EL PAíS

Dones y señores

 Por Horacio Verbitsky

El ministro de Defensa Horacio Jaunarena repite que el Jefe de Estado Mayor del Ejército pronunció el elogio fúnebre del ex dictador Leopoldo Galtieri, procesado por crímenes contra la humanidad y responsable indultado de la primera guerra perdida por la Argentina, porque así se lo mandaban los reglamentos. Ese argumento burocrático es tan falso como el que Videla, Massera & Cia usaron para atribuir a directivas de Isabel Perón los crímenes que ordenaron cometer después de derrocarla.
Un grupo de diputados que solicitaron a Jaunarena el relevo del general Ricardo Brinzoni (Ricardo Gómez, Marcela Bordenave, Lucrecia Monteagudo, Alfredo Bravo, Patricia Walsh) mencionaron la nota publicada el último domingo en esta página, en la que se indicaba que según el reglamento debía encargarse de despedir al Héroe de las Malvinas “quien sea designado por el jefe de la guarnición correspondiente”. O sea, cualquiera. El jefe de gabinete del ministerio, Raúl García, dijo a los legisladores que esa nota no reflejaba que el reglamento había sido modificado en febrero de 1997 por el ex jefe de Estado Mayor Martín Balza.
Es verdad, pero eso nada cambia respecto de Galtieri y Brinzoni. La enmienda dispuesta por Balza el 1º de febrero de 1997 se refiere sólo a la “Rendición de honores fúnebres a ex jefes de Estado Mayor General del Ejército”, único caso en el que las palabras de despedida se encomiendan al Jefe de Estado Mayor. Una semana antes, el 24 de enero, había muerto el general Jorge Arguindeguy, quien ocupó la jefatura de Estado Mayor designado por el presidente constitucional Raúl Alfonsín, y no había previsiones claras sobre el procedimiento. La reforma firmada entonces no menciona a los ex Comandantes en Jefe ni a los ex dictadores como Galtieri sino sólo a los ex jefes de Estado Mayor como Arguindeguy.
La diferencia no es menor, ni siquiera desde el punto de vista militar. El único comandante en jefe de las Fuerzas Armadas que reconoce la Constitución Nacional es el Presidente. Durante la larga noche del golpismo militar del siglo pasado esa jerarquía fue conferida a las máximas autoridades castrenses, pero la anomalía concluyó junto con la última dictadura. Desde entonces, la más alta jerarquía del Ejército es el Jefe de Estado Mayor, como asesor del ministro de Defensa y del Presidente-Comandante en Jefe. Por ejemplo, Brinzoni puede decidir los pases, traslados y retiros de cuadros y oficiales, desde cabo hasta teniente coronel, pero no más. Cuando se trata de oficiales superiores se requiere la decisión del ministro de Defensa (si son coroneles) o del Poder Ejecutivo (cuando son generales). Además, si Brinzoni entendía que el ceremonial heredado de Balza lo obligaba a incurrir en un acto indecoroso, tenía la autoridad suficiente para modificarlo, como la tuvo Videla con las órdenes de Isabel. Contra lo que Jaunarena le dijo a los legisladores, abusando del desconocimiento que los civiles suelen tener sobre este tipo de mecanismos militares, para ello no requería ni autorización del ministro ni firma del presidente ni, mucho menos, una ley del Congreso. De hecho, en agosto de 2001 Brinzoni firmó una enmienda al artículo 5.029 del reglamento, sobre el tratamiento que los locutores dan a los generales en las ceremonias militares. Balza había suprimido en 1994 el engolado “Señor general don Fulano de Tal” por el más republicano Fulano de Tal, pero Brinzoni volvió a poner las cosas en su anacrónico lugar de dones y señores.
La única verdad es que como Comandante del Cuerpo II de Rosario, Galtieri era el superior de Brinzoni en diciembre de 1976, cuando se produjo en El Chaco la masacre de Margarita Belén por la que ahora le inquieta tener que responder. Y esa es la única explicación de un homenaje que la Constitución, las leyes, la razonabilidad política, la moral, el decoro, el sentido común y dos dedos de frente desaconsejaban.

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