EL PAíS › EL LUGAR DE LOS ADOLESCENTES Y DE LOS PADRES TRAS LA TRAGEDIA DE CROMAÑON

Los chicos después del espanto

 Por Andrea Ferrari

Por Andrea Ferrari
¿Qué viene después del shock? En medio del estupor y el espanto que produjeron las 190 muertes de República Cromañón, los adolescentes argentinos se despiertan en estos días a un nuevo y difícil panorama. Aquí cuatro terapeutas especialistas en adolescencia analizan ese escenario donde no sólo está el reclamo de justicia y el obvio reparto de culpas a empresarios y funcionarios, sino que también empiezan a sobrevolar otras preguntas que hablan de responsabilidades, redes de complicidad y una omnipotencia que hace que los adolescentes a menudo actúen como si fueran invulnerables. Pero también hay una nueva realidad para los padres, que tras descubrir que lo que creían un entretenimiento se convirtió en una trampa mortal, se cuestionan sobre su rol y quieren establecer nuevas reglas y permisos.
Para Susana Quiroga, psicoanalista, investigadora y profesora de la UBA, lo que se quebró en Cromañón fue la omnipotencia, “que incluye, entre otros, el mecanismo de negación de la realidad. Es como si uno se volviera sordo ante ciertas evidencias que atañen a la conservación de la vida. Los adolescentes se caracterizan por la omnipotencia de sus acciones, de sus ideas, de sus hazañas, e identificados con la figura del héroe creen que todo lo pueden. Entonces creen que es posible desafiar mandatos paternos: el padre, las normas sociales, las instituciones, las leyes de la biología (el uso del fuego, el alcohol, la droga). En ese boliche se quebró la omnipotencia heroica de los adolescentes, y también la omnipotencia de los adultos que transitan por los bordes confusos de la corrupción o la ingenuidad cómplice, sin ejercer un adecuado control. Por otra parte, sin querer abordar el nivel sociocultural de estos fenómenos de masa, lo que se quebró también esa noche fue la omnipotencia de los grupos de rock que, en ocasiones, se permiten desestimar ciertos hechos que los ponen al límite de la muerte. Entonces, cuando este quiebre ocurre, ‘la gran fiesta’ se transforma en un hecho que en psicoanálisis llamamos ‘ominoso’, una situación que predice desdichas y muerte, que tal como en el mito y en la historia siempre toma como víctimas a niños y adolescentes”.

En busca del chivo

Ricardo Rodulfo, profesor de la UBA y especialista en niños y adolescentes, habla en un contexto más amplio, que “es la Argentina en general y la ciudad en particular como una colectividad que tiene un problema con los signos, con las reglas, que atraviesa a todas las clases sociales y edades. Es una colectividad donde cuesta que la gente no se burle de ponerse un cinturón de seguridad, o que respete el número de personas en un ascensor, donde uno puede ver bicicletas y motos no sólo sin respetar los semáforos sino a contramano en avenidas importantes, arriesgando su vida y la de los demás, una colectividad que tiene un problema con nosotros mismos, de solidaridad, de cuidado del otro”.
En ese contexto aparece ahora, dice Rodulfo, la búsqueda del chivo emisario. “Y la búsqueda de chivos emisarios disimula o encubre toda una red de complicidades: es necesario señalar la responsabilidad de un empresario o grupo que piensa más en las ganancias que en cualquier otra cosa, en el sentido más salvaje del capitalismo, pero no basta con eso: hay muchas complicidades en este asunto, no parece que vaya por la pareja chivo emisario-víctima. Las víctimas y otras personas también tienen que pensar en determinadas complicidades para que esto ocurra. Se sabe que hay bandas que no tocan si no se deja entrar a todos, aunque se pasen los límites de seguridad, lo mismo sucede con las bengalas. Oscurece el asunto que cada sector le eche la culpa a otro. Hay que marcar responsabilidades políticas, hay grados distintos de responsabilidad, pero no hay un malo o un pequeño grupo de malos y los demás no tienen nada que ver, con eso no se aprende nada. No se aprende nada de la dictadura hablando de un grupo muy cruel si uno no tiene en cuenta lo que pasó con la sociedad civil, que creó condiciones para que pudiera ser posible una dictadura militar. Eso no quiere decir que todos tienen las mismas responsabilidades, pero hay que ser más serios para poder aprender de esto y que no se repita algo así.”
Rodulfo menciona también el tema del sacrificio de los jóvenes. “Es cierto que los jóvenes son sacrificados muchas veces, pero también se ofrecen a menudo. Hay algo que podríamos llamar ingenuo o demasiado expuesto, la creencia en la invulnerabilidad de la juventud, que les hace ofrecerse fácilmente en sacrificio, y no es una edad en que sepan cuidar mucho de sí mismos. Ahí interviene la cuestión de los padres.”

