ESPECIALES

WILCKENS

Crítica,
3 de febrero de 1923


Durante varios días asistimos a la Penitenciaría Nacional con el único objeto de poder conversar con Kurt Wilckens, autor convicto y confeso del atentado al teniente coronel Héctor B. Varela.

La severa incomunicación a que estaba sometido Wilckens por disposición del juez doctor Malbrán, no nos permitió en forma alguna cumplir ese objeto. Esperábamos por momentos la ansiada orden y así transcurrieron ¡más de cinco días!... La manifiesta buena voluntad del comandante Menéndez, director del penal, como asimismo de sus excelentes empleados, Castro, Turdera y Rey nada pudieron hacer en favor de la gestión importante que nos había confiado Crítica, diario que siempre ha satisfecho las exigencias del buen público lector.

Por otra parte, esperanzados en el cambio de juez actuante, ya que el doctor Malbrán jamás fue amigo del periodismo, no veíamos “lejano” el día de llegar a entrevistarnos con Kurt Wilckens. Terminado el mes de feria enTribunales el 21 de enero, entró en turno el juez doctor Artemio Moreno, quien de inmediato se hizo cargo del proceso y decretó diversas providencias de importancia, encuadrándose dentro de la ley y concretando sus procedimientos con la corrección que lo caracteriza. El secretario autorizante, doctor Ignacio J. Albarracín, ha demostrado también desde el comienzo de las actuaciones que su larga práctica en el desempeño de sus funciones lo autorizaban a ser un eficaz colaborador del juez doctor Moreno.

Descartado del proceso el doctor Malbrán, ayer, después de un careo practicado entre el conscripto Horacio Gregorio Badaracco y Kurt Wilckens, el nuevo juez doctor Moreno decretó el levantamiento de la incomunicación de ambos. Al mismo tiempo autorizó al director del establecimiento, comandante don Nicolás Menéndez, a que el detenido quedara bajo su custodia, otorgándole las atribuciones que al efecto le correspondan.

El código de procedimientos en lo criminal y correccional autoriza al juez a una incomunicación de cinco días, debiendo después de cumplido este plazo agregar a los autos un nuevo decreto prorrogando esa incomunicación, siempre que así lo creyera conveniente; sin embargo, en el caso de Wilckens el juez doctor Malbrán no procedió como estaba legislado y en una forma dictatorial, violentó disposiciones terminantes. Al hacerse cargo del proceso el juez doctor Moreno, dispuso, como lo decimos más arriba, mejorar esa situación ilegal a que había sometido el doctor Malbrán al procesado Wilckens.

El Comité Pro Presos de la Federación Obrera Regional Argentina Comunista, después de una reunión realizada el martes último, con la asistencia de numerosos representantes de los sindicatos obreros, resolvió hacerse cargo de la defensa de Wilckens nombrando al efecto al abogado doctor Juan A. Prieto, quien ayer mismo pudo entrevistarse con el detenido.

De más está decir que existen numerosos letrados que de buena gana defenderían a Wilckens.

Poco después de las 16 horas de ayer el juez doctor Artemio Moreno dispuso constituir el juzgado en el local de la Penitenciaría Nacional. Lo hizo acompañado de sus secretarios los doctores Albarracín y Avila y llevando en su automóvil al conscripto Horacio Gregorio Badaracco, a quien la policía de investigaciones sindica como cómplice de Wilckens.

Recibido por el secretario del Penal, señor Castro, pidió trasladarse de inmediato a la sala donde se asiste Kurt y lo sometió a un interrogatorio extenso y tranquilo, ordenando después de ello el careo entre Badaracco y Wilckens.

Este careo resultó emocionante y de ello damos cuenta en otro lugar de la crónica.

Insistimos en afirmar que los detenidos Horacio Gregorio Badaracco, Valentín Martín y Manuel Rita nada tienen que ver en el atentado.

Lo hacemos porque el juez doctor Moreno lo confirmó cuando nos manifestó ayer que los nombrados no habían tenido intervención en el hecho.

Sin embargo, en la mañana de hoy, a los repórters del departamento les fueron entregadas fotografías de Badaracco.

Este debe ser puesto en libertad de un momento a otro.

No alcanzamos a concebir qué es lo “que quiere la policía de Investigaciones”.

Cuando en un hecho que interviene un “niño bien”, sea judío o cristiano, se oculta hasta el nombre. ¡Aunque haya tirado a un chauffeur al agua!

Badaracco nada tiene que hacer como cómplice de Wilckens y hasta sus retratos se están repartiendo.

Hacemos notar la inconsistencia de procedimientos por parte de la policía.

Encontramos en el lecho al matador del teniente coronel Varela, pues como es sabido se asiste de las heridas que sufrió a consecuencia de la explosión de la bomba, hallándose actualmente con el peroné astillado. Confesamos que íbamos con la certidumbre de encontrar un rostro demacrado, sufrido, en virtud de que a la dolencia física uníase en el caso de Kurt un total aislamiento que se prolongaba desde el día 24 del pasado.

A la inversa de lo que suponíamos, su rostro se nos aparece saludablemente iluminado; su mirada es franca y enérgica; su frente tiene una particular expresión de tranquilidad.

