? Vengo leyendo que la popularidad de Cristina está por el piso y que el fin de ciclo es inevitable. Así que me alegro por los republicanos, que ganarán esa elección por paliza. Lo que me pregunto y le transmito, profesor, es por qué rabian tanto con el proyecto. ¿Temen que no haya pluralismo? Imagino que podrían reconocerle un seis por ciento al kirchnerismo en sus listas: es más de lo que sacarán en comicios libres. Déme detalles sobre el punto, profesor. Y pronto, porque sus informes cada vez son más espaciados”. El politólogo está en Congreso, llevando a babucha a la pelirroja progre, que está muy cristinista. No responderá este viernes, tiene otros planes más acuciantes y agradables. Pero, sin distraerse de su cuestión principal, imagina un arsenal de razonamientos para entretener al Decano y, de paso, mangarle un puñado adicional de coronas.

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Representaciones: Se niega o minimiza la representatividad del Gobierno, conseguida en las urnas. Correlato de manual: se distorsionan, exagerándolas, las de sus críticos. Van tres ejemplos, podrían ser más.

n Luis María Cabral se opone, preventivamente, a las reformas judiciales propuestas por el Ejecutivo. Un online hegemónico titula “Los jueces en contra” etc. Vaya una primicia para los lectores de este diario: Cabral no es “los jueces”, sino uno entre ellos. Cierto es que preside la Asociación de Magistrados pero ésta tampoco representa al total de los jueces. No es un gremio de afiliación obligatoria, sino de inscripción voluntaria. Puesto de otro modo: no se parece a un padrón electoral sino a un club. Es la más relevante pero expresa a una fracción. En las jornadas de la Biblioteca hacían cola para cuestionar a su actual conducción, varios “desde adentro”, otros desde afuera.

n Hay varias agrupaciones de familiares de víctimas del atentado a la AMIA. Y hay muchos familiares que no se reconocen o encuadran en ninguna de ellas. La Vulgata dice que “todos los familiares” se oponen al acuerdo con Irán, lo que deja afuera, para empezar a Memoria Activa y al conjunto que representa Sergio Burstein.

n La concurrencia de integrantes del Poder Judicial a la Biblioteca fue plural, no es tan simple encasillarla políticamente. Los hay con reproches serios al Gobierno, se los engloba a todos como “kirchneristas”. Los kirchneristas, para el discurso dominante, lo son por razones espurias. Minimizar el alcance de esa fuerza popular induce a ningunear a todos los que confluyen con él, así sea parcialmente. La oposición progresista, fantasea el cronista, podría ver cómo “colar” en la Biblioteca, cómo hacer propias muchas demandas y autocríticas inteligentes o necesarias. Prefiere el kirchnercentrismo, una forma tácita de corroborar su falta de sustancia.

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Los números y las tareas: El inventario discursivo de dos horas sobre las realizaciones del Gobierno deja vacante un flanco que el oficialismo debe asumir. La afirmación de los logros y la mención de las inversiones no agotan la nómina de problemas pendientes ni los palian. El oficialismo lo sabe y por eso (sin agotar la lista) intenta políticas contra la inflación y prepara proyectos para bajar el porcentaje de trabajo informal. Esos objetivos no son suficientemente descriptos, aunque sí conocidos.

La movida anti inflacionaria se basa en dos ejes, el control de precios y la búsqueda de contención de los aumentos salariales en paritarias. Economistas y dirigentes críticos vaticinan que será letal “el día 61”, aquel en que finalice el acuerdo de precios. El consultor Miguel Bein, más arraigado a tierra que muchos colegas, profetiza que el Gobierno tratará de extender en el tiempo el acuerdo. Si le sale, no habrá “día 61”. Bein concuerda con el mainstream de los economistas, que considera inviables tales pactos, en el largo plazo. Pero acota que muchos han sido exitosos en lapsos menos extensos. Como fuera, la política respectiva da la impresión de ser coyuntural y no ir al hueso de los problemas que suscitan la inflación.

El kirchnerismo se precia, a menudo con razón, de producir cambios de paradigmas. Uno de ellos, que no sería pura invención, sería combinar el apoyo popular para la implementación de políticas concretas. El control de precios y el trabajo “en negro” podrían ser incubadora de ensayos de participación y movilización para garantizarlos. La fragmentación sindical es una contrapartida de fuste pero aún así valdría la pena el intento. El potencial de representación y movilización del oficialismo podría fungir de herramienta para algunas movidas imprescindibles, amén de su valor para convalidar la legitimidad.

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Calidad y cantidad: El discurso de la Presidenta fue más largo que el de dos de sus principales adversarios. Pero la diferencia es cualitativa, sobre todo. Cristina politiza los temas, lo que para algunos es un pecado, criterio restrictivo que el cronista no comparte para nada. La Presidenta tiene un pasado para mostrar. Se puede diferir en el tratado que impulsó pero nadie puede negar la historia personal –política en la que funda, parcialmente, su arriesgada decisión–. Se puede sensatamente pedir más precisión en los números que prodiga (ella misma apuntó una vez que se podían deflactar “con el índice que quieran”) pero es peliagudo negar que la Argentina es otra desde 2003.

Tal vez una de las falencias opositoras es confinarse en una propuesta excluyente en concepto: volver atrás, suprimiendo la etapa kirchnerista. Situarse por método en la vereda de enfrente de todo.

Los gobiernos son revalidados o castigados en función de la satisfacción de los pueblos que representan. De la ciudadanía toda, incluyendo a “la gente” y a la “no gente”. El subsistema político incide parcialmente, su gravitación relativa varía. Puede aumentar cuando no hay una oposición seductora y viable. Las flaquezas de sus competidores ayudan a un oficialismo que les viene ganando por goleada. Lo hizo en las urnas, en los discursos del viernes y en el piné de sus respectivos líderes.

Todo puede cambiar, claro. Pero, quién sabe, tal vez haga falta algo más que jugarse las fichas a un tsunami o a un fallo contra la Argentina en una Cámara enclavada en Nueva York.

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Imagen: AFP
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