EL PAíS › LOS FAMILIARES DE LAS VICTIMAS CONFORMARON UNA COMISION

Un altar en Once para la catarsis

En Ecuador y Mitre, los familiares de las víctimas del incendio se reunieron para organizar una comisión que los represente en sus reclamos. Aseguran que dentro del boliche se vendían bengalas.

María Eugenia llegó renga de la pierna derecha. Junto a Nadia desplegó la bandera, un trapo blanco muy sucio en el que escribieron “Justicia x nuestros callejeros” con aerosol negro. Nadia se sentó sobre el cordón como quien está en el living de su casa. Estaba triste. Eugenia fue con su pierna dolorida a agarrar algunos pedazos de una baldosa rota para que a su consigna no se la llevara el viento. A media cuadra, habían perdido la vida el novio y el hermano de Nadia. Eugenia no tiene más a sus mejores amigos. Son dos casos entre miles que ayer se convirtieron, con sus 16 años, en las integrantes más jóvenes de la comisión de familiares y amigos de las víctimas de República Cromañón conformada bajo los árboles de plaza Once. Quieren que el jefe de Gobierno porteño, Aníbal Ibarra, responda por la muerte de las 180 personas que estaban el jueves en el boliche. Y exigen cárcel para Omar Chabán y todos los culpables de lo que denominan “una masacre”. Aseguraron que evitarán que sean acusados, de encontrárselos, los que encendieron la candela fatal como las que, según ellos, se podían comprar esa noche en la barra del local por 30 pesos.
El altar de Mitre y Ecuador, en el barrio de Once, tiene siempre velas ardiendo. Cuando se consumen, quienes están a toda hora parados en silencio ante ellas ponen otra que acaba sumándose al charco de cera que ya forma una gruesa capa. Las dos adolescentes llevan remeras de La 25 y Viejas Locas, zapatillas de lona como las que cuelgan del vallado policial ante el que se depositan rezos y mochilas negras de conjuntos de rock. La de Nadia tiene entre las inscripciones en liquid paper un nuevo símbolo, un Cristo colgando de un collar agarrado con un ganchito. Eugenia dijo a Página/12: “Cierro los ojos y veo fuego, humo y chicos llorando”. Imágenes que la asaltaron antes de desmayarse, cuando un nene de 5 años le gritaba “¡me quemo, ayudame a salir!”. Y es lo que volvió a ver cuando, recuperada en una ambulancia, regresó a buscar a sus amigos. A un costado, entre los muertos, “estaba el flaco de remera roja que me rescató a mí y volvió adentro para seguir sacando gente”, contó la adolescente.
Al lado de la puerta, “estaba muerto el nene de 5 años con un bracito estirado como esperando a que alguien lo agarre. Los cuerpos de los pibes quedaron agarrados a las vallas ante el escenario. Y sobre la barra había un bebé de 9 meses, que no pude hacer reaccionar”. El relato de la joven hizo que a su alrededor se formara una ronda de quienes compartían su dolor. Eugenia prosiguió: “Cuando corría hacia la salida, llamaba a mi mamá. Pisé gente para salir. Por eso siento que tengo la culpa de que muchas familias hayan perdido a alguien”. “No”, exclamaron los que la escuchaban conmovidos. Todos familiares de víctimas, que se acercaban para abrazarlas y darles fuerza. Una mujer del montón solicitó “cadena perpetua para el que encendió la bengala”. Los jóvenes no estaban de acuerdo. Nadia dijo: “Quién de los jóvenes que están acá alguna vez no encendió una bengala en un recital”. Eugenia afirmó que cuando se enteró de que “vendían candelas en la barra de Cromañón, me puse a pedir monedas para comprar una, pero no llegué porque nadie me daba”. Otro joven, Andrés, ilustró que “en todos los recitales se encienden bengalas. Esto era algo que tenía que pasar”. Todos los presentes los apoyaron.
Este grupo creció hasta ocupar buena parte de las calles por las que bramaban los colectivos. Para mayor comodidad, cruzaron a sentarse a la plaza. Fue la primera iniciativa de la comisión aprobada por mayoría. En torno al trapo blanco de las chicas, se reunieron cientos de personas, entre familiares y jóvenes que, como Eugenia, con su pierna herida, llevan las marcas de la noche en que lograron huir de la muerte. Allí los jóvenes denunciaron que “la pirotecnia se vendía adentro de Cromañón”. Y dejaron en claro que “en la puerta te revisaban hasta adentro de las zapatillas, por lo que nadie pudo haber entrado de afuera con una bengala”.
En la comisión las diferencias estaban a la vista: la mitad eran adultos, la mitad adolescentes. En las charlas intentaban acortar el abismo generacional y cultural que generó tensiones al inicio de la asamblea por la definición de “política”. Los jóvenes se mostraban reacios al término que consideran propio de la deleznable actividad del político. Los adultos les explicaban que “al abrir la boca acá estás haciendo política”. Un joven que estuvo el jueves en Cromañón entendió y aventuró una tercera vía: “Entonces acá estamos haciendo antipolítica, porque estamos contra los políticos”, definió. “Claro”, pacificó un anciano.
Otro de los enojos de los jóvenes se dirigía hacia los programas de TV que apelaron a “demonizar” la imagen del rock vernáculo. “Las bandas nos representan”, sostuvo un chico. Eugenia aseveró que “Pato, el cantante de Callejeros, bajó del escenario para sacar gente”. Y que “el padre del bajista murió para salvar a un chico de la calle de 9 años que siempre va con la banda”. Nadia subrayó que “no pasa por ser del rock, de la cumbia o del cuarteto: somos personas”. Le respondieron gritos de “justicia”.
“Acá fueron tres Amias y casi dos Lapas –calculó uno de los presentes–. Son casos que siguen sin culpables. No podemos permitir que con la muerte de los pibes pase lo mismo.” A las 20, se fueron a llevar su reclamo a otra plaza, la elegida por los argentinos para escenificar su historia. “Vamos a Plaza de Mayo”, arengaban dirigiéndose a Rivadavia cuando se empezaban a oír los ecos de las primeras cacerolas. Partieron algunos cientos, los de la asamblea, para sumar a quienes se agregaban a su paso.

Informe: Sebastián Ochoa.

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El altar, en la esquina de Ecuador y Mitre, levantado por los familiares contra la valla policial.
 
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