EL PAíS › LA RECUPERACION DEL SENTIDO EN LA
POLITICA TRAS UNA DECADA DE MENTIRA

Las palabras y las cosas

Los discursos presidenciales, un nuevo estilo. La sorpresa militar y la identificación de los nuevos con lo peor. La, inexplicable, bronca oficial con Garzón. El dilema de las leyes de la impunidad y los tiempos. Un aumento, otra costumbre olvidada, con un mensaje al FMI incluido. El PJ, oy, oy, oy. Y algo sobre Barrionuevo en el salón Felipe Vallese.

 Por Mario Wainfeld

“Si (como afirma el Griego en el Cratilo)
el nombre es arquetipo de la cosa en las letras de rosa está la rosa Y todo el Nilo en la palabra Nilo”

Jorge Luis Borges. “El Golem”.

Cuando habla Kirchner, pasa algo. Dos discursos, el de la cena de camaradería de las Fuerzas Armadas y el de la Bolsa de Comercio, dieron el tono de la actividad presidencial de la semana. Fueron dos discursos duros, ante auditorios acostumbrados a ser adulados desde sucesivos gobiernos. Desde el 25 de mayo, la palabra presidencial tiene un peso y un sentido largamente traspapelado en la política local. Néstor Kirchner no es un “pico de oro”, a veces ni siquiera un orador con encanto, pero tiene un par de virtudes esenciales para la comunicación democrática: lo que dice se entiende y, además, expresa lo que piensa. Cuando el Presidente afirma estar a favor de algo, está nomás a favor. Cuando critica, está en contra. Y cuando dice que piensa acometer tal o cual acción, héte aquí que de eso se trata. Otro logro comunicacional de Kirchner; en breve lapso ha convencido a casi toda la sociedad (descreída en función de su experiencia) de que su verba es sincera. Se puede discutir, se discute acerca de la pertinencia de sus decisiones, de su factibilidad, de su prudencia... pero nadie dice, porque nadie cree, que su palabra es un artificio, una añagaza, un camuflaje.
Valga rememorar lo que hizo Carlos Menem con la palabra política. La transformó en algo sin valor, en un mero galimatías, en un timo permanente. En una suma de sobreentendidos, de relecturas, de manejos lúdicos. Valga subrayar que no lo logró solo, que el riojano violó confesamente su primer contrato electoral y que la sociedad no sólo lo indultó, lo reeligió. Lo acompañó un tramo determinante de la sociedad, votando al mentiroso asumido. Lo plebiscitó en 1991, 1993 y 1995. El sociólogo-filósofo... Jean Baudrillard que usó y abusó de conceptos como “simulacro” se perdió con Menem un fascinante objeto de estudio.
De Fernando de la Rúa, un incapaz dotado de un lenguaje capcioso a la vez pretencioso y hueco, mejor ni ocuparse. Eduardo Duhalde marcó quizás un punto de inflexión pues hizo algunas promesas que honró, incluida la de acortar su mandato y excluirse de la lucha electoral... sin conseguir que casi nadie creyera en su sinceridad, hasta que sus conductas corroboraron sus dichos. Kir-
chner ha recuperado la palabra política y con ella determina escenarios, alineamientos, conductas. Definidos sus rumbos, sus adversarios, el territorio de los debates –no es poco en menos de dos meses de gestión– queda claro que piensa lo que dice y que anhela hacer lo que promete. Y empieza a transitar un desfiladero, el de demostrar que puede hacer lo que promete.
Fríos, pocos y malos
“El clima era gélido”, describe uno de los funcionarios que compartió, a disgusto, la cena de camaradería y no se refiere al clima de afuera del salón. De por sí había pocos uniformados, no ya porque con buen tino no se invitó a los retirados sino porque mucho personal en actividad le hurtó el cuerpo al convite. Acostumbrados a otro tipo de trato, los militares digirieron mal las palabras que les dirigió Kirchner, “memoria” “verdad” “Justicia”, connotadas inequívocamente porque remiten a debates públicos sostenidos durante décadas.
