EL PAíS

La taba en el aire

 Por Mario Wainfeld

El secretario general de la CGT, Hugo Moyano, cuenta los porotos y tranquiliza a su tropa. Dice tener los votos necesarios para ser reelecto. En la Casa Rosada leen distinto el escenario, en parte. Ven al camionero en carrera, seguramente con mayor virtualidad que sus adversarios. Pero, calculan, la competencia no está resuelta: la taba sigue en el aire.

Algo intriga del comportamiento de Moyano. Si los puentes están dinamitados y la victoria garantizada, cuesta entender su desorbitada ofensiva mediática contra el oficialismo, reiterando su discurso en los medios dominantes. Parecería sensato, supone el cronista, mantener las posiciones, concentrarse en el redil gremial, esperar hasta que se elija y “dedicarle” el resultado al núcleo duro K.

La táctica, empero, es muy otra y aleja a Moyano no sólo del primer nivel del Gobierno sino de buena parte del peronismo y de sus aliados, incluida la CTA de Hugo Yasky. Suena a piantavotos la recorrida obstinada por las radios y canales del multimedios, los paliques amigables con periodistas que se han aburrido de demonizarlo. El temario es la vulgata de la derecha real: la Cámpora como engendro de Satanás, la prosapia montonera de esa agrupación juvenil y del gobierno mismo, la brutalidad del kirchnerismo, hasta el ADN de los hijos de Ernestina Herrera de Noble.

En aras del Confederal, Moyano se reconcilia con impresentables, antagónicos a su prédica y a su praxis. Se une con el Tío Tom Jerónimo Venegas y plasman un afiche que evoca la efigie de José Ignacio Rucci. Recuerda una carta pública enviada al gremialista de izquierda Agustín Tosco, en la que Rucci se ufanaba de su condición de líder cegetista y peronista. La evocación de un pasado lejano conserva alguna funcionalidad entre justicialistas añosos: donde hubo fuegos (y tiroteos), cenizas quedan. Pero es un tema distante para la mayoría de los ciudadanos, aún de los trabajadores.

El debate dentro de esa subcultura, menguante por imperio del paso del tiempo y la acentuación de la democracia, es (si se permite un oxímoron) barroco en simplificaciones, amén de anacrónico. Hechos distantes, irrepetibles, producidos en una coyuntura única (en promedio frustrante y trágica) se adoptan como catequesis para una época diferente. La actual, aquella en la que (si bien se mira y contra lo que arguyen tirios y troyanos en estos días) se produjo la más duradera relación entre un gobierno y el movimiento obrero relativamente autónomo. Ocioso es recordarlo ahora, cuando nadie llama por teléfono a nadie y las broncas escalan.

“El Negro” conoce su espinel, tal vez esté en lo cierto. En perspectiva, da la impresión que un líder cegetista enfrentado sin retorno con un gobierno peronista (relegitimado y atento a las demandas populares) no consulta el sentido común de la dirigencia gremial siempre afecta al calorcito oficial. Habrá que ver, cuando caiga la taba.

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No es un secreto: el Gobierno “vería con agrado” que Moyano fuera relevado en la CGT. De ahí a que puedan operarlo en el intrincado armado de la central obrera hay un abismo. Por añadidura, explican con lógica cerca de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, el que aspire al cargo debe saber ganárselo, de lo contrario será endémicamente débil.

El metalúrgico Antonio Caló prima entre pares, la paritaria de su gremio está en precalentamiento. Paradojas te da la vida, Caló necesita un guarismo que dé cuenta de su capacidad de pulsear para sostenerse en carrera aunque el porcentaje malquiste por un rato al oficialismo. En la simplificación propia de toda polémica parece que nadie computa, ya que la pugna salarial se da con la patronal y no con el Gobierno, pero es así.

Si se piensa un poquito, se podría avanzar más. En los papeles, al Gobierno no le convendría un secretario general aliado y demasiado manso: eso le restaría legitimidad al hombre ante sus representados y ante otros líderes sindicales. Se atraviesa una etapa donde la lucha reivindicativa y el conflicto prestigian popularmente y son rentables, lo que explica la supervivencia del kirchnerismo y de Moyano.

En el plano teórico también podría imaginarse una salida negociada, que incluyera a Moyano en el diseño de una nueva CGT. En el contexto actual, esa hipótesis (que valió en otras etapas) está más cerca del delirio que de la ciencia ficción.

Las convenciones colectivas recién comienzan, la paritaria docente no arribó a un acuerdo nacional, lo que es en sí mismo un bajón. Las dos partes perdieron, valora el cronista, porque se empiojó un mecanismo creado en esta etapa cuya viabilidad sigue a prueba. En materia económica, da la impresión, los gremios provinciales pagan un costo por el mal cierre nacional: se van aviniendo a un piso más bajo.

Las convenciones colectivas de los gremios grandes, los que hacen tendencia, recién comienzan. El conteo de los porotos en la CGT sigue a todo vapor, en medio de un enfrentamiento que no parece tener retorno. A los ojos del cronista, es desproporcionado a las reales diferencias existentes en 2012 versus los adversarios comunes que todavía comparten. Pero la realidad es mayor y cada día se ensancha más el abismo.

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