EL PAíS › OPINIóN

Lecciones aprendidas

 Por Washington Uranga

En estos días previos al acto electoral, en los que se cierran las campañas y se clausuran los debates electorales, es propicio reflexionar sobre las lecciones aprendidas hasta ahora en el camino de la democracia argentina que, por más que ya lleva más de treinta años, sigue siendo joven y, quizás también por ello, incompleta.

Vale la pena entonces pensar en lo bueno, en lo no tan bueno, en las dificultades y también en los errores cometidos.

Lo que sigue no es un listado completo (¡quién podría presumir de completar semejante tarea!) de algunas de esas lecciones surgidas de la propia experiencia democrática y que podrían enriquecer el futuro de la convivencia ciudadana. Seguramente habrá otras muchas que brotaran de la experiencia de cada lector y lectora, como motivación o no de estas líneas. En cualquier caso será siempre positiva la reflexión. En la enumeración no hay tampoco un orden de prioridad o de importancia.

- Los derechos conquistados no se resignan.

La experiencia democrática –en general–, pero en particular las últimas gestiones, han permitido a la mayoría de los argentinos ampliar la base de sus derechos sociales, económicos, políticos y culturales. Este es un balance fácil de hacer aún medio de los debates de cierre de campaña. Hasta los candidatos opositores han tenido que modificar sus discursos para terminar admitiendo que no se irá para atrás en “lo que se hizo bien” o que no se quitarán los derechos a nadie.

Más allá de la relatividad que estas afirmaciones puedan tener en el torbellino de los discursos de campaña, es claro que en ello hay un reconocimiento de que la mayoría de ciudadanos/as no están dispuestos a resignar aquello que han conquistado. Y es importante tener en cuenta que tales derechos fueron “conquistados” por la ciudadanía, obtenidos como resultado de sus luchas políticas y reivindicativas, y no son ni por asomo una concesión dadivosa del poder.

No menos cierto es que si bien es verdad que los derechos no se resignan, los mismos pueden ser avasallados (y la historia demuestra que así ha ocurrido en muchos tramos de la historia) desde el poder autoritario (en cualquiera de sus variantes y sin restringirlo únicamente a la dictadura). Pero en la coyuntura actual quien pretenda transitar por la senda estrecha del retroceso político, económico, social y cultural, deberá tomar cuenta precisa de las resistencias que se van a provocar, de las estrategias de defensa que ensayarán los hoy titulares de derecho. Porque quien se sabe acreedor de los mismos seguramente no se cruzará de brazos mientras asiste de manera impertérrita a que le quiten lo que es suyo.

- No hay límites para las aspiraciones a la mejor calidad de vida.

Está directamente relacionado con lo anterior. No hay un “techo” para la mejora de la calidad de vida. No está fuera de lugar que, habiendo establecido un piso, se aspire siempre a más. Sobre todo cuando existen datos fehacientes que indican que hay margen para tomar decisiones de gestión que permitan avanzar hacia una sociedad más justa y más equitativa para todos. Casi ninguna demanda –siempre y cuando esté referida a la restitución y vigencia plena de derechos– debería ser considerada fuera de lugar. El único miramiento que cabe es que la misma se ajuste a criterios de viabilidad política y factibilidad práctica y operativa, tarea que le corresponde particularmente a los responsables de la gestión. Es de sentido democrático que toda decisión en la materia sea suficientemente fundada y comunicada para la mejor comprensión de la ciudadanía.

- Las organizaciones sociales enriquecen la democracia.

El escenario participativo de la Argentina también se ha modificado. La participación no está limitada hoy a los partidos políticos. Siendo aún importantes, las estructuras partidarias han sido ampliamente rebosadas (y desbordadas... cuando no ignoradas) por multiplicidad de organizaciones (formales e informales) de diverso tipo y con objetivos disímiles. Es un resultado y una necesidad de la democracia. La mayor riqueza de una sociedad radica en la existencia de organizaciones útiles (en tanto generan intercambios productivos en todos los niveles). Con organizaciones actuantes y eficaces se multiplican las posibilidades de encontrar soluciones alternativas a los conflictos que son inherentes a la convivencia entre personas que tienen intereses y necesidades diferentes. Sin organizaciones la vida democrática se empobrece y los conflictos pueden derivar en crisis y en caos.

