ESPECTáCULOS › UN FILM DE BAJO PRESUPUESTO PREMIADO EN SUNDANCE

Unas vacaciones en compañía de aguavivas y tiburones

Basada en un episodio real, Mar abierto, una película independiente norteamericana dirigida por Chris Kentis, se ocupa de una pareja que sale de excursión de buceo y queda olvidada a merced de los escualos.

 Por Martín Pérez

Ahí están Daniel y Susan, perdidos en medio del mar, enfundados en unos trajes de buceo que ya no les sirven para nada, olvidados por el barco que los trajo hasta los arrecifes y hace mucho tiempo que se ha ido, dejándolos atrás. Antes de tirarse al agua, les han dicho que los tiburones no les prestan atención a los turistas. Pero a ellos ya les están empezando a prestar atención. Comienzan a sentir mareos, descomposturas e incluso a sufrir por el ataque de unas aguavivas. Pero justo antes de que la cosa se ponga seria, Susan decide disculparse ante Daniel por todas las veces que se quejó cuando él se quedaba mirando esos canales de cable dedicados a los documentales de la naturaleza. Al fin y al cabo, la supervivencia de ambos depende ahora de esos conocimientos. Aunque no será tan fácil. No es lo mismo ser espectador que estar ahí, protagonizando su propio programa con la naturaleza, perdidos en un océano que los ignora. Y con los tiburones mirándolos a ellos desde muy cerca.
Justo entre Tiburón y The Blair Witch Project, ahí es donde se ubica Mar abierto, una película de aventuras en la que los tiburones son la amenaza y que está filmada como si fuese un documental y no una ficción. Así como Steven Spielberg revolucionó el cine en la década del ’70 recordando que además de aquella cinefilia revolucionaria de sus colegas de generación el cine era antes que nada un entretenimiento, el director y guionista Chris Kentis fue la sensación del Festival de Sundance del año pasado con una película de tiburones, pero con tiburones de verdad. Tal fue el slogan que, corriendo de boca en boca, logró que un film rodado por apenas un par de cientos de miles de dólares fuese comprado en dos millones y recaudase más de cincuenta en el momento de su estreno. Un éxito a la medida del cine independiente yanqui, con historias como éstas de El Mariachi en adelante, Mar abierto logra que lo precario de su producción sea su mayor efecto especial, y así es como esta historia que asegura estar basada en un hecho real es casi el hecho real en sí.
La historia real que honra la película de Chris Kentis seguramente sea apenas la anécdota real de una pareja de turistas olvidada en medio del mar por un barco que los llevó a bucear y no los trajo de regreso. Pero lo que Mar abierto hace real, con la crudeza de su fotografía casi documental (o, más bien, cerca de la inmediatez de la pornografía), es la historia de Daniel y Susan, dos profesionales tan atrapados por su trabajo que no pueden relajarse ni siquiera de vacaciones. Kentis presenta a sus protagonistas, los ubica rápidamente en un sitio de turismo idílico, los sube al bote y los sumerge en el mar. Y de allí en adelante, como en The Blair Witch Project, lo que puede pasar (lo que el espectador piensa que terminará sucediendo) supera lo poco que se muestra en pantalla.
Rodada con un equipo muy reducido, y apenas con una pareja de actores decididos a dejase rodear por un grupo de tiburones supuestamente poco agresivos, Mar abierto es esa clase de película en la que su pareja protagónica está todo el tiempo en pantalla. Pero no tiene ninguna actuación digna del Oscar. Nada importante ni trascendental sucede, sólo la vida cotidiana, en un medio nada cotidiano. Allí están Daniel y Susan, olvidados incluso por sus vacaciones, obligados a apoyarse el uno en el otro, mientras el tiempo pasa y su supervivencia es cada vez menos segura.

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Blanchard Ryan y Daniel Travis, perdidos en aguas peligrosas.
 
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