EL PAíS › OPINION

Las formas sin contenido

Por Tomas Hutchinson*

En estos días uno tiene la impresión que acontece con la democracia lo que ocurrió tantas veces con la religión: que nos hemos quedado con las formas –la solemnidad de la palabra– y hemos prescindido de su contenido –la verdad de la fe democrática–.
Causa asombro y pena contemplar a nuevos Saulos enardecidos que otorgan y niegan idoneidad en ejercicio de una inaceptable función calificadora de origen incierto. Alardean de fe democrática, pero rinden culto a la intolerancia y al dogmatismo, por lo que resulta difícil sustraerse a la impresión que la democracia no ha calado hondo en nuestra sociedad.
La grandeza de la democracia estriba, precisamente, en su capacidad para integrar en una empresa común incluso a aquellos cuyo credo es antidemocrático. Frente a los planteamientos totalitarios excluyentes del adversario ideológico, la democracia debe ser factor de integración. Es cierto que la tolerancia tiene sus límites, pero lo que no puede admitirse es que sean individuos o grupos determinados –de uno u otro signo– los que intenten monopolizar la democracia. Nuestro sistema constitucional se basa, justamente, en la tolerancia.
No he visto que alguien negara la capacidad jurídica ni los antecedentes doctrinarios de Zaffaroni. La descalificación que suele hacérsele es en virtud de sus sentencias, de su ideología. En Derecho como en tantas otras cosas no caben verdades absolutas, por eso un cierto relativismo a la hora de calificar sus opiniones sería saludable. Me parece que algunos no toleran la opinión de otros, sobre todo si éstos son capaces y de distinta ideología.
El contraste de ideas que nace de la libertad de opinión es la única garantía de convivencia pacífica. También aquí caben limitaciones, pero éstas no pueden nacer del capricho de un ciudadano o de los prejuicios de un grupo determinado, provenga de donde provenga. Las discrepancias que suscita Zaffaroni no lo inhabilitan para ser juez de la Corte, pues para ello nada tiene que ver que el jurista sea moderado jurídica y filosóficamente. Para las actuales circunstancias el Gobierno ha considerado necesario alguien de las características de Zaffaroni. En Estados Unidos, Marshall era calificado como federalista en extremo por Jefferson y nadie niega que fue el único exponente capaz de imponer una jurisprudencia necesaria para el desarrollo de su país.
Cuando se considere que en la Corte ya hay cierto equilibrio ideológico, seguramente se privilegiarán otros aspectos, porque en todo Tribunal deben existir también moderados artesanos del Derecho –como lo era Cardozo en EE.UU.– que privilegien la fría neutralidad de la Constitución de que hablaba Burke.
La Corte Suprema no es un tribunal corriente, requiere juristas que ajusten sus esquemas mentales para no enfocar los casos sólo como estrechos problemas de enjuiciamiento privado sino bajo las exigencias de una auténtica política de Estado de carácter judicial. Un juez de la Corte debe tener siempre en cuenta, como mínimo, la situación del pasado mañana; su grandeza residirá en la forma de penetrar en la esencia de los problemas y en su sentido del futuro para prever las necesidades que habrán de surgir y para fijar los principios jurídicos que habrán de darle respuesta.
Esas, además de carácter, independencia, honradez y un sólido sentido común, deberían ser las condiciones a evaluarse en un candidato a integrar la Corte. Además sería importante merituar si le son aplicables dos calificativos aparentemente simples: trabajador y buena persona.
* Profesor titular ordinario de Derecho Administrativo en la UBA, UNLPlata y MdelPlata y titular viajero de la UN de la Patagonia.

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