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El enroque ministerial

 Por Horacio Verbitsky

El enroque ministerial tuvo sabor a poco para quienes desde la oposición propiciaban una crisis de gabinete, pero da respuesta a varias cuestiones significativas para el gobierno, a diez días del cierre de las alianzas, que varios jueces intentan parcializar impidiendo la elección de consejeros de la magistratura. Tanto Nilda Garré como Arturo Puricelli habían ofrecido varias veces la renuncia a CFK. En el primer caso, debido a la incompatibilidad de caracteres que obstaculizaba el trabajo con el secretario de Seguridad, Sergio Berni. En el segundo, a raíz de los tropezones en serie que pusieron en crisis un área pacificada, donde resurgió el fantasma de la autonomía militar. Pero la presidente prefirió esperar hasta el momento preciso, cuando debiera mover una tercera pieza: el ahora ex jefe del bloque de diputados Agustín Rossi. Ninguno de los cuatro involucrados rezuma felicidad:

- Garré porque razones familiares (una madre casi centenaria, cuatro nietos) le hacen complicado desplazarse sola a Washington, donde Cristina le dijo que la necesita para fortalecer un frente regional que quedó desguarnecido desde la muerte de Néstor Kirchner.

- Rossi, porque tenía un diálogo avanzado con Jorge Obeid para la integración de las listas en Santa Fe.

- Puricelli, porque terminó con pena y sin gloria su paso por Defensa y ahora deberá lidiar con el ministerio más complicado, que además recibe con un inquilino adentro, de ideas propias y personalidad difícil.

- Berni porque se había ilusionado con el despacho principal de la casa y constató que la confianza de Cristina en cuestiones operativas no se proyecta a otras materias. La recíproca mala onda con Garré fue cargada por la presidente a la cuenta de cada uno de ellos.

Pero al margen de estas sensaciones de cada cual, CFK suprimió varios frentes de conflicto de un solo tajo, restableció el equilibrio entre sectores y ratificó su autoridad por encima de las apetencias personales. Garré sale lastimada en el roce personal con Berni, pero la designación de un hombre de su mismo grupo político en Defensa revalida su desempeño en ese ministerio, donde los jefes que vieron a Puricelli como un camarada ideológico no deberían esperar días felices, lo mismo que los generales de negocios que se aliviaron con la partida de Garré. Luego de vérselas con militares y policías mal acostumbrados, Nilda tiene el temple necesario para capear el frío momento de la relación con Washington y recostarse en la alianza del sur. Esto tampoco carece de complejidades, dado el rol que hasta ahora Timerman debió jugar en soledad para fortalecer el Sistema Interamericano de Derechos Humanos. Una primera síntesis sería: con los socios de Unasur frente a Estados Unidos, pero sin ceder a sus arrebatos respecto de una cuestión vital para la Argentina, como es su record en derechos humanos. Rossi hubiera preferido dar nueva batalla en su provincia pero el ministerio es una posición expectante y un reconocimiento a su trayectoria. Desde el punto de vista de Cristina, cuando hay elecciones la obligación es ganarlas, a lo que apuesta con esta movida. La mayor incógnita está en Seguridad, porque es el desafío más difícil y porque Garré fijó estándares de uso de la fuerza, control político y transparencia, que son un capital a preservar por el gobierno, obligado además a mostrarse efectivo contra la inseguridad. El jueves, en Lomas de Zamora, Cristina se dirigió a dos públicos: reiteró la crítica a los jueces que dejan en libertad a gente que delinque y advirtió contra sectores de las fuerzas de seguridad que prticipan en las redes de ilegalidad cómplices del delito. Los ministros son meros secretarios del Poder Ejecutivo unipersonal, por lo que no deberían esperarse cambios de política, cosa que una oposición decepcionada ya le reprocha, como un mariscal del siglo XVIII ofendido cuando el enemigo ataca por un flanco inesperado.

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