EL PAíS › OPINION

Tener huevos

 Por Sandra Russo

El team Macri-Michetti, esas caras renovadoras de la política argentina, tan sucia, tan corrupta, salió a mostrar el estilo de gobierno que tiene en mente con un puñado de acciones altamente impopulares. A esto la derecha le llama tener huevos.

Si uno tuviera que hacer una distinción tajante entre una corriente política de centroizquierda o peronista y una corriente de cepa elitista, liberal o conservadora, podría simplemente guiarse por la relación entre un gobierno y los trabajadores. No hay demasiadas vueltas: cuando se habla del “costo político” de una medida cualquiera, eso necesariamente implica que se trata de una medida impopular, que atenta contra los intereses de la mayoría, en beneficio de una elite social, económica o religiosa.

Los gremios estatales provocaron a los sucesivos gobiernos democráticos dolores de cabeza y la obligación de permanentes negociaciones. Los sucesivos gobiernos municipales, provinciales y nacionales debieron soportarlos. Los gobiernos y las patronales siempre deben soportar a los trabajadores. Hay una inercia capitalista que casi por definición, o si se quiere, por una relación dialéctica, lleva la riqueza hacia arriba. A esa inercia capitalista, cuando no es autoritaria, le corresponde el derecho de los trabajadores a defender sus intereses.

Es su pan, su dignidad y su pertenencia a esta sociedad lo que reclama un trabajador despedido. Si hasta ahora nadie tomó medidas tan brutales como las que tomaron Macri-Michetti, no fue porque las respectivas administraciones no chocaran contra los gremios estatales, sino porque evaluaron ese “costo político”. Para considerar que una medida higiénica del Estado implica un “costo político”, es necesaria también la conciencia de lo que implican los despidos masivos. No sólo manifestaciones y paros: provocan manifestaciones y paros porque está en juego la supervivencia de cada despedido.

En el modelo que Macri-Michetti tienen por lo visto en mente, esa ecuación, si fue contemplada, también fue minimizada. La derecha se excita cuando ve que se aplastan las conquistas gremiales. La derecha no quiere sindicatos. Así como en las fábricas repelen a las comisiones internas, se agrandan cuando el viento sopla a su favor, y despiden en masa y sin anestesia cuando merman las ganancias. Así como echa sospechas y decide la suspensión de un bien escaso para los pobres, los medicamentos, y en un mismo movimiento perjudica a los ciudadanos y beneficia a los laboratorios. A este tipo de cosas la derecha le llama tener huevos. A los que acusan a los nuevos líderes latinoamericanos de populistas, simplemente porque reparten la riqueza y privilegian su relación con el pueblo por sobre su relación con lobbies empresarios. Toda esa gente, que quiso a Macri jefe de Gobierno, la gente que adhirió al discurso prefabricado según el cual no despedir y no reprimir es “no hacer nada”, piensa que para tomar estas medidas hay que tener huevos.

Yo rescataría aquí los huevos que, por el contrario, y a mi entender, hay que tener para abstenerse de despedir y reprimir. Como se recordará, fue en los últimos años que volvió la actividad sindical después de mucho tiempo en el que la problemática general era la desocupación. Como conviene también recordar, esta ciudad rica cercada por cordones de extrema pobreza fue de pronto inundada por piqueteros y cartoneros. Hubo incidentes, claro, como los presos de la Legislatura. Pero la política nacional y porteña en los últimos años fue evidentemente contraria a la represión tanto de los desocupados como de los trabajadores.

También rescataría los huevos extraordinarios que tuvieron siempre los organismos de derechos humanos, que se atuvieron a la Justicia incluso cuando esa Justicia estuvo al servicio aberrante de los que cometieron crímenes aberrantes. Rescataría, también, los huevos de quienes salieron a las calles en el 2001, muchos defendiendo sus intereses individuales y muchísimos otros por la dignidad colectiva. Rescataría por último los cortes de calles que hubo por protestas justas, porque está bueno tener un tránsito ordenado, pero pretender orden cuando hay miseria es tentar a la muerte. Para la derecha, hay vidas que pueden ser sacrificadas en pos del orden. El orden es la utopía del capital. Muertos en vida que trabajen y que resuciten para volver a trabajar.

Cualquier sociedad civilizada, como las europeas, acepta que es parte de la lógica capitalista que los trabajadores reclamen. En Francia o en Italia hay muchos ciudadanos perjudicados por los paros y las manifestaciones, por los incendios de autos y los conflictos raciales. La violencia de la globalización marca ese escenario. Y los gobiernos globalizados buscan soluciones consensuadas para aplacar el mal humor social. Cualquier sociedad civilizada se reserva el derecho hasta de la xenofobia, pero evalúa el “costo político” de las soluciones brutales. Desde el nazismo, es de rigor democrático evaluar “costos políticos”.

Macri dijo que “no se dejará extorsionar”. A que 21.000 personas que ven tambalear sus fuentes de trabajo protesten, Macri le llama “extorsión”. Es interesante ver las coberturas del acto de los municipales. Este diario lo publicó en su tapa. La Nación también, pero con bocadillos como “La movilización sindical frente al palacio municipal y los trastornos provocados a los particulares no doblegaron a Macri”. O sea: el tipo tiene huevos. Clarín sólo hizo una pequeña mención en tapa a los miles de personas que salieron a la calle.

Propongo que repasemos colectivamente a qué le llamamos coraje, y a qué le llamamos desvergüenza.

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