EL PAíS › PANORAMA POLITICO

LOBERAS

 Por J. M. Pasquini Durán

En los comicios del año pasado para renovar gobierno en la Ciudad Autónoma se presentaron 22 listas con candidatos a legisladores y 18 con aspirantes a la jefatura de Gobierno. Siete siglas partidarias consiguieron ingresar en la Legislatura y Mauricio Macri, acompañado por Gabriela Michetti, llegó a Jefe con el 60 por ciento de los votos positivos, y un bloque de 28 bancas sobre un total de 60. Esa encumbrada victoria lo ubicó, además, entre los meritorios para disputar la cabecera del centroderecha político en la renovación presidencial de 2011. Claro que la distancia entre el punto de partida y el de llegada en esa potencial trayectoria no se puede medir con el calendario en la mano: el actual oficialismo porteño tiene que cumplir antes con la palabra empeñada y salir airoso de la gestión en una metrópoli complicada, de humores volátiles y múltiples demandas, la mayoría prioritarias, con gobiernos en la Nación y en la provincia de Buenos Aires que son de otro palo. No alcanza con imponerse en el escrutinio para emular a Rudolph Giuliani, el casi legendario ex alcalde de Nueva York, anotado hoy entre los competidores republicanos para suceder a George W. Bush, aquel de la “tolerancia cero” y de la buena suerte que le permitió escapar del derrumbe de las Torres Gemelas y ponerse al frente de las tareas de consuelo y recuperación de la tremenda herida.

Con una determinación rayana en la arrogancia, en sus primeras cinco semanas Macri quiso demostrar capacidad de mando tomando por asalto el cielo de algunos temas de seguro impacto mediático. Aumentó impuestos (ABL) en proporciones significativas, pero con el único criterio de subir la tasa por la ubicación geográfica de la propiedad privada, intervino la obra social de los empleados municipales, no renovó alrededor de 2300 contratos de trabajo, prometió revisar otros 18 mil y demandó el acuerdo del gremio mayoritario para reordenar a su criterio las tareas y los lugares de trabajo de los 120 mil asalariados de la planta permanente. Parecía que lo podía conseguir cuando los legisladores de Elisa Carrió lo apoyaron para convertir la intervención en ley, y puso la firma en un acta de acuerdo al lado de Amadeo Genta, veterano cacique del Sutecba, mientras las minorías agremiadas en ATE seguían en la resistencia y lograban el amparo judicial, que repuso los contratos y limitó las funciones del interventor. En la víspera se difundió una declaración del Sutecba, también con la firma de Genta, donde acusa al gobierno de la ciudad por violación del acuerdo y advierte: “No permitiremos que se avasallen derechos ni se deje sin trabajo a personas que se esfuerzan para que el Estado cumpla sus obligaciones con los vecinos”. La temprana voracidad del pichón de líder había mordido el cebo. El lobo, veterano adulador, sólo contestó con la verdad a la última pregunta de Caperucita: “¿Y esa boca tan grande, abuelita, para qué es?” En la Argentina abundan las loberas, donde esperan y acechan los de boca grande.

Sin amilanarse, el jefe de la ciudad avanzó en su agenda de temas afines a vetas anchas de las clases medias urbanas: terminar con el desorden del tránsito por los cortes de calles, avenidas y puentes. A partir de ahora, para manifestar hay que avisar a las autoridades comunales y, en cualquier caso, nadie podrá interrumpir todos los carriles del tránsito. Macri llegó tarde, cuando los cortes piqueteros ya no son responsabilidad de los pobres y desocupados. Según encuestas privadas, más de la mitad de los cortes ocurridos el año pasado fueron realizados por vecinos indignados debido a negligencias o atropellos gubernamentales y a deficiencias de las empresas de servicios públicos (luz, agua, trenes, etc). La “tolerancia cero” aumentó el apetito de Raúl Castells, otro lobo con barba de pastor, que ayer sacó a sus milicianos a dar una vuelta por el centro. Si Macri piensa que podrá avanzar por los carriles libres, apretando a la Casa Rosada con los hechos consumados, hasta llegar al presupuesto nacional para sacar una tajada que le permita tener dotaciones propias de policía federal, nunca jugó al truco con peronistas trajinados, aunque pertenezcan a la era de los Kirchner.

