EL PAíS

El malo más malo

 Por Horacio Verbitsky

Estados Unidos siempre ha organizado su política exterior en torno al combate contra un enemigo malísimo, lo cual sirve para galvanizar el frente interno detrás del Comandante en Jefe, como suelen llamarle al Presidente. En los últimos años Saddam, Bin Laden, Ahmadinejad y Khadafy han cumplido a la perfección ese rol, con el que la buena conciencia norteamericana justifica crímenes horrendos, incluyendo bombardeos masivos sobre población civil. La política argentina no es indiferente a ese esquema, aunque lo implementa con un matiz defensivo ante oponentes poderosos y temibles. Perón ganó la elección presidencial de 1946 con la denuncia de intromisión en los asuntos internos del embajador y fuerte empresario minero Spruille Braden. Margaret Thatcher concentró la aversión colectiva a partir de la guerra por las islas Malvinas, y los fondos buitre están en la mira desde que el juez Griesa les hizo el juego. Esta predilección schmittiana por la definición de un enemigo como ordenador de todas las acciones tuvo su largo capítulo con el Grupo Clarín y el famoso “Señor Magnetto”. Hace dos meses subió a ese escenario una nueva luminaria, el espía Antonio Horacio Stiuso. El saneamiento de la cloaca de los servicios, cuya relación con jueces y fiscales fue señalada una y otra vez en estas páginas, es una tarea necesaria y oportuna, aunque tardía. Convertir a Stiusso en un nuevo Señor Magnetto tiene sus dificultades. Poca gente oyó hablar de él y cualquiera sea el poder que tenga, se construyó en las sombras. Señalarlo como el responsable de la muerte de Nisman es problemático. Podría ser, no es descabellado. Pero de ahí a afirmarlo desde el gobierno y probarlo en el expediente hay una distancia que no se recorre sólo con voluntad y tweets, sobre todo en un Poder Judicial vigilado por los drones humanos que Stiuso y sus operadores colocaron en fiscalías y juzgados. La personalización de todos los males en ese hombre tiene para el gobierno un problema adicional. Si tuviera éxito y el país entero abominara del nuevo villano, podría estar lanzando un boomerang. Es cierto que grabó y filmó para todos los gobiernos de la democracia, de lo cual yo también tengo constancias personales. Pero una vez admitido que extirpar esa flor monstruosa es una tarea democrática estimable, subsiste la incómoda pregunta sobre cómo pudieron dormir en el mismo lecho durante once años. El gobierno tiene para estas objeciones una respuesta clásica: había otras prioridades, hubo que librar batallas más urgentes, recién lo enfrentan cuando se torna intolerable. Para que esta explicación no sea un consuelo autoindulgente la reforma de los servicios de Inteligencia debe contener los mecanismos institucionales, de organización y transparencia, que impidan que un malo sea reemplazado por otro y nada cambie. El dictamen del Senado avanzó algunos pasos respecto del proyecto del Poder Ejecutivo pero todavía no garantiza la transformación que la democracia exige.

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