EL PAíS

Perdón y gracias

 Por Horacio Verbitsky

Yo sé que quienes siguen esta columna esperan otra cosa, que hay temas importantísimos en los que se juegan definiciones fundamentales para el presente y el futuro del país, como la disputa con los fondos buitre y el juez de Wall Street, la represión de protestas sociales por policías federales que ostentaban las pistolas 9mm cuyo uso les prohibió Néstor Kirchner para casos semejantes, la visita de Putin de ayer, la del presidente chino Xi Jinping del viernes próximo y las expectativas de inversiones y financiamiento que en ellas se depositan, la saga del caso Boudou, quien no asistió a la última sesión del Senado y apeló su procesamiento, el cambio de actitud del Vaticano y de la Iglesia Católica argentina ante los juicios por crímenes de lesa humanidad, que por primera vez ayuda a esclarecer y no a ocultar. Pero todo eso seguirá siendo decisivo la semana que viene, cuando la locura del Mundial haya pasado. También sé que mis conocimientos de fútbol no pasan de haberlo jugado sin lujos cuando entre hueso y hueso me funcionaban las articulaciones y de verlo con persistencia digna de mejor causa, en las canchas durante muchos años y en casa desde que la televisión te lo muestra como si estuvieras dentro del campo de juego. Lástima que no es posible borrar a los insoportables relatores de la TVP que gritan obviedades en serie (con excepción de los impecables Jorge Barril, Hugo Balassone y Mario Cordo, además de los comentaristas y movileros Rodrigo García Lussardi, Marcelo Lewandowski, Alejandro Apo y Diego Latorre. Se extraña a Tití Fernández, pero más duele la razón brutal de su ausencia). Tanto esfuerzo berreta del sistema de propaganda oficial y el único golazo vino del anónimo popular que le cambió la letra al cantito de La Cámpora para hacer el himno del Mundial. Ya sé que el tema es de una orquesta de rocks que curte Artemio, pero aquí la conocimos en los actos políticos, cuando en vez de “Brasil/ decime qué se siente” se cantaba “Vengo/ bancando este proyecto”.

A la cancha no volví desde el primer partido del Mundial del ’78. Lo peor fue el día de la final. Creo que ya lo conté alguna vez. La vimos en mi casa con los hijos pequeños de dos queridos compañeros. Cuando quisimos devolverlos a los abuelos la marea humana había paralizado todo transporte y no quedaba otra que caminar. Llegamos agotados y la abuela, con vincha y banderita frente al televisor dijo: “Ahora voy a salir yo a la calle a festejar, para que en Europa vean que aquí no corren ríos de sangre como ellos dicen”. Cuando terminé de entender esa enormidad sólo pude preguntarle: “¿No corren?” y recién entonces la buena mujer volvió en sí. Sobre el alféizar de una ventana de la cocina había montado un altar doméstico, con velas, flores y fotos de su hijo adorado, a quien el Ejército había matado hacía apenas nueve meses y su nuera, la madre de los nenes, detenida-desaparecida desde entonces.

Paenza me dice que soy buen observador del juego porque hace diez años le pregunté si conocía a un juvenil debutante, que caminaba perdido por la cancha como si pasara por ahí y que de pronto se encendía como un buscapié, sorteaba a media docena de rivales, la ponía en un ángulo inalcanzable y de vuelta a deambular como un zombie hasta el próximo resplandor. Ya se imaginan quién era. Pero en realidad, lo dice porque él es una dulzura de persona y siempre se las ingenia para verles algo favorable a sus amigos. Descubrir a Messi es como inventar el agua tibia y no se me ocurriría competir con La Volpe, despedido por los malos resultados de Costa Rica y que ahora se atribuye el mérito de la hazaña. Hasta ahora Sabella me hace caso y mete cada cambio que rumio frente a la pantalla, lo que me da una chapa inmerecida, sobre todo entre las mujeres, tiernas, crédulas. La única ventaja real que tengo es que soy de los pocos que vieron jugar a Pedernera, Grillo y el Charro Moreno y todavía coordina sujeto, verbo y predicado. También podría contarles lo que pasó cuando Amadeo Carrizo lo gambeteó a Pepino Borello, las corridas y los malabares sobre la raya de Pierino González, que se anticipó al Loco Corbatta y el Hueso Houseman; los primeros quiebres de cintura de Rojitas en la Bombonera y las paredes desfachatadas que tiraron Madurga y Novello en el Monumental; los toqueteos del Beto Conde, Ferraro y Zubeldía en Vélez o el heroísmo de la hinchada de San Lorenzo, que en el ’76 se atrevía a putear a los milicos y cantaba “Con la loca y con el brujo morfábamos de lujo”, pero tampoco ignoro que a nadie le importaría.

Hoy es uno de esos días en los que todo lo que sé, de mí, de ustedes y del mundo, no me sirve de nada. No debería escribir esta nota sino limitarme a mis zapatos. Pero sería de una insinceridad espantosa, porque sólo puedo pensar en el partido que comenzará hoy a las cuatro en el Maracaná y en todo lo que ocurrió en el último mes para que estemos allí. De modo que, una vez más, perdón y pueden consolarse pensando que esto no se repetirá por cuatro años. A los que quieran y puedan, gracias por el aguante. Y todo bien con quienes arruguen con sensatez la nariz, el ceño o el diario. Malaleches abstenerse.

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