El mensaje, “no a la impunidad”, cayó mal. Un ex ministro de anteriores gobiernos que conoce el paño, y a menudo lo expresa, describe el sentir castrense a Página/12, a condición de guardar su nombre. “Los militares se sienten relegados. Se quejan de que no se los recibe en la Casa de Gobierno ni se los sube al Tango 01, siendo que el Presidente dialoga con muchos otros sectores. Explican que ellos defendieron la institucionalidad en diciembre de 2001. Ahí la gente pedía que se fueran todos y las Fuerzas Armadas reportaron al poder civil.” La interpretación asombra, pues sólo ojos muy miopes pueden dejar de ver que la revuelta incluía en el repudio a los militares y no les reservaba ningún lugar, menos el de representarla. Pero los cuarteles parecen distorsionar la óptica de la realidad.
–Hubo algunos planteos de cuadros de la Armada. Los marinos son orgánicos, no generan liderazgos alternativos como sí pueden surgir en el Ejército, pero planteos hicieron– sigue el intérprete.
–¿Qué es un planteo, en el 2003? –busca desasnarse Página/12.
–Un pedido de explicaciones, con presencia del superior. Ni más ni menos. A la larga, una forma de desgaste de la comandancia. Algunos grupos piensan otras formas de respuesta, por ejemplo iniciar acciones internacionales contra los que mataron a cuadros de las Fuerzas Armadas. Puede haber una en Estados Unidos, acaso una en España. Ya se va a enterar. No crea que en el mundo no hay jueces de derecha dispuestos a invocar la extraterritoralidad, profetiza el hombre.
–¿Qué hay de cierto en el apoyo de la Armada a la defensa de Ricardo Cavallo?
–Nada que pueda probarse, pero la solidaridad de la Marina está. Es más, Cavallo ya puede ir contando con la solidaridad de otras Armadas, incluida la española. Los marinos son un poco como los masones, tienen lazos que trascienden las nacionalidades.
Una voz del actual gobierno añade otra referencia. Roberto Bendini, cuya única acción pública fue ratificar la autoridad del Comandante en Jefe, se queja entre sus amigos de que no tiene diálogo con Kirchner. “Comparto con él la visión de un Ejército nacional. En el Sur nos quedábamos hablando durante horas, hasta la madrugada, Acá no me llama, no me consulta”, cuenta que rezonga el jefe de Ejército, más allá de sus gestos, políticamente correctos.
Como fuera, el “malestar” militar existe y tiene poco peso específico, máxime si los uniformados porfían en desoír el consejo presidencial y no separan la paja del trigo. “A todos les molestaría que hubiera extradiciones –relata el entendedor–, –aún a los más nuevos, que no estuvieron involucrados en el terrorismo de Estado. Piensan que el rechazo público los abarca, se sienten discriminados, leprosos.” Tras los muros, habrá algunos sordos ruidos, pero poco poder de fuego en una sociedad distinta a la de treinta, cuarenta o cincuenta años ha.
La dificultad cabal para el Gobierno en el correcto rumbo que ha emprendido, no es el manejable frente castrense sino el laberíntico terreno judicial. Básicamente, porque en él ocurre algo que suele incordiar al Presidente y sus allegados, que es la pluralidad de actores que impiden el monopolio del manejo de los tiempos. “Garzón nos operó”, fue una queja escuchada recurrentemente en la Rosada y sus adyacencias. En realidad, Garzón “hizo” de Baltasar Garzón, un francotirador no habituado a acordar sus tiempos con ningún gobierno. Así es el valiente y coherente juez español, cabrón, decidido y nada proclive a tomas y dacas.
Pero si no debe sorprender que Garzón sea Garzón, no deja de ser verdad que su apuro le cambió los tiempos al oficialismo. La eventual derogación del decreto que impide, in limine, todo pedido de extradición fundado en comisión de crímenes de lesa humanidad, dejaría a muchos represores más cerca del juzgamiento en ultramar que en la Argentina. Una solución que paradojalmente, hoy por hoy, no desean (por razones bien distintas) ni los defensores de los derechos humanos ni sus violadores más conspicuos. Aquellos porque anhelan que la verdad y la Justicia se sustancien acá, donde se cometieron los crímenes de modo que la Argentina logre algo alcanzado por muy pocos países de la Tierra y deje de ser un aguantadero de genocidas. Estos porque malician que, perdidos por perdidos, acá tienen más oportunidad de zafar que ante magistrados de otras latitudes.
