EL PAíS › UN DIA FUNDACIONAL

El 17

Hace casi sesenta años se produjo un evento que cambió el país para siempre. Algunos porqués de ese terremoto.

 Por Luis Bruschtein

El 17 de octubre de 1945 fue confrontativo, caótico, visceral, para nada políticamente correcto, y el curso de la vida dio un vuelco brusco, inesperado, que inundaba el futuro de aventuras y significados desconocidos. Escribir la historia es como leer el diario del lunes, pero para el hombre parado en el cauce de esa inundación era el fin del mundo conocido, el derrumbe de sus certezas y afirmaciones, desnudo y vulnerable en el vendaval. Para los que estaban a favor, esa desnudez era la alegría furiosa del porvenir y para los otros, el derrumbe de lo seguro, de lo previsible y confortable, la desesperación furiosa.
Casi no quedan sobrevivientes de esa fecha. Pero ser argentino ha sido muchas veces estar a la intemperie a merced del chubasco. Los 17 de octubre, las explosiones populares, han sido la contracara de los golpes militares o de regímenes doblegados por la rigidez autoritaria de los dogmatismos. El viento sopla en este país como si estuviera en el Triángulo de las Bermudas, pero la forma de pensar se mantiene congelada y rígida como si creciera en el más calmo de los valles. El 17 de octubre y el golpe del ’55; el Cordobazo, el regreso de Perón y las elecciones del ’73 y el golpe del ’76; los desaparecidos, Malvinas, el regreso a la democracia, las presidencias menemistas y el modelo neoliberal, y el 19 y 20 de diciembre de 2001.
Una y otra vez el país se dio vuelta como una media y perdieron sentido los viejos paradigmas de izquierda y de derecha, cambiaron hasta los códigos de la convivencia más doméstica, la educación y hasta la forma de conseguir novia. El lenguaje, el fútbol, los medios, las puteadas, todo se transforma, pero el pensamiento, la discusión política, no ha conseguido esa flexibilidad que lo libere del azar y de la desubicación y se mantiene encajonada hasta que le patean las tablas. Es lo último en cambiar cuando se supone que debería ser al revés. Como si el pensamiento estuviera concebido para consolidar situaciones y no para estimular y enriquecer nuevas aperturas y transformaciones.
Hay una imagen del centro de la ciudad de La Plata, el 18 de octubre de 1945, cuando grupos de jóvenes recorrían el centro rompiendo a pedradas las vidrieras de confiterías y bancos, que tiene cierta familiaridad con el día siguiente al 19 de diciembre de 2001, el 20. Hasta ahí llega el parentesco.
El 17 de octubre y el 19 de diciembre fueron espontáneos y hasta cierto punto pacíficos, crecieron por el desconcierto de los que debían reprimirlos, que reaccionaron cuando ya se hicieron imparables. Hay imágenes de la gente que estaba en la Plaza de Mayo esos dos días con una diferencia de 56 años. Hay gestos y miradas que atraviesan esos años, actitudes de los cuerpos que suponen pensamientos, deseos, expectativas que conformarían la semilla de lo que pasará de ahí en adelante.
Y lo que parecen rupturas adquiere un hilo de continuidad en ese lenguaje que forzadamente aparece disociado con el del intelectual que tiende a ver, por ejemplo, la historia del movimiento obrero como anarquista primero, después antianarquista socialista y comunista y después anticomunista y peronista, como si estuviera escupiendo sobre su sombra a cada paso, donde importaría más el envase que el contenido.
Raúl Scalabrini Ortiz describió el 17 de octubre como “el subsuelo de la patria sublevada”, pero desde el otro lado se lo pintó como “el aluvión zoológico”. El hecho era el mismo, pero el escritor de Forja hablaba por esa alegría furiosa del porvenir y del otro lado estaba la desesperación del conservador que no acepta el cambio por interés o por miedo.
Los que marcharon ese 17 de octubre abrazaban con entusiasmo ese proceso lleno de interrogantes que se abría ese día y con el que seguramente ni habían soñado la noche anterior. Pero la referencia a Scalabrini Ortiz viene al caso porque los miembros de Forja fueron de los poquísimos intelectuales que acertaban el trazo grueso de lo que estaba sucediendo. Y hasta eran conscientes de que eso nuevo que empezaba podía implicar su desaparición como grupo y la disolución del universo con el que estaban acostumbrados a relacionarse y que les daba sentido. Con gran valentía intelectual se desnudaban para lanzarse a una nueva aventura de la que no controlaban todos sus resortes y que para varios de ellos no fue del todo favorable.
Cuando se habla con desdén de la “vocación fundacional” de algunos políticos, de alguna manera se expresa una vocación “no fundacional” que en última instancia obedece a la misma lógica que se quiere criticar. Porque lo que se ha fundado en la historia de este país, ha sido sobre la base de lo que se ha desarrollado y crecido en los momentos anteriores y eso era lo que advertían los miembros de Forja con relación a ese 17 de octubre. Las rupturas drásticas o “fundacionales” se producen por la rigidez de los “no fundacionales” que conciben una realidad estática y no incorporan los cambios grandes y pequeños que van agujereando esa estructura rígida que al final se cae. Lo “fundacional”, en todo caso, tiene que ver con la velocidad de ruptura y no con los cambios, que al final se producen de una manera o de otra.
Ese 17 de octubre era miércoles, en los kioscos estaba el primer número de Don Fulgencio, el segundo de Patoruzito y el primer gran álbum de Labores. Los cines estaban proyectando Escuela de sirenas, con Esther Williams, y la reposición de Lo que el viento se llevó. No es una casualidad, esas publicaciones y esas películas hicieron época, perduraron en el tiempo con la misma perseverancia que los ecos del 17 de octubre. Esa especie de confluencia en el mismo día puede ser una coincidencia, pero no con relación a la época, porque el 17 de octubre, al igual que los puntos de inflexión en la historia, incluidos el 19 y 29 de diciembre de 2001, expresan y provocan cambios culturales que rápidamente se traducen en el ámbito de los medios, están anunciando que se irán modificando las creencias y los paradigmas, así como las modas, las formas de comunicación y la política.
El 17 de octubre de 1945 inició un ciclo que se cortó el 24 de marzo de 1976, cuando empezó otro ciclo que se cayó el 19 y 20 de diciembre de 2001, cuando empezó otro que quién sabe cuánto durará. Pero lo que es cierto es que genera procesos revulsivos en el plano de la cultura, de lo social y lo político, en los que han surgido nuevos protagonistas y hasta nuevos lenguajes que los contienen, aunque no han podido imponerse todavía a las formas que sobreviven del pasado, que a su vez deberán adaptarse y transformarse si no quieren desaparecer.

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