Le tendemos la mano advirtiéndole que somos periodistas, que pertenecemos a la redacción de Crítica, diario que ha expuesto los hechos con entera imparcialidad, pues no olvidó en ningún momento los sucesos trágicos de Santa Cruz.

Wilckens parece hallar una justificación a través de nuestras palabras, y dice:

–Me alegro mucho. Veo en ustedes caras amigas, y eso me gusta, porque francamente estaba cansado de ver policías...

–¿Tal vez lo han tratado mal?

–No, aquí no, pero créame que aún en este momento, después de diez días, me duelen las muñecas...

Advierte en nosotros, una mirada interrogadora, y acto continuo, para completar su frase anterior, abre ampliamente sus brazos como en actitud de colocarlos en una cruz y agrega:

–Vean. Son fuertes... Estos son músculos de trabajador, y si me hubiera resistido a los agentes que me detuvieron, les habría costado trabajo el reducirme, pero yo me entregué y a pesar de todo me pusieron cadenas, tan brutalmente, que mis huesos crujían. Aún hoy me duelen. Asimismo, a pesar de mi grave herida de la pierna, me llevaron a pie hasta el local de la comisaría, que dista cinco cuadras del lugar del hecho. Como usted comprende, me exponían a perder la pierna... En ninguna parte del mundo me pusieron cadenas tan fuertes, tan dolorosas...

Kurt hace un silencio. Parece que por su memoria desfilaran los tristes recuerdos de su accidentada vida de propagandista ferviente y rudo, conocedor de diversas cárceles.

Estuvimos tentados de hacerle algunas preguntas al respecto, pero decidimos respetar su ensimismamiento.

Para disimular nuestra actitud, encendemos un cigarrillo.

De improviso. Kurt se incorpora, nos mira ansiosamente y nos alarga una mano.

–¡Ah, por favor, por favor, déme usted un cigarrillo! Hace diez días que no fumo. No puedo más...

Se lo damos y lo enciende con precipitación, ávido de absorberlo. Hay una sed extraña, febril en sus labios gruesos y colorados.

Es tal la avidez y el placer con que absorbe el humo, que se hace más pronunciado su defecto verbal procedente de su idioma natal y que consiste en forzar la “r”. Satisfecha ya en parte la ansiedad, recobra su aspecto plácido y nos hace varias preguntas.

Visiblemente interesado en conocer las opiniones que se han vertido acerca del hecho, quiere saber en qué forma se ha manifestado la opinión.

Le respondemos que él no puede ignorar que los comentarios debieron ser diversos, según los ambientes, y él aclara el punto con la siguiente reflexión:

–Es natural. Los militares y la burguesía no pueden justificar mi actitud, pero como la verdadera opinión pública es la del pueblo, estoy seguro de que esa opinión está a mi favor... Yo he procedido en nombre de un ideal de humanidad, de un ideal grande y puro por el cual acepto gustoso el sacrificio.

Al decir esto, Kurt Wilckens emplea un tono alto y franco, acompañándolo de un gesto decidido y viril.

Su abogado, el doctor Juan A. Prieto, que asiste a la entrevista, supone fundadamente que su defendido va a hablar del atentado y le ruega que no lo haga.

Kurt que es un hombre complaciente, acata sumiso la indicación. En este instante entra el conscripto Badaracco, que viene a despedirse en compañía del juez doctor Moreno.

Héctor Badaracco, ni bien ve a Kurt se precipita hacia el lecho y sin decir palabra, profundamente emocionado, abraza a Wilckens con todas sus fuerzas. En esa actitud permanecen los dos largo rato.

Un silencio triste, emocionante, reina en la sala.

Cuando Badaracco se incorpora, con los ojos húmedos, Kurt lo mira cariñosamente y le dice:

–Qué bueno eres.

Y volviéndose hacia nosotros afirma:

–Este muchacho no tiene nada que ver. Es inocente. Ya lo hemos probado en el careo que se nos ha hecho esta tarde. Deben ponerlo en libertad...

Llegado el momento de despedirse, la escena anterior se reproduce.

Al retirarse, el joven conscripto, que pertenece al 2 de infantería, se detiene en la puerta de la sala y volviéndose para mirar a su amigo, lo saluda sacándose la gorra, levantándola bien alto y haciéndola girar con un movimiento lleno de vivacidad espontánea.

Sylvia Saítta y Luis Alberto Romero, Grandes entrevistas de la Historia Argentina (1879-1988), Buenos Aires, Punto de Lectura, 2002.

“Se ha hecho todo lo posible para localizar a todos los derechohabientes de los reportajes incluidos en este volumen. Queremos agradecer a todos los diarios, revistas y periodistas que han autorizado aquellos textos de los cuales declararon ser propietarios, así como también a todos los que de una forma u otra colaboraron y facilitaron la realización de esta obra.”

Compartir: 

Twitter

SUBNOTAS
  • WILCKENS
 
ESPECIALES
 indice
  • [HTML]
    KURT GUSTAV WILCKENS
    Por Sylvia Saítta y Luis Alberto Romero

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.