El problema es que el juzgamiento en Argentina, al que también aspira el Gobierno, depende de una variable difícil de controlar, la declaración de inconstitucionalidad de las leyes de la impunidad por parte de la Corte Suprema. Hasta hace un par de semanas no había ni un solo supremo dispuesto a fallar en ese sentido. La pronta incorporación de Eugenio Raúl Zaffaroni permitiría un voto a favor. Y es dable imaginar un cambio de postura de Juan Carlos Maqueda, en consonancia con los deseos oficiales. Pero siguen faltando tres votos y no parece sencillo que haya tamaños virajes.
Tal vez la intención del Gobierno era esperar los inminentes cambios de staff en la Corte. Los estrategas oficiales imaginan que Eduardo Moliné O’ Connor no pasará de agosto, que Carlos Fayt se irá en buen orden después de soplar 20 velitas como cortesano (esto es en el próximo diciembre) y que Guillermo López no durará mucho más. Así las cosas, con el pie a fondo en el acelerador, a fin del verano de 2004 podría haber cuatro nuevos supremos, incluyendo a Zaffaroni. Tal vez recién entonces podría esperarse un fallo contra las leyes de la impunidad. El punto es que los pedidos de extradición llegarán antes y catalizarán un escenario que acaso ninguno de los protagonistas centrales anhela, pero que –como suele ocurrir con tantas facetas de la realidad– no es fácil de manejar del todo.
¿Cómo se escribía “aumento”?
Los ministros de Economía y de Trabajo anunciaron aumentos en las jubilaciones y pensiones mínimas, en el salario mínimo vital y móvil y un progresivo blanqueo de una asignación remunerativa. Carlos Tomada se encargó de resaltar que lo principal que había en juego era “un cambio en la tendencia”, y cabe reconocer que así es, asumiendo los acotados montos en juego y del patente minimalismo de Roberto Lavagna. Pero lo cierto es que hace añares que el Gobierno no aumenta nada que no sean tarifas o impuestos al consumo.
Los objetivos declarados, y compartibles, de las medidas son el incremento del poder de consumo de millones de argentinos especialmente empobrecidos, el blanqueo de parte de la nómina salarial y el consiguiente incremento de la recaudación fiscal. Lavagna predica que el crecimiento económico de los últimos tiempos tuvo como punta de lanza la sustitución de importaciones y que más recientemente pasa a tener otro bastión en el mercado interno. Si es fácil coincidir en la primera parte es peliagudo registrar la segunda. Como fuera, un incremento en los ingresos mínimos apunta a un norte correcto.
Amén de lo ostensible, las medidas tienen dos finalidades menos explícitas, pero esenciales en la mente del Gobierno. A saber:
- En Trabajo piensan que inducirá mínimas subas en salarios del sector privado. Aunque no lo expresan así, suponen que ocurrirá prolijamente lo contrario de lo acaecido en el 2000 cuando un recorte salarial dispuesto por José Luis Machinea contagió a los privados.
- Economía lanzó un mensaje que va más allá de las fronteras argentinas. Lavagna explicó que el aumento a los jubilados se resolvió porque hubo un aumento en la recaudación impositiva. Daría la sensación de ser una inconsecuencia, pues se resolvió asumir un gasto permanente en función de un mayor ingreso contingente. En términos de caja lo que “podía” obrarse es, como se hizo en junio, una asignación temporaria (entonces fue el adelanto del aguinaldo a los jubilados). Pero Lavagna no incurrió en un error de concepto, su supuesta incongruencia fue una señal. Transmitió, de cara sobre todo al Fondo Monetario Internacional (FMI), el criterio quetiene el Gobierno con sus excedentes superavitarios. Que es aplicarlos prioritariamente a su frente social interno y no al inminente pago de la deuda externa.
Con Lole, pero sin foto
Obsesionado con la comunicación de las acciones de su Gobierno como pocos, Kirchner llena de exigencias a sus funcionarios a fin de restringir los anuncios, los contactos informales. La propia imagen presidencial es dosificada con cuidado impar. Así, por ejemplo, el jueves el Presidente tuvo dos reuniones de despareja entidad y simpatía. Una fue simpática, la otra importante. La una con Emanuel Ginóbili, un ídolo deportivo naciente provisto de inusual llaneza y buena onda. La otra con el taciturno y quizá hipocondríaco Carlos Reutemann. Huelga decir que fue la más importante la que no dejó memoria gráfica, es decir la respectiva foto.
