ESPECTáCULOS › PAGINA/12 OFRECE DESDE MAÑANA TRES DISCOS COMPACTOS DE COLECCION

Salgán, el más moderno de los clásicos

Fue, es y será uno de los músicos más vitales, inquietos y originales de la historia argentina. En 1944, cuando tocaba en el Tango Bar un joven Astor Piazzolla concurría a intentar decodificar los secretos de su estilo. En tres discos, que comienzan a aparecer mañana, una síntesis de su grandeza.

 Por Julio Nudler

“Las casas discográficas no tenían ningún interés de grabar conmigo. Pero mi orquesta se fue imponiendo por su propia gravitación. Lo que más me ayudó fue el gran apoyo de los músicos, aunque no suelan ser los colegas los que más nos apoyan. Yo tocaba en el Tango Bar (conocido como “la catedral del tango”), y el café estaba siempre lleno; así que el dueño estaba encantado. ¿Y qué era, público? No. Estaba lleno de músicos, y no solo de tango. Uno de los que venía a escucharme era Astor Piazzolla.” Esto narraba Horacio Salgán a Página/12 años atrás, en una entrevista, refiriéndose a su primera orquesta, la que formó en 1944 y no fue aceptada por las grabadoras.
A los empresarios no sólo los retraía el audaz y elaborado estilo salganeano, que no prometía ventas masivas. Algo peor aún es que se presentaba con un vocalista de voz gruesa y aspecto irreconciliable con el buscado ideal del galán cantor. Era Edmundo Rivero, quien recién logró vencer las resistencias comerciales cuando un peso pesado como Aníbal Troilo lo incorporó a sus filas en 1947. Aquella asignatura pendiente explica el segundo de la serie de tres compactos que ofrece desde mañana, y en sucesivos domingos, este diario, porque Salgán y Rivero se tomaron desquite en los años 60, tras una primera y memorable grabación conjunta uruguaya en 1957. Como quiera que sea, la discografía de la orquesta de Salgán, iniciada en 1950, es lamentablemente escasa, lo que confiere más valor aún a cada uno de sus registros.
Definir y encuadrar a Salgán es una tarea compleja. Hay en él una permanente tensión entre la tradición y el cambio, entre la sencillez y la complejidad, entre la fidelidad a la pieza original y su reelaboración. En obras como “Los mareados” (Juan Carlos Cobián) o “Responso” (Troilo), inyecta con su arreglo ideas geniales, que a partir de ese momento parecen pasar a formar parte de la página primitiva. Su versión de “Recuerdo” (Osvaldo Pugliese) fue juzgada por el propio autor como insuperable, y es imposible no coincidir con ese juicio.
Pese a lo avanzado de sus concepciones, Salgán se molesta cuando lo tildan de “vanguardista”, y no se ha cansado de repetir que él no acudió al tango para salvarlo, porque el tango no necesitaba que nadie lo salvase. Esta confrontación tácita con Piazzolla ayuda a explicar por qué nunca tocó un tango de Astor, y tampoco pareció hacerlo muy feliz la versión de “A fuego lento” que Piazzolla realizó con el Octeto Buenos Aires. Algo profundo separaba a estos dos grandes músicos: mientras Astor fue un creador en constante mutación, Salgán forjó su lenguaje hace ya casi seis décadas y se mantuvo básicamente fiel a él.
Por esta razón, los registros instrumentales del primer CD de esta serie, realizados en la década del 60, fueron ejecutados sobre arreglos similares en lo esencial a los utilizados por las orquestas de este mágico pianista en las dos décadas anteriores. Incapaz de dejarse tentar por ningún exceso, ni de caer en la trampa que podía tenderle su magnífica técnica pianística, Salgán ha sido siempre –y lo sigue siendo– un creador dotado de impecable gusto y, por encima de todo, de ideas claras, de equilibrio y manifiesta certeza en sus propósitos. Nunca se extravía: sabe exactamente qué se propone con cada versión.
La exuberancia, la brillantez, la palpitación rítmica, un cambiante contrapunto entre las secciones de la orquesta, la permanente apelación a los sentidos... Salgán nunca decae, aunque varíe de intensidad. Nunca aburre, porque su música desborda vitalidad, aunque sin fatigar, peligro que evita por medio de una imaginación siempre renovada. Esta se hace evidente a lo largo de todo el primer CD, que, con la sola excepción de “Milonga con variaciones”, de Francisco Canaro, contiene obras que ya había grabado Salgán anteriormente. “La clavada”, de Ernesto Zambonini, y”Recuerdo” fueron por ejemplo anverso y reverso de su primer disco de pasta 78 rpm, impreso el 4 de mayo de 1950.
El segundo compacto de esta serie contiene una selección de dos LP grabados por Salgán y Rivero cuando les llegó el tiempo del reencuentro, aunque más no fuera en un estudio de grabación. Hay, naturalmente, entre uno y otro de esos discos de vinilo una diferencia en la plenitud vocal de este extraordinario cantor, que en ese mismo decenio lanzó sus álbumes lunfardos, de enorme repercusión, y registró temas de Jorge Luis Borges en un antológico disco de 1965 con Astor Piazzolla, que ya ofreció Página/12. El actual CD incluye creaciones conmovedoras, como “Yo te bendigo”, “Trenzas”, “Acquaforte”, entre otras.
El tercer compacto reúne a Salgán con Ubaldo De Lío, el guitarrista que ya lo acompañaba en la gestación del célebre Quinteto Real, junto a figuras míticas como Pedro Laurenz (un antecesor imprescindible tanto de Salgán como de Piazzolla) y Enrique Mario Francini. El variadísimo repertorio de esta placa muestra a un Salgán interesado en todas las vertientes del género. Incluye algunas de sus composiciones, entre las cuales sobresale “Grillito”, donde brilla la concepción orquestal del piano. De Lío, partenaire inamovible de Salgán desde fines de los años 50, es como su extensión, su reflejo y su contrapunto. El dúo funciona como un envase portátil y práctico del genio salganeano.

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Horacio Salgán, aquí junto
a Ubaldo De Lío.
 
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