EL PAíS › OPINIóN

Disneyworld

 Por Eduardo Aliverti

La política no es diferente de cualquier orden de la vida en eso de que hay lo que hay y lo que se quiere ver y mostrar.

A la gente que se supone legítimamente preocupada, rabiosa, por el avasallamiento gubernamental contra las instituciones de la República (la monarquía kretina, la diktadura, la chorrocracia) debería serle llamativo que tras el maratón inédito protagonizado por Capitanich ante el Senado –al igual que con las intervenciones de Kicillof, Zannini y Galuccio– el centro de la cobertura mediática haya pasado por Boudou jugando al sudoku mientras exponía el jefe de Gabinete. Nada disculpa al vicepresidente de tamaño desliz. El viernes circuló una tibia versión respecto de que la foto estaba trucada, aunque no se lo ratificó ni en las propias cercanías del vicepresidente. En cualquier caso, el episodio fue convertido en una suerte de escándalo para la moral republicana y se relegó a planos secundarios la cantidad y calidad de definiciones y debates habidos. Después, bajó el sudoku para que subiera el llamado telefónico oficial al juez Oyarbide. Más tarde, se esfumaron ambos hechos y reapareció a pleno “la inseguridad”. Y mientras tanto, Capitanich no sólo había roto el record de tiempo de un funcionario informando en el Congreso. También estableció el de casi 12 horas sin pedir pausa para ir al baño, con el esquema novedoso de que la presentación fue pregunta-respuesta, palo y palo, y no el tedio de que debiera esperarse a que en primer término culminara su informe completo. Tal vez, el deleite mediático por el yerro de Boudou, y sucedáneos, no se debió solamente al requerimiento de vender con imágenes de impacto fácil. Quizá se trató más de que el papel de los senadores de la oposición resultó lamentable, y de que una mano tapa a la otra. Los radicales fueron los más activos, pero al solo efecto de (pretender) provocar cruces altisonantes. Ernesto Sanz, el mismo que supo rotular a la Asignación Universal por Hijo como un barril sin fondo por donde circula la plata del juego y la droga, se concentró en la necesidad de que Capitanich reconociera que hubo decisión de devaluar. ¿La médula de interpelar a un funcionario con el rango nacional del chaqueño es que admita una obviedad de ese volumen?

De todos modos, sería injusto agrupar en el senador mendocino, y presidente del Comité Nacional de la UCR, la blandura argumentativa de los parlamentarios opositores. Fueron 11 horas y 40 minutos en los que Capitanich tuvo pasajes felices y de los otros, pero sin dejar de responder a ninguna de las municiones que le despacharon: devaluación, narcotráfico, uso de reservas, suba de tasas de interés, conflicto con los docentes. Galuccio, el titular de YPF, manifestó a su turno que la inversión en Vaca Muerta ya va por 1200 millones de dólares, explicó que la Argentina debe resolver si será productivamente independiente en la extracción y administración de petróleo y gas, “desafió” a sus frustrantes interpeladores y se reveló como un profesional técnicamente indesmentible al frente de una empresa pública que, en poco tiempo, ya expuso a Estado y eficiencia como sinónimos probables. Enfrente reinó el silencio y ni tan sólo supieron cercarlo con las desventajas ecológicas del fracking. La oposición, en síntesis, fue a encarnar un show de destemplanzas. Y nunca los señalamientos responsables que proclama simbolizar. Es curioso, igualmente, que la afirmación del ministro de Economía acerca de que “no hay vencedores ni vencidos”, en el acuerdo con Repsol, fuese empleada para correrlo por izquierda. ¿No era que es cosa de bajar los decibeles gubernamentales de agresividad y de mostrar una vocación dialoguista, armónica con lo imperioso de conseguir inversiones en lugar de aislarnos del mundo? Y de yapa, claro, o más bien ante todo, algunos aspectos de sentido común: ¿esta dirigencia radical y la derecha, concediendo que no se trata de definiciones redundantes, vienen a caminar al Gobierno desde posturas progresistas? ¿Los que redujeron un 13 por ciento el haber de los jubilados surgen como socialdemocracia reparadora? ¿Los “responsabilistas” del radicalismo, los gurkas liberales y la prensa opositora están disconformes con el presunto giro derechista del Gobierno? ¿Los ortodoxos están en contra de medidas ortodoxas? Esto no es serio. Revela contradicciones interburguesas, dicho ortodoxamente. El bloque de actores hegemónicos –compañías cerealeras multinacionales, patronales agropecuarias, banca extranjera, emporios y sujetos mediáticos, formadores de precios (estos últimos con sus histerias, en tanto dependen del mercado interno y de la capacidad de consumo de sectores populares y clase media)– está en problemas gracias a la mediocridad de quienes aspiran a representarlos electoralmente y en el decurso político. ¿Quién o quiénes de estas gentes les garantiza un capitalismo más “serio” que el kirchnerista, que en estos diez años largos les permitió a los ricos tasas de ganancia espectaculares pero repartiendo poco, bastante o mucho mejor en las urgencias del abajo y en los intereses consumistas del medio? Y el agregado de que, debido a eso, el kirchnerismo mantiene una base social y electoral de la que los demás carecen por completo.