¿No hay posibilidad, entonces, de producir algún cambio en la cultura política y en las relaciones de convivencia? Las hay, claro que sí, pero ninguna de apuro. La “revolución productiva” y el “salariazo” fueron las últimas consignas que recibieron cheques en blanco de la credibilidad popular. Sólo los procesos revolucionarios pueden justificar cortes abruptos, pero no es el caso. Por el contrario, en ciclos de consensos democráticos el tiempo es la materia prima indispensable, puesto que los objetivos más importantes se alcanzan paso a paso, siempre al borde del ataque de nervios. Los más conocedores del proyecto “popular y democrático” y del “modelo de acumulación diversificada sin exclusión social”, para citar fórmulas repetidas en los discursos presidenciales, sostienen que sus propósitos mayores necesitan cinco períodos consecutivos, unos veinte años, para cuajar en realidades diferentes de la actual y consolidar el desarrollo nacional. Que una coalición interpartidaria pueda gobernar durante ese tiempo no es un imposible, como se ha visto en Chile con la convergencia, si bien los resultados obtenidos pueden ser motivo de controversia, porque tampoco es cierto que la continuidad en el tiempo alcance para modificar la realidad.

Hace falta, al mismo tiempo, una comunidad de ideas y de voluntades políticas, hasta de ilusiones compartidas, entre miembros de orígenes y tendencias ideológicas diversificadas. La mutua confianza, un condimento escaso en el menú macrista, es otra condición virtuosa de la continuidad. Los especialistas en la reciente historia de Chile sostienen que las mayores dificultades que desafían a la presidenta Michelle Bachelet se originan en las ambiciones de los partidarios del ex presidente Ricardo Lagos, que quieren reponerlo en la jefatura del Estado lo más pronto posible. Esta impaciencia termina, aun sin proponérselo, saboteando las posibilidades de éxito de Bachelet, para que el clamor popular por Lagos sea más estridente cada día, sin advertir acaso que la frustración con la actualidad puede terminar quebrando la línea de sucesión.

Hablando de clamores, han comenzado a sonar los tambores peronistas para congregar a la mayor cantidad de fieles alrededor de la instalación de Néstor Kirchner en el sitio más alto de la organización partidaria. La movida no puede sorprender a nadie que haya seguido la información en el último año, y aun desde antes, porque estaba claro que para organizar la coalición plural, cuyo formato primitivo es el Frente para la Victoria, el ex presidente comenzaría por poner orden institucional en el PJ como el primer paso para avanzar hacia formaciones superadoras de esas fronteras tradicionales. La oposición a ese avance, por el momento, está asentada en nichos antiguos, desde los puntanos Rodríguez Saá hasta el bonaerense Duhalde que, por supuesto, no se jubiló de la actividad política. A juzgar por los últimos resultados electorales y por la proyección de los conmilitones que se reunieron en Potrero de Funes el año pasado, esa oposición tiene escasas chances de disputar un liderazgo que no sólo está presente en el PJ sino en un porcentaje muy importante de la población.

Los que miran ese horizonte con expectativas alertas son los caciques sindicales, ya que, hoy por hoy, no hay aparato orgánico que pueda superar los recursos que poseen los gremios, según lo está comprobando el gobierno de la ciudad. Como es habitual cada vez que la jerarquía de la CGT olfatea la cercanía del poder y pretende participar del reparto en la mesa central, comienzan las disputas internas para ver quién controla la botonera principal. Estas excitaciones han disparado las prevenciones de algunos empresarios, porque temen que la competencia por las jefaturas se traslade a la puja salarial en las paritarias, cada uno en busca del trofeo mayor para mostrar lo que podrían lograr si estuvieran en el puente de mando. Hugo Moyano pretende ocupar la secretaría general de la CGT por otro período, con el debido compromiso de respaldar al Gobierno y de moderar el nivel de reclamos salariales, utilizando variables como la productividad, las diferencias regionales, los balances por sector de producción y hasta el nivel de blanqueo de los trabajadores, en lugar de los índices crudos de la inflación o la relación de salarios y consumo. El próximo martes, el consejo directivo de la central en pleno será recibido por la Presidenta en el primer encuentro que servirá, más que nada, para intercambiar mensajes acerca de las recíprocas intenciones. Por cierto, en este relato también hay lobos hambrientos, pero no será fácil para los que pretendan encontrar alguna Caperucita.

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Imagen: Alfredo Srur
 
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