EL PAíS

Un homenaje merecido

Por Alicia Oliveira*

Es una verdadera alegría para mí que la Legislatura de la Ciudad haya resuelto poner una placa en memoria del mayor Bernardo Alberte, hombre al que admiré en mi juventud por su aguerrida lucha dentro del movimiento peronista y su clara decisión de defender al pueblo de dictadores y burócratas. Alberte –al igual que Perón– fue degradado por la Fusiladora. Paradojas de la Argentina: esa degradación fue uno de los mayores honores que en esa época un militante popular –que nunca dejó de reconocerse como militar– podía tener. Alberte no sólo supo ser fiel al peronismo sino que, a diferencia de otros de su generación, comprendió las transformaciones que se avecinaban en la Argentina. Fue un actor permanente de los cambios y no un mero espectador, por eso se comprometió con una postura revolucionaria hasta el punto de pagarla con su vida. Alberte fue una de esas figuras que, al igual que Arturo Jauretche, Dardo Cabo, Avelino Fernández, Sebastián Borro, Pepe Rosa, tuvieron una importancia simbólica fundamental para toda una generación –a la que pertenezco– que conoció la verdad del peronismo en la década del ’60. Gracias a ellos supimos que la justicia social no era beneficencia sino respeto por la dignidad del otro. Gracias a ellos supimos que las fabriqueras eran mujeres trabajadoras y vanguardistas, y no malas esposas y madres que abandonaban el hogar. Gracias a ellos, también, en nuestra carga de ilusión creímos que el Sheraton iba a ser el Hospital de Niños. Ellos dejaron en la memoria no sólo el dolor del pueblo por la muerte de Evita, sino que hicieron conocer la anónima frase que lo más granado de la oligarquía porteña escribió en una pared de su barrio: ¡Viva el cáncer! Años después, muchos de ellos pudieron conocer que el peor cáncer era el odio y la represión: muchos jóvenes de esas familias creyeron en la justicia social y por ello fueron masacrados por los mismos militares que degradaron a Alberte y que luego lo asesinaron.
El odio a Evita era casi generalizado en determinados sectores. Al Liceo Militar no iban los pobres. Entre los jóvenes acomodados que asistían al de Córdoba se encontraba un tal Fernando de la Rúa. En el primer aniversario de la muerte de Evita, el Liceo había organizado un acto en su homenaje. El cadete De la Rúa se negó a participar. Tal vez tenía en su memoria la frase “viva el cáncer”. En su caso el odio no generó mártires en su familia, sólo engendró caricaturas mediáticas que dañaron al país y que deberían avergonzar a sus padres. Antonito no es Julito Alzogaray.

* Defensora del Pueblo porteño.

Compartir: 

Twitter

 
EL PAíS
 indice

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.