La sucesión presidencial es todo un problema para el Gobierno, entendiéndose por tal que no se conoce si Cristina jugará a una versión fiel –aun a costa de que el espacio termine perdedor– o a una devaluada, de retroceso, que sin embargo –y sólo a priori– pudiera garantizar permanencia de algunas conquistas centrales. ¿Será un candidato de cuño estrictamente propio, asumible en ese carácter, o será Scioli, con la idea de que puede marcársele la cancha a un conservador? Ese intríngulis, que no se emparienta con ninguno de los procesos de las nuevas izquierdas o progresismos latinoamericanos y que nadie está en condiciones de resolver, ancla, empero, en ese piso definitorio: el kirchnerismo irá por el mediano-largo plazo de continuar o “retirarse” estratégicamente, pero manteniendo sus convicciones, o apostará por el empate dudoso tratando de “rodear” al gobernador bonaerense. Son dos opciones, pero básicamente sólo dos. Por el contrario, en el carril adverso hay un revoltijo que, por el momento y a duras penas, se las va arreglando para ganar tiempo rumbo a no se sabe qué si es por marcar camino claro y liderazgo efectivo. Eso es lo que está en el asiento de un Massa que apuesta a la chiquita de conmover a la sociedad contra el anteproyecto de reforma del Código Penal, con producción de iniciativa política sobre un texto que casi nadie leyó (empezando, probablemente, por él mismo). En el asiento de unos legisladores radicales, incapaces de afrontar polémicas con abundancia estructural hasta el punto de que, tras la presencia del Ejecutivo en el Parlamento, sólo les interesó avisar que en unos veinte días se anunciará una nueva alianza electoral; de una Carrió exclusivamente interesada en persistir como denunciadora serial; de un Macri que describe el fenomenal incremento en el boleto del subte no como un aumento sino como un “ajuste inflacionario”, y que no tiene trabajo ni cuadros políticos para intentar un salto hacia la presidencia.

En lo coyuntural, si es que tanto interesa únicamente eso, el Gobierno tiene las fichas puestas en la liquidación de los dólares-soja, provenientes de una cosecha de volumen impactante a alrededor de 500 dólares por tonelada del poroto. Con eso se regularía el partido hasta mitad de año, conservando la capacidad de administrar un dólar adecuado a la inflación, para después esperar una escalada de inversiones en el sector energético debido al acuerdo con Repsol, a lo que sería el inminente arreglo con el Club de París y a todas esas conciliaciones que ahora la derecha critica negativamente porque le parecen un retroceso ortodoxo. Más luego: llegar al año electoral venidero con el aire presidencial suficiente para establecer quién es el candidato (con uso de las primarias mediante, según todo indica), sin mayores terremotos económicos. Puede salir muy bien, bien, mal o muy mal. Pero es como están actuando desde el Gobierno, en una jugada que tiene tales y tales variables dentro de un recorte más chico que amplio, con la posibilidad de que inversiones y consumo interno consigan con qué seguir repartiendo de arriba para abajo. Exactamente al revés, la oposición lanza mandobles en los que se cruzan, en lo económico, la inexistencia total de propuestas disruptivas que pudieran desnudar el objetivo de volver al menemismo, pero vestido de alguna otra forma. Y en lo político, la indecisión de las ligas pejotistas (?) de si ladear hacia Massa o hacia Scioli, ambos sin base social entusiasmante; la certificación de que Macri no trasciende por fuera de los límites porteños, y la casi certeza de que no habría una sociedad dispuesta a volver a suicidarse con opciones de delarruismo, del tipo de Binner y compañía. Con estas últimas percepciones tan a mano, es lógico que la única foto posible del escenario opositor, a más del sudoku de Boudou, haya sido la de Expoagro. Es esa muestra felicísima, la más significativa y representativa de “el campo” argentino, organizada por Clarín y La Nación. Verlo allí a Martín Losteau, el creador de la 125, con sonrisa ancha junto con los tipos que promovieron el lockout agropecuario y la destitución gubernamental, en 2008, es una ¿paradoja? impresionante, pero no la más grande, sino como componente de la foto mayor. Estuvieron en ésa, además de los consabidos aspirantes presidenciales, Hugo Moyano, el Momo Venegas, Patricia Bullrich con un sombrero adscripto a uno de los diarios organizadores. Massa fue recién el sábado, para reforzar que “hay que sacarle la pata de la cabeza al campo”.

¿Y ponérsela a quién? ¿A cuál sector dominante extraerle renta? ¿Qué respuesta tiene eso que no sea, exclusivamente, dejar de robar desde el Estado? No importa, en la cajita feliz del mundo Disney.

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