EL PAíS › FRANCO CASTIGLIONI

La ruptura y sus peligros

Joseph Stiglitz, reciente premio Nobel de Economía, publicó ayer en distintos medios europeos una larga nota sobre la crisis argentina. Reproduciré algunos de sus argumentos. Stiglitz recuerda haberse preguntado, en sus viajes a nuestro país, “cuánto tiempo más podrían resistir los argentinos” las recetas fiscales restrictivas que exigía el Fondo Monetario sostenidas bajo “la fantasía que crearían confianza a los inversores”.
El artículo tiene como destinatarios principales al FMI y a los gobiernos occidentales por lo que les toca de responsabilidad en las crisis que fueron estallando en Asia y América latina. Y de allí la insistencia del Nobel en reclamar una urgente reforma del sistema financiero global, empezando por la del mismo FMI.
Pero hay en esa nota tres poderosas críticas a los gobiernos argentinos de la última década. Primero, la obstinación en mantener la convertibilidad al precio de tasas de interés impagables. Segundo, la venta de bancos a extranjeros “sin medidas adecuadas de salvaguardia” para el ahorro y las inversiones locales. Ultimo, pero no menos importante, el fracaso de los gobiernos “en su misión primaria” al aplicar políticas que dejan grandes sectores de la población desocupada o subocupada.
Volvemos entonces a hablar de política. De sociedad y política.
La convertibilidad, la venta de bancos (y agregamos la privatización de empresas públicas a manos de compañías no competitivas pero garantizadas en su renta) y las políticas de exclusión y pauperización fueron decisiones políticas. El peronismo abrevó sobre la convertibilidad, anestesiando a buena parte de la clase media con el 1 a 1 en un paraíso de importaciones y de viajes, mientras se desmantelaba el Estado, y se ofrecían empresas y bancos a extranjeros.
No fueron muchos quienes alertaron que “roban pero hacen” no iba a ser gratis, ni para los bolsillos ni para la moral de un pueblo. Tampoco fueron mayoría quienes se negaron al intercambio político permitiendo la manipulación y corrosión de las instituciones. Hablamos de la reelección, del asalto de facciones políticas a los recursos públicos para financiarse, de la Corte y los per saltum.
La política, en tanto jerarquización de intereses, es la que convirtió a la convertibilidad en hegemonía cultural que caló hondo en la sociedad y la corrupción y el patrimonialismo imperante, no conmovieron a la hora de votar.
La incompetencia de la Alianza y la patética política de continuismo pero en plena recesión hicieron lo que los otros: mantener la forma política del asalto al Estado, cada vez más costoso, y cambiar las reglas de juego y manipular las instituciones. Esta vez fue para clausurar los años de fantasía de un peso por un dólar.
Bienvenida entonces esa clase media que no teme al estado de sitio y que desde el 20 de diciembre no deja respiro a los sucesivos presidentes. Pero devaluación, corralito y mal trato no son el único padecimiento. Se ha terminado de romper la relación de ese sector con el Estado. Perdió su legitimidad, no se pagan impuestos y crecen déficit, desempleo. Mañana serán peores servicios públicos. Y mayor recesión.
La autocrítica de la dirigencia política es lo menos: la prepotencia de algunos legisladores es de sinvergüenzas. Pero la política tiene que dar respuesta a la protesta. ¿En tal caso se acordarán los sectores medios y los funcionarios de los 14 millones de pobres? Un gobierno que no se preocupa por los desocupados y los pobres, Stiglitz dixit, no cumple su misión primaria. ¿No sería ésta una nueva devaluación de la política?

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