ESPECTáCULOS

Un tren que va hacia un más allá que está difuso

Esta semana hubo dos estrenos.El primero, el martes, se llama “El diario de la princesa”, y fue reseñado por Página/12 el lunes. Hoy suben a cartelera dos films europeos, con sus respectivos encantos. Los dos fueron realizados en Francia en 1999, aunque uno de ellos tiene un director georgiano.

 Por Martín Pérez

Camina entre los invitados de la fiesta con total indiferencia. Su andar es hipnótico, a medio camino entre lo majestuoso y lo harapiento. Sus maneras pueden significarlo todo, y al mismo tiempo no significan nada. Y el lenguaje de su andar se completa con el aleteo de sus alas, y una amague de vuelo que no se concreta. Presente en cada una de las escenas de fiesta de alta sociedad de Hogar dulce hogar, el pelícano con el que la cámara de Iosseliani decide quedarse una y otra vez puede o no significar algo en especial. Pero su presencia es, sin dudas, la del único personaje que no quiere nada más que lo que aparenta, ni aparenta más de lo que quiere, de todos los personajes que habitan un film casi mudo, libre y al mismo tiempo atrapado a un engranaje narrativo que mantiene su historia funcionando en círculo como el tren de juguete que el propio Iosseliani observa en su papel de jefe de hogar simpático, bohemio y beodo.
Es ciertamente una lástima que el título elegido para el estreno local del primer film difundido aquí del director georgiano Iosseliani -afincado en París desde la disolución de la URSS– sea un derivado del rebautismo para el mercado anglosajón: Farewell, Home Sweet Home, cuya traducción literal sería Adiós, hogar dulce hogar. Porque el título original en francés de esta obra de madurez del muy premiado Iosseliani apunta directamente al tema central del film. “Adiós al campo de las vacas”, tal la posible traducción al castellano del original, es una frase optimista que los marineros del siglo XIX utilizaban cada vez que zarpaban al mar, y que encerraba en sí misma la sugerencia que el destino hacia el que iban iba a ser mejor que el lugar en el que se encontraban.
Y ésa es la principal característica de casi todos los obsesivos y ensimismados personajes atrapados en este film de Iosseliani. Todos ellos –salvo el pelícano, claro está– parecen ir en busca de ese pasto que siempre está más verde del otro lado de la cerca. Film coral y en el que todos sus personajes están en permanente movimiento, tanto en el espacio como en su pertenencia, Hogar dulce hogar es un ensayo sobre las apariencias a partir de la observación del mundo que rodea a los habitantes de un muy burgués castillo de las afueras de una ciudad francesa. Todo comienza con la menor de los integrantes de la familia protagonista, una niña a la que apenas si la dejan divertirse –”no te sientes en el piso”, “no pongas los pies sobre la silla”– con sus juguetes pese a que se encuentra completamente al margen de la fiesta-con-pelícano que sirve de prólogo al film. Afuera llueve, y su jaula dorada con tren eléctrico servirá también de epílogo para el film. Pero antes de alcanzar ese punto, el ballet autista de los personajes de Iosseliani tendrá tiempo de tejer una silenciosa trama de ambiciones y resignaciones.
Una madre hiperactiva, un padre feliz y borracho (o viceversa) y un hijo que huye del mundo privilegiado en el que le tocará vivir escondiéndose en las calles de la ciudad. Ellos tres son quienes motorizan la acción a partir del castillo. Pero no son los únicos. Además de los burguesesactivos, huyendo y/o atrapados también hay ávidos negociantes, meros asalariados, ladrones y mendigos entre los personajes que llenan los escenarios del castillo y la ciudad. Como en un extraño ballet silencioso, sus vidas irán entrecruzándose. Poco importan los diálogos en este mundo iosselianiesco, ya que lo que importa es lo que se hace y no lo que se dice. La madre condenará la infidelidad de su marido atrapado, pero se entregará a los besos de su principal cliente; el hijo vivirá la vida del ladrón callejero, pero no se negará a los privilegios de su clase; la camarera se negará a los bruscos avances sexuales (besos) de un falso motoquero de traje, pero terminará entregándosele definitivamente.
Atrapada en su propio devenir, Hogar dulce hogar es una película por momentos desconcertante, un Chaplin mudo pero sin Charlot y fuera de época, con ciertos aires de retrato clasista a-lo-Buñuel (pero sin Buñuel) que parecen quedarse rápidamente sin sustento. Pero su ritmo y su voluntad de narrar sin negarse al mayor absurdo posible, pero buscando el guiño y no la risa, el ritmo y no la arritmia del gag, la alejan de ciertos preciosismos contenedores al tiempo que su visión del mundo no deja de ampliarse en cada vuelta de tuerca. Una vez que sus personajes han comenzado su marcha, Hogar dulce hogar parece funcionar como aquel tren de juguete, corriendo ciegamente sobre sus rieles. Pero ese avance terco y sin pausa es la fuerza de un film curioso que alcanza a saltar por sobre las apariencias, hasta que su recorrido lo lleva de regreso al punto de partida, pero no sin antes saber liberar a quienes sepan (y puedan) ganarse esa libertad.

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El film del georgiano radicado en París, Otar Iosseliani, tiene por momentos aires del mejor Buñuel.
La traducción del título por “Hogar dulce hogar” no representa el espíritu del original.
 
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