Lejos de constituir un obstáculo o un impedimento para quienes tienen la responsabilidad política de gestionar el Estado, la presencia (así sea demandante y reivindicativa) de las organizaciones sociales en el marco de la democracia, enriquecen el sistema, sirven para garantizar los derechos conquistados para proyectar horizontes de superación. Es verdad que no pocas veces tales acciones reivindicativas pueden provocar inquietud o molestia en parte de estos dirigentes y de la ciudadanía. El activismo organizacional, para ser más valioso, tiene que ser ejercido también con responsabilidad y respeto por quienes lo practican y con inteligente calma (¿agradecimiento?) por parte de los dirigentes y funcionarios políticos. Quizás estas últimas referencias deberían incluirse todavía en el rubro de las “lecciones no aprendidas” por nuestra joven democracia. Hay mucho para construir en esta materia.

- Los votos sólo les pertenecen a quienes los emiten.

Nadie puede disponer de los votos de otro. Y si bien existen métodos de coacción para restringir la libertad ciudadana de los votantes, los hechos también han dejado en evidencia que, afortunadamente, la conciencia política entre los argentinos y argentinas ha crecido en forma suficiente como para ponerle límite a tales abusos. En el mismo sentido a nadie le asiste ni la capacidad ni la posibilidad de “adueñarse” ni siquiera de un puñado de votos para torcer la voluntad de los ciudadanos. Descreo que las personas voten por alguien porque han sido “mandadas” a hacerlo. Descreo que ningún dirigente pueda presumir de tener en sus manos votos “cautivos” para disponer con discreción a favor o en contra de quien deben inclinarse. Ya no hay ciudadanía “boba” aunque estamos lejos de la madurez política total.

- Nadie vota contra sus intereses.

La elección –cualquier elección– puede leerse como una manifestación de intereses coincidentes. Cuando alguien emite un sufragio por un candidato está adhiriendo a sus perspectivas y, al mismo tiempo, está concediendo que tal persona gestionará lo público atendiendo a los intereses y las necesidades que el propio votante considera como propios. Nadie vota por alguien a sabiendas de que tomará iniciativas que le perjudicarán. Nadie se “suicida” tampoco en un acto comicial. Y esto vale para todas las personas. Tanto para los pobres, como para los ricos, para los trabajadores como para los empresarios.

Lo anterior no libera de los errores que cometemos todos.

- Derecho a la comunicación.

Los argentinos y las argentinas hemos aprendido el valor del derecho a la comunicación y a la libertad de expresión. El Estado garantiza totalmente la expresión libre de ideas, también la de quienes trasponiendo elementales normas éticas calumnian e insultan con impunidad, o de quienes abusando del poder y de subterfugios legales se atrincheran en privilegios para ir en desmedro de la democracia comunicativa plena. En democracia muchos nuevos actores aprendieron a pelear por su derecho a comunicar, a hacer oír su voz. Seguramente todavía se necesita de un Estado más activo en materia de política pública comunicacional para terminar de equiparar las posibilidades de toda la ciudadanía en materia de derecho a la comunicación. En este último capítulo habría que incluir un debate muy puntual y calificado acerca de los medios públicos, su función y su modo de gestión.

- Asumir las equivocaciones es signo de madurez política.

Aun en medio de la crueldad y del salvajismo de ciertos escenarios de la política siempre es mejor asumir la responsabilidad por las equivocaciones, los errores cometidos y las contradicciones en las que caen sobre todos los responsables de la gestión pública. Quienes proceden de buena fe no están exentos de equivocaciones que deben ser advertidas y subsanadas. Y quienes no actúan con esa rectitud tienen que ser no solo enjuiciados y castigados, sino severamente repudiados por todos los actores ciudadanos. La democracia no debería dejar espacio para que se perpetúen corruptos y malintencionados. En ello va la salud, la coherencia y la credibilidad del sistema.

- El pueblo tiene memoria.

Considerado en términos históricos el pueblo (podría decirse “el sujeto popular”) tiene memoria, aunque coyunturalmente pueda equivocarse. Tiene memoria para lo bueno y para lo malo; sabe en qué ha sido beneficiado y conoce las traiciones. También en términos históricos el pueblo reconoce, crítica, evalúa y enjuicia a sus dirigentes. No es fácil engañar a la conciencia colectiva de una sociedad. Se le puede mentir, se puede lograr que se confunda. Pero finalmente, la verdad siempre aflora... y el juicio también.

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