EL PAíS › LA HISTORIADORA MARISA PINEAU Y LOS VINCULOS ENTRE SUDAFRICA Y LA ULTIMA DICTADURA

“Era un espejo para mirarse”

Página/12 publicó el domingo documentos hallados en la agregaduría militar en Sudáfrica, firmados por los represores Alfredo Astiz y Rubén Chamorro, que estuvieron destinados en el país del apartheid después de la ESMA. “Iban como premiados”, sostiene la investigadora.

 Por Alejandra Dandan

Hace treinta días, el nuevo agregado militar argentino en Sudáfrica encontró Actas de Incineración de documentos de la Armada firmadas por dos de los represores más simbólicos de la dictadura: Rubén Jacinto Chamorro y Alfredo Astiz, designados como agregado naval y agregado naval adjunto en ese país después de la salida de la Escuela de Mecánica de la Armada. Pese a que se sabía de la presencia de ambos en Pretoria, los documentos con la firma y los sellos de ambos, que publicó el domingo Página/12, dan cuerpo a esta información. Pero también estuvieron en Sudáfrica otros pesos pesado de la ESMA, como Jorge “el Tigre” Acosta y Jorge Vildoza. ¿Por qué Sudáfrica? ¿Sólo porque el apartheid los cobijaba?

Marisa Pineau es docente de Historia de la descolonizacion africana del Departamento de Historia de la UBA. Investigó más de medio siglo de relaciones diplomáticas entre Sudáfrica y Argentina y analizó especialmente los vínculos con la Armada. En esta entrevista explica lo que significaba para los marinos el acceso a una protección legalizada en el contexto del apartheid; piensa los canales formales e informales de la diplomacia y propone hipótesis sobre las posibles “expectativas” de negocios.

–¿Por qué viaja a Sudáfrica el staff más vistoso de la Armada?

–No tengo una respuesta cerrada, pero me parece que era un buen lugar. Era la Sudáfrica del apartheid. Se podían hacer muchas cosas que no se podían hacer en otros lugares del mundo. Era un sistema legal que mantenía una separación entre las personas; sostenía una división entre ciudadanos de primera y otros considerados extranjeros; donde había violaciones sistemáticas a los derechos humanos legalizadas. Desde ese punto de vista, era un buen lugar, donde no había que dar muchas explicaciones sobre el pasado. Era un país que, seguramente, ellos miraban como desarrollado, bien organizado, donde no tenían los otros problemas que podían imaginar en otros lugares de Africa.

–Rápidamente ¿qué era Su-dáfrica en el contexto africano?

–Desde 1948 el apartheid legal divide la población del país: una minoría del 15 por ciento, que es la que se reconoce blanca, tiene todas las posibilidades de desarrollo social, político, cultural, económico, en un país que es dirigido y mantiene la supremacía blanca sobre la inmensa mayoría de la población. Hay un sistema legal de exclusión del otro 85 por ciento. Desde 1960, cuando crecen las restricciones para la libre agrupación de personas, los principales movimientos contra este sistema, como el Congreso Nacional Africano, el PC, el Congreso Panafricano, estaban prohibidos. Eso generaba una situación de paz social sostenida sobre el cementerio y las cárceles.

–¿Qué pasa en ese contexto con la Armada?

–Hay muchas cosas parecidas entre los dos países. Sudáfrica se veía a si misma como arrinconada por el movimiento independentista y de descolonización. Creo que se veían reflejados, que había un espejo en el cual mirarse. Y una empatía evidente con situaciones compartidas entre las dos orillas del Atlántico. Todo esto provoca una tranquilidad para los marinos, en el sentido de que ellos podían ver ahí que ese grupo blanco que controlaba el poder y el Estado en esa Sudáfrica era capaz de sostenerlo a pesar de la oposición que había en muchos países del mundo. En ese sentido, podía ser un grupo al cual admirar.

–Las relaciones diplomáticas entre ambos Estados, sin embargo, no parecían ir tan bien...

–Señalaría que hay cosas que son paralelas. Por un lado, había un tipo de vínculo vía diplomática que se mantuvo durante todo el período. Argentina tiene una larga historia de relación con Sudáfrica. Sin embargo, durante todo el período de la dictadura militar no hay embajador argentino, sino un encargado de negocios.

–¿Cómo leer ese dato?

–En la documentación se ve el reclamo de las autoridades sudafricanas, que lo consideran un trato despectivo o secundario. Por otro lado, en forma paralela, lo que ves es el envío sistemático y en el que no hay momento que quede vacía de la Agregaduría Naval. Eso se mantiene durante todo el período. Y con nombres tan significativos. Creo que son dos cosas paralelas. Puede deberse a un proyecto de la Armada, porque es llamativo que Massera controlara el Ministerio de Relaciones Exteriores, pero este lugar era como si lo hubiese dejado para él. En lo formal, Argentina critica en los foros internacionales la política del apartheid. Y en ese contexto era mejor no tener embajador, porque los boicots internacionales van a ser cada vez más fuertes. Teniendo en cuenta todos los frentes de denuncias por violaciones a los derechos humanos que Argentina tenía abiertos, dejar un punto en el que no te critiquen podía ayudar. Pero luego, y por otro lado, aparece una relación de amistad muy fuerte.

–¿Cómo era esa relación?

–Mandan personas muy significativas. Creo que llegan como premiados. Es un lugar para que estén tranquilos. También me parece que puede haber habido otra expectativa sobre qué iban a ir a hacer a Su-dáfrica. Pienso en la idea del “reposo del guerrero”, en un descanso, pero que a la vez pueden ser activados en cualquier momento, como Astiz para ir a Malvinas.

–Los diarios que se encontraron en la Agregaduría recuerdan que Sudáfrica lo echó en 1981 por las denuncias en Francia. En su caso, más bien aparece la idea de guardar a los más conocidos.

–Por lo menos era un lugar en el que si pasaban las cosas que pasaban en forma cotidiana y directamente reguladas por el Estado, era difícil que ese mismo Estado los persiguiera a ellos. Por eso pienso lo del reposo, como lugar donde pueden estar más tranquilos, “guardados”. Pero también pueden ser ciertas las dos cosas: el descanso para unos y el refugio para Astiz o para otros.

–¿Massera recibió cartas de felicitación del gobierno de apartheid y medallas de condecoración?

–La relación con la Marina empezó en los ’60. Pero esas condecoraciones hay que leerlas por lo que estaba pasando en Sudáfrica. 1976 es un año muy convulsionado en Argentina, pero también en Sudáfrica, por la gran revuelta estudiantil del Soweto, la revolución estudiantil que puso en discusión por primera vez fuertemente el sistema del apartheid. Sudáfrica recibió muchísimas más condenas a partir de ese momento. Empieza a ser expulsada del mundo y está comenzando a ver quiénes son sus amigos: en ese contexto, condecora a Massera y al agregado naval.

–Hubo un partido de rugby que jugó Argentina ahí. El sociólogo chileno Raúl Sohr plantea cuestiones de geopolítica, pero además el negocio de Sudáfrica y las armas. Otros hablan de diamantes.

–Yo creo que sí piensan hacer negocios. No me consta que se haya logrado. Creo que son “expectativas” de hacer negocios. Sohr, que escribe en ese momento, lo dice. Yo lo veo como una expectativa, como lo que se esperaba en ese momento. Lo dejaría en el marco de la hipótesis. De que pudo haber sido. Lo que sí creo es que había expectativas y que eso lo hacia apetecible.

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Marisa Pineau es docente de Historia de la descolonizacion africana del Departamento de Historia de la UBA.
Imagen: Pablo Piovano
 
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