El lugar del padre

Rodolfo Urribarri, profesor titular de Psicología Adolescente en la UBA, dice observar, independientemente de la actual situación, “una especie de renuncia al lugar de padres de los padres. Ha habido un falso entendimiento de que comprender a los jóvenes es darles el gusto en todo. Pero la verdadera función de los padres en la adolescencia es orientar y la orientación implica limitaciones, hay cosas que no se pueden permitir. Permitir el acceso a un lugar con poca seguridad es una parte de la responsabilidad de los padres. Yo sé que muchos padres atraviesan una situación muy dolorosa, pero tal vez sea el momento de llamar a la reflexión en el sentido de que los padres no pueden jugar a ser amigos compinches de los hijos. Su seguridad no sólo le compete al Estado. No es lo mismo, por ejemplo, un estadio que un lugar cerrado. Se han visto cosas insólitas, como los padres que llevaron bebés o niños pequeños a este lugar. Hay una malentendida psicología de creer que los padres deben ser amiguitos de los hijos y esto es muy nocivo para la organización psíquica de los jóvenes”.
Quiroga apunta a esa misma situación al decir que “los padres se identifican con los adolescentes. Les ‘creen’ a los hijos cuando dicen ‘es una gran fiesta, nos divertimos, las bengalas son nuestro himno, no va a pasar nada’. Esta identificación los lleva a la pérdida momentánea del sentido de realidad. Si bien es esperable que un adolescente sea omnipotente, tenga ídolos y desafíe las normas, ya que éstos son patrimonio de su estado mental, lo mismo no es esperable desde los padres, que deben tener en cuenta lo riesgoso de ciertas situaciones y asumir la constante tarea de poner límites a las acciones de sus hijos. En este sentido, es importante brindar ayuda profesional a los padres, para orientar, esclarecer y elaborar esta difícil labor de diferenciarse de las ilusiones de sus hijos, ocupando el lugar de la autoridad. Como corolario, cuando los padres negamos o desestimamos la realidad, y nos ubicamos del lado del placer, la fantasía o la ilusión, el trauma se puede volver a repetir. Y en esta ocasión se repitió: los dos principios de incendios previos no sirvieron de experiencia para prevenir, y finalmente se dio lo peor”.

Los acuerdos

Ricardo Fainstein, ex presidente de la APA y especialista en niños y adolescentes, sostiene que ahora los padres “están todos muy impactados con el tema de los límites: qué permitir y qué no permitir. No permitir nada es absurdo y permitir en forma indiscriminada y sin tomar recaudos también. Si uno va a un recital debería pensar cómo va a salir si algo pasa. Es posible tomar recaudos. Si a un pibe directamente se le prohíbe es difícil garantizar que no lo haga nunca: no puede estar preso o atado. Pero, como especialista, uno tiene que apuntar al uso de la responsabilidad, en cada familia hay que apelar a la responsabilidadindividual; si el chico no tiene edad suficiente, no puede ir solo a un determinado lugar; en definitiva, uno lo deja si es responsable”.
Rodulfo señala que “lo de los padres no se arregla con poner horarios, con creer que la solución está en prohibir la noche, sino que hay que consensuar con los chicos ciertos acuerdos en cuanto a la vida que hagan en la calle y construir reglas entre todos. Al mismo tiempo, ayudarlos a desarrollar criterios propios. También hay que cuidarse de que esto no sea aprovechado. Por ejemplo, familias muy fóbicas, que siempre temen que a los chicos les pase algo si no están en la casa, pueden aprovechar esto para reforzar prácticas que no ayudan a aprender a vivir en la calle, llevarlos y buscarlos a todos lados, que no sepan viajar solos, que no tengan criterio para ver que es peligroso estar en una determinada situación. También otras familias con morales sexuales muy conservadoras pueden aprovechar esto en ese sentido”.
Urribarri apunta que la creencia de que “todo se puede” que desnuda este caso “marca una falta de conducción de los adultos en general: no sólo los padres sino los educadores, los legisladores. Los adultos sólo saben poner restricciones, no saben orientar. Lo que hay que hacer con los jóvenes no es prohibir, es encauzar. Implica restricciones, pero también posibilidades”.

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