EL PAíS › OPINION

Solos en el mundo

Por James Neilson

No será la primera ocasión en que los Siete Magníficos, este conjunto de norteamericanos, europeos occidentales y nipones que dominan el planeta, se hayan unido para amenazar a un país con reducirlo a un baldío habitado por linyeras a menos que su gobierno se porte mejor, pero nunca antes lo habrán hecho por motivos que son netamente económicos. Sin embargo, exasperado por la incapacidad patente para encontrar “soluciones” del orden político encabezado por Eduardo Duhalde, un personaje que tiene sus defectos pero que no puede cotizarse con lunáticos sanguinarios como Saddam Hussein, Osama Bin Laden y el Kim norcoreano, el G7 parece resuelto a dejar que la Argentina se cocine un rato en su propia salsa aunque sabe muy bien que el resultado será atroz.
En un intento de explicar el porqué de su actitud, se ha hablado mucho de la voluntad de George W. Bush, Anne Krüger y compañía de castigar a quienes no sólo se han negado a hacer sus deberes sino que también, en lo que con toda seguridad fue la fiesta más cara de la historia humana, tomaron, como los idiotas que son, el default por un gran triunfo nacional. Pero sólo se trata de un pretexto. Nadie aprenderá nada del colapso sui géneris argentino que en el exterior ha ocasionado más extrañeza que zozobra.
La razón auténtica es más sencilla: lo mismo que Duhalde y su compañero de tareas Remes, los jefes mundiales no tienen la más mínima idea de cómo transformar la Argentina en un país “normal” que haga las cosas como el que más. Entienden que los ingredientes están, pero no saben cómo mezclarlos para que el resultado se aproxime al deseado. Si mandan plata al gobierno, la derrochará para entonces enviar a Chiche para que mendigue más. Si no le mandan nada, el país seguirá cayendo con la gente adentro. Una intervención dornbuschiana tendría su lógica –al fin y al cabo, el Gobierno ya se las ha arreglado para hacer pensar que corresponde al FMI y Estados Unidos suministrar “la solución”–, pero los presuntamente beneficiados por tanta generosidad ajena no tardarían en rebelarse contra los intrusos. La alternativa, favorecida por el G7, de esperar a que los políticos locales instrumenten las reformas que, se supone, le permitirían a la Argentina valerse por sí sola, está destinada a fracasar porque se basa en la ilusión de que dichos políticos estén más preocupados por el futuro del país que por sus propios intereses. El embrollo entrerriano acaba de recordarnos que sería un error subestimar así a los radicales y peronistas: cuando de defender sus conquistas se trata, lucharán hasta el final.

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