EL PAíS › ALFONSIN CONTRA LOS CACEROLEROS, LA PRENSA, CTERA

Otra vez “nosotros o el caos”

Inesperadamente el ex presidente rompió la inercia de una sesión de senadores. Alertó contra la “sedición”, encarnada en los medios, y los vecinos movilizados. Le replicaron Cristina Kirchner y Vilma Ibarra.

 Por Eduardo Tagliaferro

Nada hacía prever que el debate tomaría ese cauce. Se discutía un simple proyecto de respaldo al diálogo político impulsado por la Iglesia. Pero se sabe que Raúl Alfonsín es un hombre de sangre caliente y al impulso de su discurso encendido, los senadores se enfrascaron en una discusión política de esas que hace tiempo no se presencian. Con vehemencia y enojo, criticó las movilizaciones de ahorristas y a los que participan de los escraches. No les dijo fascistas, pero lo sugirió al citar a Benito Mussolini. Aunque criticó al neoliberalismo, mostró en su oratoria la misma lógica: “Si se cae (el Gobierno), también se cae la democracia en el país”. Se lo hicieron notar la senadora santacruceña Cristina Fernández de Kirchner y también la porteña Vilma Ibarra. Las siguientes intervenciones siguieron la línea que había marcado Alfonsín: todos contra la prensa y las asambleas populares, a las que definieron como “caóticas”.
Después de que se aprobaran burocráticamente una serie de trámites parlamentarios, el ex presidente pidió el tratamiento sobre tablas de un proyecto de apoyo a la comisión de diálogo que impulsa la Iglesia y las Naciones Unidas. A medida que iba entregando su discurso, iba subiendo el tono de voz y también de sus definiciones. Comenzó diciendo que el primer dilema es saber “¿por qué estamos así, por qué nos pasa lo que nos pasa?”. Sostuvo que con la respuesta en la mano comenzaba otro problema, ya “que se puede hacer un uso cínico o clínico de esa comprensión”. En este punto caracterizó a los cínicos como a aquellos “que buscan demagógicamente chivos expiatorios para explicar lo inexplicable”.
Aquí mostró las mismas mañas que supo exhibir Carlos Menem. Centró los males en los periodistas. Sostuvo que “hay una prédica falaz y canallesca contra la política por parte del periodismo amarillo que pretende que la política sea nada más que ineficacia y si fuera posible, que estuviera llena de miedosos incapaces de dar respuesta”. Antes había alertado sobre los riesgos, que a su juicio, sobrelleva la democracia. No descartó que se utilizara la ley de defensa de la democracia, pero exhortó a los distintos sectores sociales a “autolimitarse” en sus reclamos. Se lo reclamó a los docentes sobre quienes dijo que luego de que se les garantice el incentivo docente y un salario digno, deberían “abstenerse de llevar adelante huelgas que, en definitiva, conspiran contra la formación de nuestros hijos y las posibilidades de desarrollo de nuestro país”. El discurso de Alfonsín puso a la democracia como valor supremo. Sería por aquello de que “con la democracia, se come, se cura y se educa”.
Mostró su enojo con los escraches que realizan los asambleístas y dijo que “no puede ser que por algunos se nos involucre a todos”. Claro que lo que él criticaba, lo cometió a renglón seguido. Involucró a toda la prensa. No dio nombres y hasta sugirió la importancia de que se conforme un comité de ética integrado por periodistas y empresarios de medios.
Fiel a su estilo, hizo un buen discurso pero lleno de contradicciones internas. Destacó la democracia representativa y también la participativa, pero recordó que “el pueblo no gobierna, ni delibera, sino por sus representantes”. Al momento de explicar la participación la limitó a las instituciones y no “al asambleísmo caótico que quiere correr a los senadores y diputados si no votan el presupuesto que ellos quieren”. Sus últimas definiciones fueron para reclamar orden. “Aquí no se puede tolerar la sedición”, señaló. Incluso criticó a quienes hablan de la vieja política. Lo hizo defendiendo a Hipólito Yrigoyen, Juan Domingo Perón y Ricardo Balbín.
La primera voz que salió a su cruce fue la de la senadora Vilma Ibarra. Le dijo que, lejos de atacar a la política, “la gente salió masivamente a la calle a hacer política”. Le recomendó que, en lugar de enojarse con la realidad, hay que “canalizarla”. También criticó sus opiniones sobre la prensa y le dijo que más que un código de ética había que discutir “una política de medios de comunicación”. Para graficarlo dijo que “si hay uncacerolazo en Santa Fe y Billinghurst, por más que haya 15 personas sale en la televisión. Pero en Hurlingham necesitan 3 muertos para conseguir el mismo propósito”.
Kirchner reparó que la lógica del discurso de Alfonsín tenía cierto sesgo absolutista y la comparó con la frase de Luis XVI “El Estado soy yo”. Aquí le recordó a Alfonsín que no fracasó la política sino algunos políticos. Fue una manera sutil de decirle fracasado. Incluso le dijo que cuando Perón llamaba a la concertación lo hacía con el “60 por ciento de los votos a favor”. Hasta tuvo tiempo de pedir elecciones nacionales y de calificar al Gobierno como “un acuerdo de dirigentes de la provincia de Buenos Aires”.

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Alfonsín recuperó para Duhalde su clásico discurso maniqueo.
“Si se cae el Gobierno, también se cae la democracia” aseguró.
 
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