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Los guaraníes aceptaron el bisturí de los blancos

La salud del niño internado en el Gutiérrez empeoraba y los médicos informaron a la jueza de Misiones. La magistrada ordenó que se realizara la operación. Los padres estuvieron de acuerdo. Ahora, Julián se repone satisfactoriamente.

La sala de espera de la Unidad 17 estaba ocupada por bolsos y bolsas. Leonarda estaba rodeada de mujeres que intentaban sacarle la cara de preocupación. Crispín Acuña daba vueltas poniéndole cara de hombre a la incertidumbre. El personal del hospital les informó que les cedía una habitación próxima a las puertas tras las que se repone Julián, de tres años, al fin operado y con el corazón libre de tumores. Desde que salió del quirófano sus papás lo vieron dos veces. En las dos semanas que requerirá el posoperatorio lo verán en horas irregulares, como en las altas de la noche, por lo que es recomendable que estén cerca. Al cuarto remolcaron los bultos, llenos de juguetes, pañales, algo de ropa y un paquete abierto de yerba. Pese a la gravedad de sus gestos, quienes los conocen dijeron que “están contentos”. Tras meses de especulaciones antropológicas, los médicos del Gutiérrez entendieron que la vida del nene mbyá guaraní se iba. Dieron cuenta de esto a la jueza misionera Marta Alegre, que el miércoles resolvió que si era necesario se lo operara, al margen de las convicciones de los padres. Ayer, ellos firmaron su consentimiento para que interviniera el bisturí. Ahora esperan regresar a Misiones.
Mariano Antón, abogado de la Dirección de Asuntos Guaraníes de esa provincia, indicó a Página/12 que “con confianza y respeto se convenció a los papás de que lo mejor era operarlo”. Consideró que para eso fue indispensable “el acompañamiento que tuvieron en la defensa de su cultura”. Los abuelos de Julián, varios caciques mbyá –uno de ellos de más de cien años y con un by pass–, traductores y letrados aborígenes rondaron en estos dos meses los complicados senderos del hospital porteño. Estaban junto a Leonarda y Crispín “mientras aguantaban. Hasta que llamaban a Misiones y pedían que viniera otro. Es difícil soportar todo esto”, comentó uno de la comitiva señalando el tránsito ciudadano de hora pico. Una de las mujeres que rodeaba a la mamá de Julián se despidió de Germino Duarte, representante de la nación Mbyá, aconsejándole que tuviera cuidado de dónde dejaba su valija. “Acá no estás en la comunidad. Acá son rápidos”, le dijo. “Ya me robaron el celular”, le respondió Duarte.
La operación de Julián empezó a las 11. El diagnóstico era “tumor cardíaco agravado por una inflamación”. En el quirófano hubo 11 médicos que le extrajeron dos tumores. Después de las 16, cuando concluyó la intervención, ofrecieron una conferencia de prensa. El cardiólogo Andrés Schlichter, que dirigió al equipo médico, sostuvo que el corazón del chico “tenía ocupada casi toda la aurícula derecha, casi todo el ventrículo izquierdo. Es un milagro que este chico haya llegado vivo hasta esta situación”. Y remarcó: “No cabe duda de que este chico no tenía ninguna posibilidad de sobrevida si no se lo operaba”.
Según el cirujano, Julián “toleró bien la operación, pero hay que ser cautos. Se va a complicar el posoperatorio, porque es un severo desnutrido”, aseguró. Para obtener más precisiones sobre su salud, “hay que evaluarlo en 10 o 15 días, cuando se vaya a casa con su madre”, dijo. Además “se deben realizar estudios oncológicos para saber si el tumor es de riesgo”, indicó Schlichter.
A mediados de año, un agente sanitario que recorría Pindó Poty, en el municipio de El Soberbio, vio a Julián en un estado que reclamaba atención médica. Como los pedidos de los opyguá para que interviniera Dios no dieron resultado, accedieron a internarlo en un hospital de los yuruá, como denominan al habitante de la ciudad. Yuruá quiere decir “cara con barba”, y su gracia proviene de que los mbyá son bastante lampiños.
Tras dos días de internación, Crispín y Leonarda se volvieron con el nene a la aldea, porque nadie sabía decirles qué enfermedad tenía su hijo. Ella tiene 17 años, él 21. La jueza Alegre envió un patrullero a la comunidad para que llevara a los Acuña al hospital de Posadas, del que tras un mes de internación los derivaron al Gutiérrez, en el que están desde mediados de julio. En Misiones hay disgregadas 75 comunidades aborígenes como Pindó Poty, poblada por veinte familias. Desde un primer momento los aborígenes pidieron que se respetara la decisión de no operarlo: los médicos les decían que posiblemente Julián no saldría vivo del quirófano.
El director del Gutiérrez, Carlos Cánepa, evaluó que “el equipo que operó a Julián es uno de los más brillantes de América latina”. Y reflexionó que en los pueblos indígenas “quizás hay otros chicos que también tienen problemas, porque no tienen acceso a ningún beneficio de la salud ni de la educación”. Por eso, sostuvo que fue “un desafío ético” atender al chico en medio de roces culturales. Sobre el pueblo mbyá, afirmó que “la capacidad de entender y proteger a sus hijos es encomiable, pese a que lo que les explicábamos era difícil”. Para los Acuña, la vida es fácil de entender en el monte misionero, donde llaman a Julián por el nombre de Verá, palabra que designa a “lo que brilla”.

Informe: Sebastián Ochoa.

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Crispín Acuña, padre de Julián (en el medio), menos tenso después de la operación de Julián.
 
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