El no inmortalizado encuentro con el Lole vino a sellar el acuerdo del Gobierno con el PJ santafesino, un trago que a disgusto, el Gobierno decidió asumir. “Hizo bien –dice un duhaldista del Gabinete– cuando las papas queman, se gobierna con los propios y no con los librepensadores. Los librepensadores sirven en momentos de euforia, pero cuando viene la crisis, privilegian sus posturas individuales. ¿Quién te banca entonces? Los 110 o 120 diputados del PJ”, sintetiza el hombre el pensamiento de buena parte del peronismo. Librepensadores son, a su ver, figuras como Miguel Bonasso, por cuya candidatura el Gobierno quemó un par de naves. Y, acaso, el mismo Aníbal Ibarra, que es otra osada apuesta del kirchnerismo.
Lo es aún más la elección en Misiones para la cual Duhalde y Kir-
chner han pactado, a lo Guido Di Tella, un “paraguas” para disentir. El oficialismo nacional juega con Carlos Rovira, quien va por afuera del PJ y en coalición con los radicales. Algo que a los peronistas del interior los escuece tanto como fastidiaría a un hincha de River que Fernando Cavenaghi pasara a jugar en Boca. La provocadora decisión de Kirchner (“odia a Ramón Puerta como antes odiaba a Menem”, dicen los que lo conocen de cerca) le da a esa elección provincial de un distrito usualmente no determinante un alto potencial simbólico.
No puede ni reprocharse ni elogiarse purismo en el modo en que Kirchner opera en relación al PJ. Algunas de sus alianzas aluden a ampliar su base de sustentación, otras a mantener a su lado a los 110 de fierro. Algunas aluden a la nueva política, otras a la muy vieja (Gildo Insfrán y el mismo Carlos Rovira). En esa ambigüedad se inscribe la propia relación con Duhalde que se congracia con la nueva política, pero que conserva relaciones sanctas y de las otras con núcleos duros de la vieja. La designación del duhaldista Carlos Caterbetti en el Mercado Central y la confirmación de Humberto Roggero (un adalid parlamentario de la entrega del patrimonio nacional) como embajador político en Italia, aluden más al pago al aliado bonaerense que a la renovación de la política.
Lole de la mano del impresentable PJ santafesino e Ibarra. Bonasso e Insfrán. Transitando los grises, Kirchner busca consolidar un poder propio dentro del PJ, una tarea ímproba que supone una alquimia entre los librepensadores, los nuevos y “los de fierro”. Todo un brete.
Las palabras cumbres
“Esta es la agenda de la Tercera Vía de Bush”, satirizó Kirchner leyendo las propuestas liminares para la Cumbre progresista que será su primera escala en el viaje a Europa. En efecto, de la mano de Tony Blair, los temas propuestos parecían redactados desde los escombros de las Torres Gemelas: terrorismo internacional, proliferación de armas nucleares... “Ni una palabra de pobreza, desempleo, desigualdad”, cuestionó el Presidente ante su círculo íntimo y se propone añadir esos ítem a la desvalida agenda de los supuestos progres primermundistas.
Recuperar la palabra puede semejar una minucia pero, si bien se mira, un sistema democrático es una red de comunicación y la palabra un instrumento esencial. “Roban, pero hacen,” se pensó alguna vez y se toleró, así como se toleró que mintieran, pero hicieran. Un emblema de esos tiempos, Luis Barrionuevo, defendió su privilegios en el PAMI desde el salón Felipe Vallese de la CGT. Vallese fue un obrero asesinado por la represión durante la Resistencia peronista. Que la CGT siga honrando su memoria es (por decirlo con delicadeza) contradictorio con sus últimos 25 años de historia. Que Barrionuevo mezcle su nombre con esas memorias, una obscenidad, un sarcasmo de mal gusto.
Pero la Argentina se acostumbró a eso. A una permanente degradación de las promesas, a una eterna malversación del pasado y de las tradiciones, a un repetido juego de fulleros.
Mucho debe recuperar la Argentina tras años de extravíos y de infantilismo colectivo. Para lograrlo no bastará con ser claro, decir lo que se piensa y designar con precisión enemigos, adversarios y aliados, tal lo que viene haciendo el Gobierno. No bastará, pero es imprescindible.

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