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Cómo opera una paridad fija sin convertibilidad

Duhalde quiere clavar el tipo de cambio. La paridad que reúne más consenso en el Gobierno es de 2,50 pesos. Ventajas y riesgos de esa estrategia cambiaria.

 Por Claudio Scaletta

Cuando todavía no se sabe quién será el reemplazante de Jorge Remes Lenicov, la única certeza del Gobierno en materia de política económica es que la primera tarea del futuro titular del Palacio de Hacienda será el anclaje del tipo de cambio. Una medida que echa por la borda la flotación sucia impuesta por el FMI, a la que ahora se responsabiliza por el salto de la divisa desde el autoimpuesto piso de 1,40 a más de 3 pesos por unidad. Aunque el anclaje puede dar un respiro en el corto plazo, en el largo, a medida que se agrande la brecha con la cotización paralela, puede ser explosivo. Una vez más se enfatiza la solución de una variable financiera como determinante de la evolución de la economía real.
Frente a la dolorosa certeza de que la ayuda financiera del FMI no llegará, el Gobierno intentará mantener la estabilidad monetaria fijando la paridad del tipo de cambio en un valor que, se estima, rondará los 2,5 pesos por dólar. La decisión, se supone, otorgará a exportadores e importadores precios de referencia sostenibles en el tiempo. A su vez, también pondrá freno a la evolución de los precios internos que, como lo demostró la breve experiencia de flotación, dada la estructura económica argentina se alinean de manera casi automática a la evolución del dólar.
Cabe destacar que el tipo de cambio puede estar anclado en un valor fijo con o sin convertibilidad. Esta última supone que el Banco Central tiene la obligación de cambiar pesos por dólares al tipo de cambio oficial, al que hoy resultaría impensable. El nuevo anclaje, sin convertibilidad, será sólo para venderles a los importadores, liquidarles a los exportadores luego de deducidas las retenciones y, probablemente, para algunas operaciones específicas de giros al exterior. Esto supone que el resto de las operaciones seguirá pasando por un mercado paralelo no necesariamente negro. En este punto se volvería a la situación preflotación de comienzos de la gestión de Remes Lenicov aunque con un dólar más alto.
En todo caso, siempre significa poner en juego las reservas internacionales del BC. Aunque pueda argumentarse que si el Estado no emite secará la plaza de pesos, se producirá igualmente un cambio de cartera. Muy probablemente el sector privado que pueda hacerlo dolarizará su liquidez. Y si el Estado demanda dólares para cumplir sus compromisos con el exterior, será difícil que los privados quieran vendérselo al mismo precio “oficial” al que fueron adquiridos.
En el actual contexto, la efectividad del anclaje dependerá de dos aspectos que pueden generar problemas:
- Mantener el déficit fiscal en valores razonables. El déficit puede resolverse con deuda o con emisión. La primera vía está vedada y la segunda presiona al alza la paridad.
- Y la existencia de un flujo de capitales positivo hacia la economía. En una situación de default, la tarea corresponde al sector privado quien deberá conducir la dinámica de la atracción de dólares. Se espera que este rol sea cumplido por el superávit de balanza comercial.
Está claro que cuanto más alto sea el valor al que se fije el nuevo tipo de cambio, mayores serán las posibilidades de mantenerlo en el tiempo, pero peor es el congelamiento de la situación distributiva que el valor de la divisa genera al interior de la economía.
La fijación del dólar en un valor alto, por ejemplo 4 pesos, permitiría aumentar el nivel de retenciones para cubrir déficit fiscal y reduciría la potencial brecha con la cotización paralela. Sin embargo, deprimiría aun más el salario real y dificultaría la situación de quienes tienen deudas con el exterior. Por el contrario, la fijación en un nivel más bajo, por ejemplo 2,5 pesos, elimina la posibilidad de retenciones altas y la consecuente licuación del déficit vía devaluación (o lo que es lo mismo, ajuste fiscal vía reducción del salario público) pero induciría un salario real menos bajo. Aunque esté fuera de las perspectivas del modelo de la administración Duhalde, la fijación del tipo de cambio podría tener efectos estructurales si se lo utilizase como instrumento de política industrial y comercial. Para ello, debería ser acompañada por la regulación de la cuenta de Capital del balance de pagos –algo que hicieron países como Malasia y Chile en los 90 o algunos europeos como Alemania y Holanda en los 60– y un cambio en las condiciones de la apertura comercial.
Como en épocas recientes, cuando todo dependía del círculo virtuoso de la “confianza de los inversores” sobre la tasa de interés, se vuelve a creer que la evolución real de la economía depende de una variable financiera y no al revés. A largo plazo, las cosas suceden de otra de manera. Mientras tanto, la fijación del tipo de cambio puede garantizar el aire necesario para llegar a un nuevo plan.

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Un tipo de cambio fijo generará uno paralelo, brecha que determinará el éxito o fracaso de esa estrategia.
 
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