ESPECTáCULOS

Una Frida, todas las Frida Kahlo

En “Fridas”, Ana María Casó propone “armarse
y desarmarse” a través de la mexicana, en un viaje en tono íntimo por momentos de su vida.

Por Cecilia Hopkins

Ana María Casó, la actriz de este unipersonal basado en la figura de Frida Khalo (1907-1954), se presenta a sí misma para hacer explícito su objetivo. No es su intención disfrazarse de Frida aunque luce collares y anillos y un tocado florido en la cabeza. Aquí, las citas a la barroca forma de vestirse de la notable pintora mexicana intentan funcionar apenas como referencias exteriores. El objetivo es “armarse y desarmarse a través de Frida”, dice la actriz, a la búsqueda del eco personal que le permita llevar a escena fragmentos de la vida de aquella mujer que puso en la pasión la justificación de todos sus gestos.
Esta, al menos, es la intención de la obra escrita por Cristina Escofet (quien dirige el espectáculo junto a la actriz), compuesta para ser presentada en la modalidad de teatro semimontado. Se trata de un viaje por etapas de la vida de una artista signada por el dolor, un itinerario sin precisión de fechas ni otros datos históricos que va reuniendo fragmentos de su diario íntimo, con reflexiones poéticas de la autora inspiradas en la contemplación de algunos de sus cuadros. En el texto, la personalidad insolente de la Khalo se exhibe desafiante, mucho más allá de las penurias de cualquier desengaño amoroso y, especialmente, muy a pesar del sufrimiento causado por las sucesivas operaciones que sobrevinieron a un accidente en su niñez.
En el escenario, tres caballetes de pintor sostienen este largo texto de frondoso y abigarrado lirismo. Pero su lectura –el modo privilegiado para su exposición– lo vuelve retórico, por la falta de acciones convincentes que vayan más allá de los gestos, ademanes o apartes a público que la lectura le permite hacer a la actriz. Así, los textos se suceden sin carnadura dramática, como en un recital de poesía. Sólo en algunos momentos, cuando Casó se independiza de los papeles escritos –cuando describe a su famoso marido, el muralista Diego Rivera o cuando se entusiasma en una alabanza al tequila, por ejemplo–, la actriz amaga con poner de manifiesto la fuerza expresiva que se le conoce, lo que finalmente no termina de concretarse por la brevedad de esas escenas.
Por otra parte, la falta de sobriedad que primó en el momento de elegir los elementos que acompañan a la actriz se pone en contra del espectáculo, que en general es realmente bueno Así, el escenario aparece sembrado de objetos con los cuales Casó establece una relación demasiado fugaz como para justificar su presencia, cuando no tienen una dudosa función decorativa, como el montoncito de frutas y zapatos apilado al centro o las tinajas con ramas coloreadas del fondo.

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El trabajo de la actriz parte de un esquema de teatro semimontado.
Casó no busca rigurosidad histórica, sino una lectura poética de Frida.
 
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