EL PAíS › UNA HISTORIA DE EXPORTACION E INDUSTRIA

Nostalgias de los setenta

En 1878 se hizo la primera exportación importante de trigo de Argentina a Europa. Casilda fue protagonista principal del comienzo de esa nueva era que se abría para el país, la de ser el “granero del mundo”. El empresario Carlos Casado loteó en esa época las tierras de la zona con un criterio progresista: no aceptó los latifundios, sino que estableció parcelas que no pasaban de las 400 hectáreas, una extensión que alcanzaba para que una familia plantara trigo y maíz, tuviera algunos animales y viviera holgadamente.
La mayoría de los pobladores fueron inmigrantes italianos marchesianos, acostumbrados a trabajar la tierra. Cuatro generaciones después, los terrenos se habían subdividido y hoy son pocos los propietarios de más de cien hectáreas, una extensión que requeriría otro tipo de explotación que la del cereal. La región fue muy próspera, pero tuvo su época de oro en los años ‘70, cuando se introdujo el cultivo de la soja, y empezó a decaer bajo la dictadura y José Alfredo Martínez de Hoz. Tuvo algunas mejoras por la suba de los precios internacionales, pero a partir de ese momento, el proceso fue descendente.
El florecimiento del campo y el proceso de sustitución de importaciones hizo que en los años ‘40 surgiera una pujante industria metalúrgica en la región. La más importante fue la fábrica Gherardi, productora de grandes maquinarias agrícolas, cosechadoras, trilladoras y demás, y de herramientas manuales. En los dos rubros era exportadora además de liderar el mercado interno. Hay otras treinta fábricas más pequeñas relacionadas con esta producción. Además, Casilda produce el 80 por ciento de las básculas y balanzas de todo el país, que son un componente imprescindible en la actividad del campo. Tiene otras industrias menores, como la fabricación de silos o de acoplados, y el frigorífico Rafaela, donde trabajan más de 350 obreros.
Por el problema de la extensión de sus campos, del alto costo del crédito y de los bajos precios de sus productos con un cambio uno a uno, el campo está endeudado e hipotecado. La fábrica Gherardi no paga salarios desde hace tres meses y los cerca de 400 trabajadores que quedan están en huelga. El frigorífico está cerrado desde hace diez meses por la suspensión de la exportación de carne por la aftosa. Los trabajadores de las dos empresas estaban a punto de recibir una especie de subsidio que luego devolverían en pequeñas cuotas de sus salarios en el caso de que recomenzara la actividad.
Los casildenses hablan con orgullo de las máquinas que fabricaban, del hierro forjado de sus herramientas, de la organización del campo y los productores, y hacen autocríticas de la poca capacidad de readaptación que tuvieron a las nuevas condiciones. Pero el que visita Casilda no puede entender que las políticas de Martínez de Hoz en adelante se hayan dedicado a destruir ese potencial, en vez de estimularlo. La macroeconomía de los Chicago Boys y los técnicos brillantes de Harvard sirvió para destruir metódicamente esa riqueza.

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