ESPECTáCULOS › “LA TRAMA DE LA VIDA”

Un film que sabe bordar sus climas

Eléonore Faucher se sumerge en la relación entre dos tejedoras de pueblo, en la que el silencio dice mucho más que la palabra.

Por H. B.

“Tengo cáncer, me estoy tratando, la cortisona hincha”, les dice Claire a sus compañeros de trabajo, y se arranca un mechón de pelo, como para demostrar que la quimioterapia también hace sentir sus efectos. Con tal de que la gente del pueblo no se entere de que está embarazada, Claire es capaz de cualquier cosa. Incluso de andar con una especie de turbante cubriéndole esa melena pelirroja que es como una llamarada, porque se supone que el pelo debería estar cayéndosele. “Obstinada” es lo primero que se piensa de ella –ya en la escena inicial, cuando se la ve disputándole a la tierra unas lechugas a punta de cuchillo– y obstinada se mostrará la chica a lo largo del metraje. Hasta el punto de que no hay adulto que se atreva siquiera a sugerirle lo que debería hacer.
Pero tampoco es que a la gente del lugar le dé por los grandes parlamentos o las efusiones. Seca, dura, tan indirecta como los pueblerinos –pero escondiendo, como ellos, sus dosis de emotividad contenida–, La trama de la vida es la ópera prima de Eléonore Faucher, y no puede decirse que haya pasado inadvertida desde su presentación en la última edición del festival de Cannes. Ganadora de una buena cantidad de premios en el último año, el primero fue en la Semana de la Crítica y el último, hasta ahora, en Mar del Plata, en la sección “La mujer y el cine”. Más allá de esa recepción, la de Faucher no es la clase de película que ande procurando seducir, congraciarse con el público o llamar la atención.
Sin embargo, como sucede con su protagonista, los orgullosos silencios, su altiva parquedad son, también, parte de su seducción. Ubicada en un pueblito del norte, cerca de la frontera alpina, La trama... es la clase de film francés que se diría menos típico. A años luz de cualquier sofisticación urbana, no hay el menor rastro de finesse en la vida de Claire (magnífica Lola Naymark), que si alguna vez tuvo estudios los abandonó, y se gana la vida como cajera de supermercado. Lo poco que se sabe de su familia es que tiene una huerta, donde la chica cosecha lechugas para dárselas a sus conejos. Con la piel de los conejos, Claire hace una especie rudimentaria de tapices, porque lo que a ella le gusta es tejer y bordar. De allí el título original de la película, Brodeuses. Así, en plural, ya que en La trama... no es una sino dos las bordadoras.
La otra que teje es Mme. Melikian (Ariane Ascaride, conocidísima por el público argentino por Marius y Jeanette y otras películas dirigidas por su marido, Robert Guédiguian). Tan morocha como la otra es pelirroja, viuda reclusiva, será el azar –el accidente, literalmente– el que ponga a Mme. Melikian en contacto con Claire, gracias a una desgraciada conexión entre su hijo recién muerto y un conocido de la muchacha. Relato de iniciación a su manera, La trama... es un film lleno de cosas no dichas, comentarios que quedan en la punta de la lengua. Hay una obvia relación de transferencia mutua entre Mme. Melikian, que adopta a la chica como algo más que aprendiz de bordado, y Claire, que no termina de decidir si quiere ser madre, esa condición perdida por la que la otra guarda luto. Más allá de esas afinidades y cuestión de no andar mostrando más de la cuenta, ambas se cuidarán de que lo que la otra les despierta se haga evidente.
En esa voluntad de contención que no logra ocultar del todo, La trama... construye un tono que le es propio, que podría definirse como emotividad sesgada. Hay escenas de a dos, a veces de a tres (como algunas entre Claire, Mme. Melikian y Thomas, el muchacho que atropelló a su hijo), que son como pequeñas apoteosis del desvío de miradas, el rubor disimulado, el gesto ahogado. Todo lo que la puesta en escena apenas sugiere, los ostinattos de Michael Galasso parecerían empeñados en hacer evidente, con un gusto por la reiteración orquestada que recuerda a Philip Glass. Con esa única salvedad y apoyada en algunos de los planos-detalle más expresivos vistos últimamente, Mademoiselle Faucher teje climas con delicada artesanía. Tanto como la de sus brodeuses, que saben dibujar sus telas con arabescos casi imperceptibles.

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Lola Naymark y Ariane Ascaride, dos mujeres en una relación de transferencia mutua.
 
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