ESPECTáCULOS › LA BERLINALE, BAJO EXTREMAS MEDIDAS DE SEGURIDAD

Un cielo demasiado new age

Más allá de la paranoia, el primer atentado del festival fue artístico: “Heaven”, de Tom Tykwer, desvirtuó la idea del guión inédito de Kieslowski y se reformuló como un manual de autoayuda.

 Por Luciano Monteagudo

“Han pasado casi cinco meses desde los acontecimientos del 11 de septiembre, y es difícil decir hasta qué punto lo ocurrido entonces afectó a los films presentes este año en la Berlinale”, dice en la primera frase del catálogo el nuevo director del Festival Internacional de Cine de Berlín, Dieter Kosslick, que vino a reemplazar a Moritz de Hadeln luego de 22 años de discutido reinado. Considerando que el festival comenzó recién ayer, es ciertamente imposible evaluar todavía si las películas de la Berlinale 2002 reflejan el espíritu de su tiempo. El Zeitgeist, en todo caso, se hizo notar en la excepcionales medidas de seguridad que se adoptaron para la gala de apertura, a la que asistieron no sólo figuras del cine y la televisión europeas sino también el canciller Gerhard Schroeder y los principales miembros del gobierno federal alemán, del que ahora depende directamente el festival, antes financiado por la ciudad.
La multitud de agentes de seguridad, uniformados o encubiertos, las luminosas patrullas de Polizei y los detectores de metales en la pasarela de entrada –como si se tratara del riguroso check in de un aeropuerto– no lograron impedir, sin embargo, el feroz atentado que se perpetró anoche en el Berlinale Palast, sede de la competencia oficial. Un atentado al cine, se entiende, que para sobresalto de los sugestionados espectadores empezó con el estallido de una bomba y terminó con un tiroteo. Se trata de Heaven, la nueva película del director alemán Tom Tykwer, que desde el éxito internacional de Corre, Lola, corre, en 1998, se convierte en el ejemplo más acabado de cómo un director europeo promisorio puede ser tentado y arruinado por la idea de “coproducción internacional”, esos híbridos que sacrifican la identidad de cada uno de los involucrados en nombre de un ideal artístico que sólo piensa en el cine como “producto”.
La historia de Heaven tiene sus peculiaridades, y vale la pena contarla. Por algún motivo, el productor estadounidense Harvey Weinstein, principal responsable de la compañía Miramax (que desde La vida es bella no ha cesado de intervenir en el cine europeo, con la misma sutileza de un elefante en un bazar) tenía en su poder un guión inédito del desaparecido cineasta polaco Krzysztof Kieslowski, el director del celebrado Decálogo y de la trilogía Bleu, Blanc, Rouge. Le pareció que el alemán Tykwer y su compañía X-Filme, con sede aquí en Berlín, eran los indicados para filmarlo, pero sumó al proyecto primero al guionista y director inglés Anthony Minghella (El paciente inglés) y luego al veterano director norteamericano Sydney Pollack (Tootsie, Africa mía), para que participaran como “intermediarios artísticos” entre Europa y Estados Unidos, con licencia para inmiscuirse en el guión.
Lo que queda en Heaven del original de Kieslowski es algo que ni el cielo debe saber. Lo que se ve en la pantalla es la insostenible historia de amor entre una maestra inglesa que acaba de cometer un acto terrorista en Turín (la australiana Cate Blanchett) y un joven carabiniero (Giovanni Ribisi) que decide ayudarla a escapar, víctima de un repentino amour fou que la película nunca se molesta siquiera en justificar dramáticamente. Los caminos indescifrables del azar, el crimen y el castigo, es verdad, son temas que estaban ya –de manera un tanto peligrosa, debe reconocerse- en el cine de Kieslowski, pero que Heaven ahora reactualiza a modo de manual de autoayuda, con imágenes de poster y música new age de fondo.
A pesar de todo, la película, quizás, haya sido sin embargo un bálsamo para el canciller Schroeder, tan acosado en estos días por su pérdida de popularidad (que le puede hacer perder su cargo en las próximas elecciones) y por las severas críticas de la Unión Europea a causa del creciente déficit de su país, capaz de provocar alguna turbulencia en el euro inaugurado hace poco más de un mes. Al fin y al cabo, Heaven viene a ratificar eso que piensa cualquier político de paso por el infierno terrenal: que a los hombres sólo el cielo los juzga.

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Cate Blanchett no fue suficiente para salvar a “Heaven”.
 
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